Lo que estamos haciendo en España y otros países europeos es intentar generar ahorro, privado y público, no tanto para consumir o invertir más en el futuro como para pagar el endeudamiento. Además, Gobierno, CC AA y ayuntamientos deben ahorrar en gastos e inversiones, recortarlos, porque las recaudaciones no los cubren. Desgraciadamente, esa austeridad, que practicada por el Estado se llama consolidación fiscal, tiene un carácter procíclico pues se solapa con la recesión, esto es, en el corto plazo no la combate sino que incluso la retroalimenta. Ya es mala suerte pero mientras en la ex zona marco no decidan otra cosa carecemos de alternativa. La consolidación fiscal es una restricción impuesta desde fuera a la que resulta no solo inútil sino contraproducente oponerse desde dentro.

Como el Gobierno carece de medios para aplicar un plan de choque anti-recesivo, España necesita serenarse con el fin de jerarquizar la urgencia de objetivos. Sobran declaraciones aparentemente llenas de buen sentido -como la de Pablo Berger, director de "Blancanieves", que afirmó que "Antes de recortar en cultura habría que acabar con los sobres"- pero que, si bien se mira, no tienen pies ni cabeza. El señor Berger debería probar, primero, que el actual Gobierno reparte sobres y, después, que esos sobres, de existir, salen de los presupuestos del Estado. Falacias tan contundentes pueden resultar impactantes en personas impresionables pero para quienes estamos algo fogueados con la lógica no dejan de ser completas necedades encaminadas a amotinar al muy justamente cabreado pueblo.

Sin contar las dos huelgas generales, solamente en los nueve primeros meses de 2012 se perdieron en España más de 800.000 jornadas laborales por paros -mineros, obreros siderúrgicos e industriales, enseñanza, sanidad, juzgados, transporte, limpieza, etc.- frente a 335.000 de años anteriores. En el 2011, cuando aún gobernaba el PSOE, que inició los recortes, la conflictividad laboral descendió a mínimos históricos a pesar de una caída del PIB del 3,7% en el 2009.

Se puede estar de acuerdo o no con los métodos empleados en la violenta huelga de la minería del carbón de meses atrás pero nadie puede negarle su carácter profesional. La mayoría de las huelgas en el sector público, sin embargo, no tienen carácter laboral, no se reivindican mejoras salariales -imposibles de satisfacer- o menos horas de trabajo como objetivo principal sino que los huelguistas se cargan de razón en nombre de los propios usuarios a los que dicen proteger contra el deterioro de los servicios. Salvo a considerarlos infalibles, uno tiene derecho a estar en desacuerdo con sus argumentos pero más aun con los métodos. Es de agradecer que quieran proteger ex ante con las huelgas a los usuarios de los servicios, en previsión de que se degraden, pero ya son mayorcitos para protegerse a sí mismos ex post con la papeleta de voto.

Los sindicatos se están comportando más como vectores políticos, cuya finalidad es desgastar al Gobierno, que como instituciones verdaderamente representativas de los intereses globales de los trabajadores. A menos que esté en las nubes, cualquier sindicalista sabe que desde que entramos en la Unión Monetaria y suscribimos el Tratado de Maastricht y el Pacto de Crecimiento y Estabilidad carecemos de autonomía para decidir con completa independencia la política económica. Pero, asimismo, había otra condicionante que todo el mundo conocía antes de entrar en el euro y que los sindicatos aceptaron implícitamente: en cuestiones económicas en Europa se impondrían las tesis de los países de la antigua zona marco con Alemania a la cabeza.

Por lo que a mí se me alcanza, los grandes sindicatos españoles no convocaron huelga general alguna -y mucho menos en el sector público- para oponerse a la entrada en el euro a pesar de las fragilidades estructurales que presentaba la economía española. Si ahora es tarde para dar marcha atrás que al menos su europeísmo sea coherente con el sindicalismo de los países a los que tan desenvueltamente quisimos imitar. Hay que ser europeos avanzados en todo. El sindicalismo de los países de la ex zona marco se instala en la estrategia de largo plazo, en un contexto de economía de mercado, en lugar del tactismo político cortoplacista.

El terraplén por el que empezó a deslizarse España a partir de 2008 es tan inclinado y los efectos acumulativos "bola de nieve" tan aceleradamente perversos que entre el inicio de la caída y la remontada al mismo nivel de empleo y riqueza han de pasar muchos años. Si además los sindicatos se oponen a los ajustes cada dos por tres, entonces, apaga y vámonos. Dentro del euro, sin las políticas de consolidación fiscal empezadas bajo Zapatero y sistematizadas con Rajoy aún se tardaría más en remontar. Esa sistematización, encarada con una dureza desconocida en España hasta la fecha, hubiera sido en cualquier caso imprescindible, dados los déficits incurridos, el rápido aumento de la deuda pública y el descomunal fardo de la privada. Obviamente, no solo las cuentas heredadas constituyeron un tremendo lastre para el actual Gobierno sino que para mayor inri se estrenó con una recesión que se llevó por delante casi el 1,4% del PIB en 2012. Y este año, así son las cosas, nos espera más de lo mismo. Es de desear que en el sector público no abran tanto la boca pidiendo lo que no se les puede dar.

Seamos serios, la realidad es esta: el Gobierno está desescombrando un país en ruinas que sigue cayéndose a trozos. Veremos si es capaz de reconstruir. Pero las huelgas de los muy sufridos funcionarios solo pueden llevar a mayores demoliciones o retrasos en la reconstrucción. Como en Grecia.