Las dos Giocondas simultáneas dan para un libro que explique cosas de los artistas a los que se atribuye la copia y de su actitud. Los discípulos sobre los que recaen las atribuciones de autoría son Salai y Melzi. Se comenta que, para ser de Salai, la copia es demasiado buena, y para ser de Melzi, muy madura. Las diferencias entre ambos cuadros no son sólo técnicas y no pueden basarse exclusivamente en que el maestro inventó el esfumado, ese difuminado en los contornos que da profundidad y volumen, y el discípulo no sabía hacerlo.

Las diferencias implican a la actitud ante la obra, incluso en tiempos del Renacimiento, con el sistema gremial y la disciplina del taller. El maestro, aunque rindiera cuentas a mecenas, sabe que en su oficio –soberbia de artista– solo se debe a sí mismo. El discípulo rinde cuentas al maestro, pero –soberbia de artista– le late el afán de superarlo con trabajo y tiempo.

El parecido de los dos cuadros se debe a que no compartieron modelo. El maestro miró a la mujer llamada Lisa Gherardini; el discípulo al cuadro conocido como la Gioconda. "Casi tiene la misma sonrisa", se comenta creyendo ir a la médula. Se buscan los parecidos, pero el juego está en las diferencias y en él surge un misterio nuevo.

Después del misterio de la sonrisa de Gioconda, que ha creado tanta literatura y tontería (que si se logró con la música entretener a la modelo, que si ocultaba unos dientes raídos por el bruxismo, que si aparece y desaparece según se enfoque con la visión directa o periférica, que si es dulce, cruel o ambas cosas), ha llegado el momento de que alguien explique el enigma de las cejas, que no están en el cuadro del maestro y aparecen bastante marcadas en el del discípulo. ¿Por qué el discípulo ve algo que no hay en el objeto que copia?, ¿desobedece y mira el original? Si el original lucía cejas, ¿por qué no las ve el maestro? Es el momento de que un oculista explique el origen del esfumado atribuyéndole a Leonardo una leve miopía.