Por mucho que se deteriora la situación de Bankia desde que Rodrigo Rato accedió a la presidencia no deja de ser desalentador para los españoles de a pie –a los que ya solo queda encomendarse a la Virgen de Fátima para salvaguardar los ahorros que no tienen- que alguien tan fogueado como él no supiera entender los datos que anticipaban a las claras lo que Deloitte ha constatado finalmente.

Más razonablemente, temo que los auditores del Banco de España (BdE), autoridad de tutela e inspección, ocultaron información, por mala fe, o no informaron verazmente, por incompetentes, al hasta hace poco presidente de Bankia. No sé si Rato es hombre inteligente pero estoy convencido que sabe manejar cifras al más alto nivel profesional de su ramo que viene siendo el económico, si no me equivoco, aunque en España ya nada es seguro. Sorprende, por tanto, su desconcertante decapitación al tiempo que el curtido Goirigolzarri hereda la corona. A ver ¿Rato conocía la situación real de Bankia y su segundo la ignoraba, o viceversa, o cómo es la cosa? ¿Y Ordóñez, sabía, no sabía, le daba igual o estaba en los toros?

Lo de Bankia es manifiestamente indicativo del destrozo sobrecogedor que el anterior Gobierno permitió en la economía española, en el tejido productivo y financiero, y en las instituciones de mayor solera y prestigio como el BdE. Porque la ceguera del BdE, su falta de previsión, primero, y las dilaciones e inoperancia para gestionar la crisis, posteriormente, es verdaderamente, valga la castiza expresión consagrada, de juzgado de guardia.

El BdE, contra todo pronóstico, no ha jugado el papel de supervisor fiable que se esperaba de su larga y prestigiosa trayectoria y de su independencia estatutaria. En Galicia lo sospechábamos hacía tiempo, visto el laxismo y falta de autoridad que rodeó la chapuza de la fusión de nuestras caixas, y ahora el "caso" del Banco Financiero y de Ahorro (BFA) lo ha confirmado: en España no solo hay instituciones financieras zombis sino que el propio BdE también lo es.

En esta época de crisis salvaje, aterradora, desconocida, extensiva e intensiva, en la que el Gobierno se ve obligado a recortar servicios por falta de recursos, aherrojado en su cometido por una herencia hacendística y presupuestaria fraudulenta, alicortado en su autonomía por el Tratado de Maastricht y el Pacto de Estabilidad yo, y quizás no fuera el único, vería con buenos ojos que se cerraran por inútiles y perniciosos numerosos chiringuitos que cobija el Banco de España, de cuya profesionalidad se jacta. Chiringuitos costosos, pletóricos de personal, que no vieron venir esta crisis, lo cual podría disculparse, pero que cuando nos estalló en las narices miraron para otro lado como si el asunto no fuera con ellos y –sin que nadie les hubiera dado vela en el entierro- se dedicaron a perorar respecto a la necesidad urgentísima de una reforma laboral como si el tema fuese de su negociado. Agencias independientes -verbigracia, Deloitte- habrían hecho mejor el trabajo y le hubiese salido mucho más barato a los españoles.

Todos los analistas financieros independientes consignaron desde hace tiempo el enorme diámetro de la burbuja inmobiliaria española enquistada en el sistema bancario pero especialmente en las cajas de ahorros. Ello llevó, si bien en muchos caso a regañadientes, a recapitalizaciones. No obstante, en previsión de nuevas aportaciones de capitales a las entidades más fragilizadas por la crisis, todavía insuficientemente saneadas, los mercados siguieron desconfiando de la transparencia de los balances –esto es, de la veracidad contable de los activos– anticipando reticencias de los eventuales inversores privados que exigen para disipar dudas, o confirmarlas, minuciosas auditorías.

Quiere decirse, el sistema financiero español preocupa más que cualquier otro en Europa no tanto por la situación de sus grandes bancos, sin ser excepcionalmente buena va aguantando, sino por la de las cajas de ahorros tocadas del ala por numerosos ladrillazos. De esa guisa, se entienden mejor las exigencias para con el sistema bancario impuestas por el Ministerio de Economía que de momento no se casa con nadie y hasta rebajó el sueldo a los banqueros, lo que no hizo el anterior Gobierno. Exigencias que no son excesivas con vistas a generar confianza, constatado el maltrato de los mercados a España, si pretendemos evitar una intervención tutelada desde el exterior. Pero algunos, que hacen fuego de cualquier madera si con ello arde el Gobierno en plaza, pretenden que una intervención sería mejor que la aplicación de recortes fruto de ajustes presupuestarios. Evidentemente, no saben de qué hablan. Una intervención capitaneada por el FMI podría llevar, entre otras cosas, a reducir el 20% el número de funcionarios, en todos los niveles de la administración pública, y a los que quedasen cercenarles el sueldo el 25%.

Escarbando en la herida, como consecuencia de la nacionalización de Bankia, el BCE le recuerda a España la "década perdida" de Japón por no sanear la banca. Y el Banco de España ¿qué dijo en su momento? Es inconcebible que un modesto analista como yo, francotirador sin equipo, advirtiera hace más de dos años, en estas mismas páginas, del tipo de crisis que estábamos sufriendo, la diagnosticara con precisión, apuntara las medidas que se imponían para paliarla en lo posible mientras que ni el Gobierno de por entonces ni el BdE hacían nada al respecto. Sí, el 9 de marzo del 2010 –ya llovió- este que aquí tenéis escribía en Faro de Vigo:

1. La primera lección que interesa asimilar bien es que de nada sirve jugar al avestruz: las autoridades japonesas fueron culpables por dejar a los bancos esconder la gravedad de la situación que atravesaban recurriendo durante años a artificios contables en los balances ¿El Banco de España está a la altura de la situación?

2. La segunda lección, corolario de la primera, es que la velocidad de respuesta/reacción es crucial para evitar la propagación de la crisis al conjunto del sistema financiero y a la economía real. Aquí hemos llegado tarde y además estamos prolongando el estancamiento.

3. La tercera lección es que la manipulación de los tipos de interés a la baja es manifiestamente insuficiente: es imprescindible que el banco central multiplique el volumen y variedad de títulos que acepta refinanciar.

4. La cuarta lección, la más difícil de poner en práctica, es que el activismo del banco central no lo exime de inyectar masivamente capitales públicos en el sector bancario, con nacionalización o sin ella.

Qué no digan ahora los del BdE ni los del PSOE que no se les había advertido.

*Economista y matemático