Swinburne, elevado poeta, suscitó el escándalo en la época victoriana por sus recurrentes referencias al masoquismo. Oscar Wilde decía de él con mortal ironía que, más que practicar el vicio, lo profesaba. En cuestiones de sadomasoquismo político-económico en España también hay quien lo profesa y quien lo practica. De ello saben un rato largo sindicatos y oposición aunque prefieren echar la culpa a los votantes del PP. En el pecado llevan la penitencia, vienen diciendo, pero nosotros les vamos a sacar esas depravadas costumbres masoquistas por via de sádica huelga general cada seis meses.

A mí lo del sadomasoquismo, compartido o no, entre el Gobierno y los gobernados que lo votaron no me causa espanto ni preocupación. Lo que sí me inquieta es sospechar que una proporción nada desdeñable de españoles hayan podido caer en una especie de enfermad mental colectiva, que estén chapoteando en una ciénaga de disonancia cognitiva, que en extensas parcelas haya sido usurpada en nuestro país hasta la mínima traza de sentido común. Síntomas hay que lo confirman. Se están dando señales cada vez más alarmantes, de verdad, de una falta de entendederas que no se observa en ninguna otra nación europea. Los comentarios y opiniones que afloran con el mal llamado problema catalán o la política económica del Gobierno son para nota. Por no hablar de los sesgos cognitivos de tantos ilustres intelectuales comprensivos y aun solidarios con sacerdotes vascos que se negaron a oficiar funerales de víctimas de ETA.

Pero incluso en cuestiones aparentemente anodinas y menores -verbigracia, entender en qué consiste básicamente ser demócrata- el embotamiento mental de la chusma mete miedo. Nadie, excepto un imbécil o caradura de los que se entrenan, puede considerarse demócrata y al mismo tiempo impedir dar una conferencia a quien piensa de forma distinta salvo si incita al crimen o a la comisión de algún delito. Sin embargo, y podría citar decenas de ejemplos en el mismo sentido, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, ante la imposibilidad de poder expresarse tuvo que suspender una conferencia que tenía previsto impartir en Sevilla visto el continuado hostigamiento de un centenar de elementos que esgrimieron a gritos el irrebatible argumento "Esto nos pasa por un Gobierno facha".

Yo no puedo aceptar, no, por muy familiarizado que esté con este tipo de actuaciones, que esas personas sean demócratas y el ministro Wert un fascista provocador que tiene lo que se merece. No podemos aceptarlo, no, so riesgo de banalizar la impunidad antidemocrática que viene perpetrando con persistente regularidad el sindicalismo piquetero y la izquierda lerda, acosadora en sus múltiples avatares, contra la derecha constitucionalista.

Evidentemente, existe un sindicalismo constructivo y una izquierda inteligente que ayudan a avanzar y mejorar la sociedad, a ritmo más sostenido que los conservadores, pero últimamente parecen acallarse frente a los ruidosos. Y, como llueve sobre mojado, la penúltima machada piquetera-sadomasoquista la propone un poderoso sindicato -que ya lo fue más- al amenazar al Gobierno con una huelga general para el mes de marzo, y serían tres en menos de año y medio, si adopta alguna decisión que a su juicio sea de "extrema gravedad" en materia de pensiones. No dudo que pueda haber buenas razones para otra huelga general, pero también podrían esgrimirse quizás mejores argumentos para no convocarla. Con huelga o sin huelga las reformas, verbigracia, la laboral, son mejorables pero irreversibles y la de las pensiones no admite mucha demora. Por otra parte, la huelga general deterioraría aún más la "marca" España perjudicando en último término a los trabajadores al desanimar la inversión extranjera y la creación de empleo. Los casos polares de Grecia e Irlanda, países intervenidos, son muy instructivos. Grecia, con una conflictividad laboral como ningún otro país dentro del euro, ha sobrepasado a España en tasa de paro. Irlanda está saliendo de la recesión gracias a que las empresas extranjeras vuelven a invertir en el país por haber solucionado la crisis sin recurrir a la conflictividad laboral.

Otra de las acusaciones que goza de gran predicamento para seguir ejerciendo la democracia con los pies contra el Gobierno es que "Rajoy gobierna en fraude democrático porque hace lo contrario de su programa". Hombre, como memez hacía tiempo que no la escuchaba tan sonora. Si por desdicha y obstinadamente Rajoy hubiera cumplido su programa, España en este momento estaría en bancarrota, aherrojada por el diktak de los países del núcleo duro del euro, con los sueldos de los funcionarios recortados el 40%, un millón de ellos en la calle, y otras reformas estructurales peores que las que le aconseja el FMI a Portugal.

¿Tanta es la miopía, el cacao mental o mala fe de quienes hubiesen preferido al presidente Rajoy cumplidor, pero ineficaz, que oportunista pero certero? Cualquier persona capaz de no confundir el trigo con la paja o un buzón con el culo de una vaca sabe que las promesas políticas son contingentes. Lo son incluso las promesas sustanciadas en acuerdos de carácter sinalagmático, como los contratos, con obligatoriedad legal de cumplimiento porque en definitiva se paga el alquiler o la hipoteca del piso si se puede. Los sindicatos y la oposición que tan comprensivos son para con los que incumplen los contratos -ciertamente por causas de fuerza mayor- abanderándolos para que no sean desahuciados no aplican el mismo criterio al Gobierno -que quieren desahuciar por las bravas- a pesar de que también cambiaron las circunstancias en las que sustanció sus promesas.

Si el presidente Rajoy persistiese en cumplir algunas de sus contingentes y ahora desfasadas propuestas perseveraría en el error y la tozudez más disparatadamente españolas solo por aquello de no "emendalla" (sic): "Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, / defendella y no emendalla" (Las mocedades del Cid)

De sabios es rectificar. Puedo aceptar que las medidas económicas adoptadas son poco imaginativas, pero no excluye que sean imprescindibles. Y, como dijo Swinburne con pocas y poéticas palabras: hasta el río más fatigado llega finalmente a la mar.