"Una nación (?) es un grupo de personas unidas por un error común en torno a sus antepasados y una aversión igualmente común hacia sus vecinos".

Son palabras de Karl Deutsch en su libro "El nacionalismo y sus alternativas", citadas por el historiador israelí Shlomo Sand en su tan clarificador como polémico libro "¿Cómo se inventó el pueblo judío?".

Los sueños nacionalistas, casi siempre excluyentes y, como tales, injustos, se han convertido en una espesa y artificial niebla con la que algunos entre nosotros tratan de dificultar una clara visión de lo que aquí sucede e impedirnos así reaccionar a tiempo.

Porque, si dejamos a parte mitos fundacionales, ¿qué sentido tiene hablar de soberanía cuando todos sabemos el poco margen de maniobra que les queda hoy a los gobiernos nacionales?

¿No estamos de hecho, por ejemplo, en España intervenidos por Bruselas, por Frankfurt, por Berlín o por todos esos centros de poder real a un tiempo?

Es tal la dejación de responsabilidades de los ejecutivos electos que hablar de democracia, al menos en el sentido original y auténtico de la palabra, no deja de ser en muchos casos un engaño.

Uno invitaría a los ciudadanos a no dejarse distraer por un debate inútil y encender los focos para, en medio de esa densa niebla arrojada intencionadamente por unos y hábilmente explotada por otros, ocuparnos de lo real que nos sucede.

Y lo real es la dominación creciente de las políticas nacionales por el mundo económico y financiero global, que es el que toma realmente decisiones que luego los gobernantes de turno, impotentes cuando no cómplices, tratan de justificar ante su electorado como inevitables, como "lo que hay que hacer porque no queda otra".

Lo real es la supuesta independencia de los bancos centrales, independencia, esto es, respecto de los gobiernos elegidos en las urnas, que no de los poderes financieros, como lo demuestran sus continuas medidas, contrarias a los intereses de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Lo real es la brecha creciente, lo mismo en este que en otros países e igual desgraciadamente bajo gobiernos conservadores que socialdemócratas, entre una cada vez más rica minoría, que se lleva su dinero a cualquier otra parte en cuanto la amenazan con una subida de impuestos, y la inmensa y resignada mayoría de la población.

Lo real es un capitalismo financiero internacional al que ya nada parecen preocupar las consecuencias sociales y humanas de sus acciones, pues sólo ve números y no personas en los trabajadores, y mueve sus inversiones de un lado para otro en busca de la máxima rentabilidad al más corto plazo.

Como real es también la perversa idea de ese capitalismo de que todo, desde la educación o la sanidad hasta el agua que bebemos y otros bienes que nos ofrece gratuitamente la naturaleza, debe ser privatizable. ¿No habrá que pagar un día hasta por el aire que respiremos?

Y reales son las puertas giratorias entre la política y el sector privado que permiten que políticos que favorecieron privatizaciones de servicios públicos se conviertan legalmente en asesores generosamente remunerados de las empresas por ellos beneficiadas.

Que la niebla nacionalista no nos impida ver todo eso y mucho más de lo que está sucediendo ante nuestras narices.