A estas alturas, y ante la evidencia de que cada día son más las empresas gallegas que atraviesan hacia el sur la vieja frontera del Miño y otras incluso el océano, quizá haya llegado la hora de que alguien pregunte por qué. Y si eso constituye un problema -porque una ventaja no es- se le busque solución habida cuenta de que ni el horno está para bollos ni la despensa da para jolgorios. Ni aquí ni allí, dicho sea de paso.

Desde ese introito es preciso añadir, por obvio que resulte, que no solo la crisis es causa de la deslocalización -que de eso se habla, por más que la palabreja se las traiga- aunque resulte la principal. Hay otras, y pese a que varias son evidentes, no estará de más señalar algunas para su corrección; aparte de que quepan, como es natural, distintas opiniones. En todo caso, el debate, siempre que esté bien planteado, enriquece más que amarga.

Uno de los motivos para esa emigración puede estar en el exceso de normativa que rige en este país y que, lejos de aportar garantías, lo que produce es confusión y desconfianza. Ha habido casos en los que ese factor, junto a la miopía política y a la demagogia, provocó daños al bien común: el caso de la piscifactoría de Pescanova prevista para la Costa da Morte y que se fue a Portugal es un ejemplo adecuado.

Algunos expertos, y otros que sin serlo tanto coinciden con ellos, apuntan como un elemento propiciador de deslocalizaciones la escasez en Galicia, y especialmente en el área metropolitana de Vigo, de suelo industrial en cantidad, calidad y coste adecuados. Algo que clama al cielo por su antigüedad y que en buena parte se debe a la puñetera manía política de colocar en los puestos que podrían resolver la carencia no a los más capaces sino a los más amigos.

Lo peor de esos casos, a los que podrían añadirse otros porque el catálogo de males no está cerrado, es que hay una coincidencia casi general en que son asuntos que requieren urgente solución y nadie hasta ahora les puso remedio eficaz; o, al menos, los ha colocado en la senda de hallarlo sin que -aparte los amiguismos- se sepa del todo bien el motivo para el retraso. Por no hablar de la desidia, que es concepto más duro pero también muy aplicable.

En circunstancias como la actual, cuando la situación general es tan mala que incluso citarla puede contribuir a empeorarla -por la teoría de las expectativas, a la que tanto apelan ahora los medios oficiales-, conviene reflexionar más. Pero sin timidez, porque ya no solo cabe recordar que tempus fugit y que si quienes se van son las empresas, se acabó. Avisar no es alarmismo: es prudencia.

¿No...?