De modo que, consumada su salida del Bloque y aclamado el señor Beiras como guía de lo que algunos llaman ya larga marcha, conviene que don Xosé Manuel diga a dónde propone dirigirse. Y además, que sugiera si serán solos sus Irmandiños los que viajen o lo harán en compañía de otros hasta la primera parada electoral y luego, si ha lugar, sumarán fuerzas con vecinos ideológicos o, quizá con quienes no lo son pero comparten al menos la idea de que un cambio en este país no solo es necesario sino también posible.

Dicho eso –sin la menor pretensión de aconsejar– es probable que no estorbe solicitar de quien correspondan esas aclaraciones que se aporten cuanto antes. Primero porque debe separarse pronto el grano de la paja; segundo porque hay poco tiempo electoral disponible y, tercero en fin, porque permitirá medir la posibilidad de obtener resultados para lo que ha de ser objetivo principal de los escindidos: hacer país y –cuando puedan– gobernarlo. O sea, no solo pasarle factura a quienes hasta ahora –denuncian– los han tenido maniatados.

En las nuevas corrientes que buscan cauce existen doctores que sabrán encontrarlo, pero eso les será tanto más sencillo cuanto mejor se adapten a la realidad del terreno por el que han de discurrir. Y para conseguirlo, una condición clave será la de buscar fórmulas prácticas para que el nacionalismo colabore en la solución de los problemas de una sociedad amenazada por la crisis económica y profundamente asustada por lo incierto del futuro. Y la experiencia demuestra que el miedo de una mayoría puede conducir a fórmulas terribles.

Ese posibilismo es, en principio, el factor principal de los que separan a quienes se van del BNG y a los que se quedan, aunque estos lo nieguen. El sentido común, y los precedentes sobre los daños que las divisiones causan a los partidos que las padecen, aconsejaban que las diferencias se hubiesen resuelto sin que el Bloque se rompiese, pero a lo hecho, pecho. Ahora es preciso –y no está de más insistir– que todo se ponga negro sobre blanco para que los gallegos, en su día, puedan distinguir. Y elegir.

A partir de ahí, y de la idea de que las penurias financieras y las exigencias de la UE puedan, a medio plazo, impulsar una reforma en el modelo territorial –la otra, la social, ya está en marcha a toda máquina– y la recuperación de la idea de un Estado autonómico de dos velocidades, hace urgente también concretar hasta donde llegaría el posibilismo de los nuevos nacionalistas y cómo se enrocarían los demás. Y de paso con quién podría aliarse cada cual para obtener los resultados que han de conseguirse.

En fin, que si hablando se entiende la gente, cuanto antes empiecen todos a hacerlo, y con detalles, mejor. Pero urbi et orbi, conste, y no solo ante sus incondicionales en cónclaves o en asambleas.

¿Eh?