Los dos ministerios con mayor dotación y más programas de I+D+i –Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación (ministerio de Economía y Competitividad) e Industria, Energía y Turismo-- han sufrido un recorte presupuestario del 24% y 29%. Los afectados pusieron el grito en el cielo –quizás porque se consideran brahmanes muy por encima de los parias, verbigracia, los militares-- aunque no haya dinero ni para los cartuchos de las fotocopiadoras. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la ejecución de I+D+i de todos los ministerios fue del 79,4%, 69,2% y 57,2% para los tres últimos años debido a inutilización de préstamos puestos a disposición de las empresas. Probablemente, la gravedad de la situación económica no animó a algunos empresarios a lanzarse a la I+D+i por insuficiencia de rendimiento. En consecuencia, echando bien las cuentas, en lo que concierne a ciencia e innovación, si se ejecuta a partir de ahora lo presupuestado la situación no resultará tan dramática como la oposición quiere hacernos ver. Además, no parece razonable pedir más presupuesto para investigación y al mismo tiempo mantener el actual modelo de descentralización universitaria.

Por otra parte, es difícil evaluar académicamente la investigación y el retorno de algunas costosas inversiones españolas en prestigiosas investigaciones internacionales –verbigracia, el ITER-- es dudoso. El otro día leí en una revista europea de divulgación científica unas declaraciones de Michel Spiro, presidente del Consejo del CERN, que confirman en parte el desánimo. Venía diciendo que gracias al CERN ahora existía "una ciencia europea" señalando de paso las distintas contribuciones por países sin mencionar a España. Según él, los italianos aportaban una vitalidad y creatividad inigualables; los franceses, su tradición ingenieril; alemanes y nórdicos eran fantásticos organizadores; los británicos contribuían con sentido de la realidad y pragmatismo. Incluso señalaba a norteamericanos y rusos, destacando el instinto y experiencia de los primeros para el control de calidad y el dinamismo intelectual de los segundos gracias al dominio "manual" de las matemáticas (recurren poco a la informática) Spiro no tuvo ni una palabra de reconocimiento y aliento para los españoles.

Desde el punto de vista de la teoría del crecimiento económico las cosas parecen a primera vista más graves toda vez que los modelos de crecimiento endógeno, tan de moda, insisten en los efectos virtuosos en el largo plazo de la I+D+i. Insistencia que conviene auscultar de cerca si está justificada, intereses gremiales aparte, porque, la verdad sea dicha, tanto pataleo respecto a recortes en I+D+i, tan desgarradores lamentos por la fuga de cerebros, tantos supuestos desbordamientos virtuosos de la sociedad del conocimiento y demás matraca empiezan a resultar harto cansinos.

Es evidente que España no puede competir con las economías emergentes ni en dotación de materias primas, ni en proximidad a los mercados más dinámicos, ni en costes laborales. Al parecer, nuestro futuro depende del desarrollo de la competitividad basada en la innovación y la calidad. Cuatro son los pilares en los que se apoya la teoría del crecimiento endógeno: rendimientos de escala; innovación; capital humano; política económica proactiva. Lo que propone la teoría del crecimiento endógeno es que los factores verdaderamente determinantes son las ideas, las instituciones, la población. Ahora bien, aun reconociendo que la visión neoclásica del crecimiento económico --en particular la hipótesis de un progreso técnico exógeno fruto del azar-- resulta teóricamente insatisfactoria, tampoco hay prueba empírica definitiva que concluya a favor de los modelos de crecimiento endógeno.

La calidad de un modelo no se juzga por el realismo de sus hipótesis sino por su capacidad predictiva. Los estudios econométricos que han intentado validar los modelos de crecimiento endógeno han mitigado la euforia respecto a su alcance especialmente en la relación entre investigación y crecimiento. Y es que la innovación depende más de la calidad de la investigación que de su volumen. Asimismo, según la teoría económica evolucionista las relaciones entre tecnología y agentes son muy complejas. Tanto es así que a veces resulta preferible la imitación de la competencia a la investigación. Las estrategias de innovación a ultranza –en principio inadecuadas para un país como España-- buscan descubrir un conocimiento exclusivo; la política de imitación intenta captar los conocimientos en manos de otras firmas del mismo sector. Los empresarios, en general, saben que este es el camino más seguro y por tanto no debe extrañarnos que no se hubiera ejecutado la partida para investigación, más arriba señalada, asignada a las empresas.

Con la excepción de Bangalore, no hay territorio en el mundo que tenga más científicos e investigadores de alto nivel por quilómetro cuadrado que París (80.000): más que Londres o Nueva York, y tantos como Silicon Valley. No obstante, cualquier territorio de la costa china crece tres veces más con la mitad de científicos de alto nivel. Cabe argumentar que en cuanto se reduzcan las diferencias de desarrollo entre China y Francia quizás las tasas de crecimiento asiáticas converjan con las occidentales. Pero en ese caso la capacidad predictiva de los modelos opera más a favor del viejo modelo de crecimiento tipo Solow-Swan --con progreso técnico exógeno, de naturaleza aleatoria-- que de los modernos modelos asentados en el crecimiento endógeno retroactivado y acelerado tipo Romer-Rebelo-Lucas.

La teoría atribuye los descubrimientos científicos a la investigación ordenada, meticulosa y bien dotada. Los profesionales saben que frecuentemente son fruto del azar: "Serendipity", dicen los anglosajones. Ante palabro tan extraño, en cierta ocasión le preguntaron al biólogo Julius H. Comroe que era eso de la serendipity. La respuesta es para enmarcar: "Es como buscar una aguja en un pajar y encontrar a la hija del granjero".

*Economista y matemático