El mantra de una forma superior de crecimiento económico, que a veces se denomina economía del conocimiento, ha calado tan profundamente que es de buen tono invocarlo, así son las modas, en los ámbitos de la ciencia y la política como remedio a los males del país. Y tanta es la importancia que se le concede a la I+D+i que no hace mucho leíamos en un periódico de Madrid que es preferible sacrificar las pensiones antes de reducir la investigación toda vez que asienta las bases que permitirán pagarlas en el futuro.

Ahora bien, los que leemos algo más que los periódicos de Madrid sabemos que China no crece a tasas inconcebiblemente altas porque sus exportaciones incorporen mucha I+D+i o rebosen economía del conocimiento sino porque el consumo interno se expande y las inversiones públicas en infraestructuras son enormes mientras los rascacielos nacen como pulgas en perro hambriento. Por tanto, como siempre: consumo más brick&mortar.

Además, en nuestro entorno, sin negar la importancia de la I+D, la innovación depende de la calidad de la investigación y no tanto de su cantidad. Esto es, se observa una jerarquía, un orden, una difusión capilar o trayectoria tecnológica que empieza en la escuela, se activa en la formación profesional y el aprendizaje hasta llegar, finalmente, a los centros de investigación y laboratorios pasando por una formación superior costeada en parte por el Estado pero estratégicamente orientada y selectiva. A ello hay que añadir que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), paradigma de la economía del conocimiento, muestran que la productividad global de una economía es el resultado de complementariedades. Sin que terminen ahí las cosas: no es lo mismo innovar que producir y comercializar.

El crecimiento económico basado en la economía es insuficiente. Sucede que, al analizar el núcleo de la dinámica económica, el crecimiento ha suscitado reflexiones teóricas abundantes y complejas a fin de captar sus orígenes y evolución. La contribución al crecimiento de factores como la calidad de las instituciones, la educación y las infraestructuras públicas son hoy reconocidas e integradas en los modelos explicativos no sin cierto simplismo. Por ejemplo, respecto a la educación general hay investigaciones que apuntan a que los años de estudio se potencian con la cantidad de libros que hay en el hogar de los estudiantes o el nivel cultural de los padres. Asimismo, la calidad del profesor puede llegar a contar por un factor 3: un mal profesor transforma 1 año de estudio en 0,5 y un buen profesor en 1,5. En definitiva, la tan denostada excelencia educativa, sí cuenta y desde los primeros niveles de la formación.

Los modelos de crecimiento económico de última generación que justifican la I+D a ultranza ponen especial énfasis no tanto en el capital material como en el capital humano que ha absorbido mucha educación y formación técnica capaz de generar innovaciones. Otra hipótesis que fundamenta la economía del conocimiento es, de consuno, que la propia naturaleza del crecimiento cambia, evoluciona, asentándose en la actualidad más profusamente en elementos inmateriales, intangibles o digitales, que en la acumulación de capital físico. No obstante, temo que en parte tengamos que revisar esta concepción del progreso técnico basada casi exclusivamente en las ideas o la educación: la innovación y la investigación son solo elementos complementarios del crecimiento económico. Por tanto, para que fructifiquen deben asignarse recursos a otros factores de esencia material. Lo cual se observa sin adarme de duda en España: la desindustrialización, provocada en parte por el euro, ha sido nefasta.

Las TIC han agotado su capacidad de generar productividad. Aplicando modelos de crecimiento basados en el conocimiento y capital humano, sin referencia específica a España, la crisis económica de 2008 alumbra un enfoque clarificador respecto a aspectos que permanecían ocultos. Las TIC, en sentido amplio, que habían aupado el crecimiento durante quince años, han agotado el impulso de su productividad sin haberse constatado relajamiento notable en las inversiones que intrínsecamente la sostenían. Aunque falta perspectiva de largo alcance para lanzar un diagnóstico definitivo, parece que los cambios en la organización y optimización de los procesos de producción inducidos por las TIC han madurado y dado todos sus frutos: de ese árbol, en cuanto al incremento de la productividad, ya no se puede sacar nada. Este agostamiento explica en cierto modo la crisis que hemos conocido. Por un lado, aclara las razones del debilitamiento del crecimiento global de los países desarrollados, especialmente en Europa; por otro, la búsqueda de nuevos yacimientos de rentabilidad condujo fatalmente a las burbujas que todos sabemos. Soy consciente que se impone cierta cautela retráctil respecto a lo que voy a escribir a continuación pero no hay más cera que la que arde: las grandes esperanzas que suscitaron las TIC en las postrimerías del siglo XX se han agotado. La economía del conocimiento se desplaza ahora –pero es probable que genere un crecimiento sin empleo– a las nuevas energías, bioquímica, nuevos materiales y robótica.

