Como todo gran sistema de pensamiento histórico-filosófico, el marxismo es complejo y contradictorio. Y como además los diablos hegelianos andan de por medio resulta demasiado difícil de interpretar correctamente sin caer en burdas simplificaciones. Nada de ello menoscaba empero la eficacia pedagógica de los deshilachados relatos transmitidos en herencia a la socialdemocracia –que en España representa el PSOE– porque aunque el marxismo ha muerto políticamente pervive en encarnaciones intelectuales de profesores, analistas, columnistas y, faltaría más, artistas.

La vulgata marxista readaptada a los tiempos nuevos continúa suministrando esquemas explicativos a los intelectuales de izquierdas, incluso a los que no se reconocen en absoluto en el comunismo. Una de las más eficaces simplificaciones ha sido substituir el concepto de "lucha de clases" –difícil, sutil, analíticamente complejo y demasiado duro para publicitar, por lo de "lucha", en tiempos de izquierda beautiful y soft– por una especie de eslogan todo terreno resumido en el binomio "poderosos-débiles". Y, claro, de ahí a la "teoría del complot/conspiración" (Conspiracy Theory) hay un paso tan cortito que no se privaron de dar. Sintetizando, la ausencia de igualdad de oportunidades y justicia social –átenme esta mosca por el rabo– se debe a un complot de los ricos asociados a los poderes políticos de la derecha –en conjunto, los "poderosos"– que disimulan sus maquiavélicas intenciones de dominio con ínfulas de orden y eficacia.

En el mercado de las ideas, lo más fácil de vender, lo que se coloca antes entre la gente, son las teorías simplistas. Verbigracia, la historia ha sido escrita por los hombres en perjuicio de las mujeres; por los blancos, en perjuicio de los negros; por los europeos, en perjuicio de los países colonizados; por los ricos, en perjuicio de los pobres. Estas versiones sumarias de la teoría del complot se aceptan fácilmente entre los intelectuales de la izquierda lerda habida cuenta que corresponden al esquema de la conspiración: los poderosos imponen, y hasta pudiera ser que sigilosamente, como proyecto oculto, las ideas que les son favorables para el control social.

Ahora bien, con todos los peros que se le quiera poner, el concepto de lucha de clases era revolucionario en el más noble sentido del término: nuevo, vivificante, fresco, vitalista, regenerador. Por el contrario, el artefacto político encarnado en un eslogan eficaz pero intelectualmente tullido, "poderosos contra débiles", solo puede llevar a una guerra civil incruenta, a las trincheras de la discordia social, a la frivolidad demagógica (véase el discurso de investidura de Griñán), al rencor mezquino, al quítate tú que ahora me pongo yo. La izquierda lerda ya no trata de hacer la revolución, de regenerar socialmente al pueblo férvido y mucho, sino de ganar elecciones, de conservar privilegios. Y cuando se pierden, la social democracia –al menos en España– no tiene el mínimo escrúpulo en amotinar a la gente, sacar a la calle masas frentistas, crispar la vida social. Pero sobre todo no tiene el mínimo escrúpulo en faltar a la verdad.

¿Algún ejemplo al respecto? Puedo poner cincuenta. Verbigracia, contrariamente a lo que da a entender la amalgama propagandística de la socialdemocracia, el actual Gobierno no está planteando la opción de un modelo de sistema de salud privado o público –para poderosos o débiles– sino la opción entre un sistema público gratuito, universal y malo o de copago y bueno. Porque para un sistema de salud público, gratuito y bueno ya no hay dinero. Paralelamente, últimamente la izquierda lerda cita abundosamente y sin discernimiento a Krugman como valedor y aval de otra política económica. Es decir, como si el Gobierno fuera culpable de tener que someterse a un presupuesto pro-cíclico que ahonda más, si cabe, la recesión justificando una política de recortes de los poderosos contra los débiles. El Gobierno, quede claro, no es culpable de nada salvo de cumplir con el Tratado que se ratificó en tiempos de un mediocre laboralista sevillano cuando Krugman –y, modestamente, servidor– le aconsejaban no postular al euro. Pero es que, además, aunque el Gobierno no quisiera cumplir con los criterios del Tratado de Maastricht y con faldas y a lo loco se lanzara a gastar muchísimo más de lo que ingresa, fuera cual fuese el déficit incurrido, no encontraría quien le prestara los fondos a un tipo de interés asumible.

Sin embargo, nuestra izquierda lerda parece desconocer cosas tan elementales o, peor aun, ser consciente de ellas pero actuar con absoluta mala fe amparada en el moralismo que le es propio. Al fin y al cabo ya se sabe que representa a los débiles contra los poderosos. Sí, sobre todo a los 16.000 millonarios que en plena crisis había de más en 2009 respecto a 2008 (pasaron de 127.000 a 143.000) a los que previamente el PSOE les había suprimido el Impuesto sobre el Patrimonio en el 2007.

Si bien se mira, la epistemología relativista –todas las ideas son igual de respetables– heredada de los movimientos revolucionarios universitarios de los años sesenta y setenta del pasado siglo ha minado el zócalo de las ciencias humanas, verdadero feudo de los intelectuales, prestigiando una ideología del "más o menos" conceptual. Este desmadre, pertrechado de un laxismo de buen tono, fraguó la reducción media de las exigencias escolares y universitarias y facilitó la instalación de prejuicios descalificando la noción de saber objetivo que acabó banalizando otro efecto de importancia crucial: la eclosión del moralismo en los medios intelectuales en los que florecen analistas políticos y columnistas de periódico. Evidentemente, siempre es más fácil ensayar un juicio moral sobre tal episodio histórico o tal fenómeno social que comprenderlo de popa a proa. Ensayar un juicio moral no supone ningún tipo de competencia especial forjada por el estudio, la reflexión y la propia capacidad cognitiva. Pero el espíritu crítico no se puede ejercer sin cierta competencia.

Pobre país. De lo que otrora fueron ardorosas cruces de la lucha de clases, inteligencia aguerrida de la disidencia, fratría de honradez, no quedan más que las grises cenizas del desvalimiento intelectual e incompetencia de la izquierda lerda encapsuladas en la logomaquia de lo políticamente correcto, despachadas a diestro y siniestro como recetas de charlatán.

*Economista y matemático