El agotamiento de la productividad puede explicarse por el siguiente mecanismo. La inversión en TIC de las empresas no se vio acompañada de la correspondiente inversión en capital productivo clásico (que hubiera disminuido la rentabilidad de los inversores) con modernización de plantas y otros equipos. Y aquí, tengo para mí, reside el error de los hagiógrafos de la economía del conocimiento y la innovación: respecto a la productividad, la inversión en TIC no puede substituir a las inversiones clásicas en material e instalaciones sino que es complementaria. Hoy día las TIC son tecnologías generalistas sin efecto impulsor sobre el crecimiento, prueba que la economía del conocimiento también acota las tasas de crecimiento económico en flagrante contradicción con los modelos de crecimiento endógeno, principales avales teóricos de las inversiones indiscriminadas en I+D+i que cuando se despilfarran, y se despilfarran con frecuencia, son puro gasto.

La importancia de las élites científicas circulantes. Puestas así las cosas conviene introducir las siguientes salvedades. Atrás queda la época en que los nuevos productos y las nuevas técnicas se difundían lentamente desde los países avanzados ni tampoco existen ya rentas geográficas en lo que concierne al avance técnico, al tiempo que la producción de conocimientos se concentra: la I+D mundial se nutre actualmente de la circulación de comunidades científicas entre esos polos. A esto, algunos le llaman fuga de cerebros. Es asimismo erróneo tomar como modelo universitario el de EE UU al identificar la capacidad de formación e innovación de sus centros en I+D+i como la ventaja competitiva clave de la economía americana: es parcialmente falso, el poderío investigador norteamericano se nutre de diásporas científicas circulantes, especialmente asiáticas. En esta carrera, India se sitúa en cabeza. Con tres veces más ingenieros que China –que hablan inglés, ventaja adicional– India es el país del mundo que forma más ingenieros y sus universidades compiten directamente con el MIT (Massachusetts) o Caltech (California).

Mejor buena formación profesional que mala universidad. El modelo indio surgió por implicación directa del estado, ciertamente, pero bajo criterios muy rigurosos de excelencia y selectividad. Si nos alejamos de los casos norteamericano e indio, de nivelación por arriba, para enfocar el modelo alemán, desde abajo, más próximo, la comparación con sus factores de competitividad suelen hacer referencia a "factores coste" (calidad aparte, el sistema productivo alemán es más competitivo que el español medido en costes unitarios) pero hay que tener también en cuenta las "soft skills" (competencias generales, no técnicas, por oposición a "hard skills", competencias técnicas o especializadas) sin las cuales los factores coste no pueden explicarse ni comprenderse. Y es que el sistema de aprendizaje alemán, cuna de su extraordinaria formación profesional, desarrolla las soft skills (sin renunciar en sucesivas etapas de perfeccionamiento a las hard skills) para asegurar la fluidez de la transición entre la formación y el empleo al tiempo que fragua los cimientos del alto nivel del capital humano de la población. Es decir, independientemente de los conocimientos técnicos y teóricos (hard skills) de los trabajadores se los provee con una gran capacidad de adaptación a un entorno en mutación. Ahí reside la potencia innovadora de las empresas alemanas, el perfeccionismo y gusto por el trabajo bien hecho: en la formación profesional.

Si bien se mira, sabedor que España es capaz de formar buenos médicos e ingenieros –algo faltos de idiomas y de perfeccionamiento en el extranjero– creo que el modelo que mejor nos iría cara al futuro debería renunciar a una universidad barata pero masificada y a inversiones en I+D+i más atentas a satisfacer a grupos de presión que al logro de la excelencia. Necesitamos menos universitarios y más formación profesional y de mejor calidad. Y menos I+D+I extensiva para concentrarla selectivamente en torno a la supercomputación con el fin de atraer rotativamente a parte de las diásporas científicas internacionales.

Economista y matemático