Midas, rey de Frigia –antigua región de lo que hoy es Turquía– sufrió tan mala fama de codicioso que fue sujeto de una horripilante leyenda. Esta. Midas rogó a Baco/Dionisos que le otorgara el poder de transformar en oro todo lo que tocase ignorando en su ceguera que corría a la propia perdición. Satisfecho el ruego, todo cuanto tocaba el avaro rey –de los alimentos al agua e incluso su propia hija– se convertía irreversiblemente en oro. Desesperado, Midas suplicó a Baco que lo liberase del nefasto poder, lo cual finalmente consiguió purificándose en las aguas del río Pactolo. Y aunque por una vez pueda decirse que el oro no da la felicidad tampoco es probable que desde entonces hayamos aprendido la lección que Dionisos quiso darnos a todos.

Más cerca de nosotros en el tiempo, el aventurero y escritor franco-suizo Blaise Cendrars noveló en El Oro (L´Or) el dramático destino de Johann August Sutter, millonario y terrateniente, que paradójicamente se arruinó por el descubrimiento del primer yacimiento californiano de oro (1848) en una acerería de su propiedad.

Seguramente inspirados en las aleccionadoras historias de Midas y Sutter las eminencias del Banco de España decidieron desprenderse de todas las importantes reservas de oro y plata que poseíamos en cuanto sus cursos empezaron a subir. Sin embargo, leí el otro día en un periódico económico, una adinerada familia española acababa de adquirir, a pesar de su encarecimiento, cien kilos por un total de cuatro millones de euros. También muchos bancos centrales están comprando oro para diversificar las reservas y paliar la volatilidad del dólar. En fin, ante las bajadas de calificación de la deuda española, que anuncian un día sí y otro también las agencias, y las dudas que se ciernen sobre el sistema financiero, obligado a capitalizarse una vez más, sospecho que algunos querrán preservar sus ahorros, al menos parcialmente, recurriendo a inversiones en el deseado metal.

Desde agosto de este año, el precio de la onza de oro se sitúa regularmente por encima de los 1.800 dólares, 1.250 euros por 31,1 gramos, que representa un vuelo ascendente de más del 30% desde enero, después de haber doblado su curso, expresado en dólares, en dos años. Lo que subyace tras este frenesí es la explosión de la demanda de oro por parte de inversores (especuladores y ahorradores). A finales del año 2000, la demanda de oro se repartía entre la joyería (81%) la industria (9,5%) y los inversores (9,5%); a principios del 2011 la joyería consumía solo el 50% de la demanda, la industria el 12 % y los inversores el 36%. India y China, por este orden, absorben la mitad de la demanda mundial de oro en lingotes y piezas.

Marginal hace diez años como soporte de inversión –desde entonces multiplicó su precio por seis– la creciente demanda de oro choca contra la rigidez de la oferta a pesar del aumento del precio. La oferta minera mundial se sitúa en torno a 2.500 toneladas anuales. Otra fuente –aproximadamente 1.600 toneladas– proviene de la fundición de parte del oro almacenado desde al alba de los tiempos, cuyo stock crece el 1,5% anualmente. Y no hay más: 4.000 toneladas de oro ofertadas cada año si el precio es interesante.

Dentro de la demanda de inversión es difícil distinguir la que tiene finalidad especulativa, sustentada en parte en los bajos tipos de interés, y la que obedece a razones de preservación del ahorro huyendo de la incertidumbre que sobrevuela los otros mercados –desde el de cambios al de la deuda e incluso el de materias primas– fenómeno que se conoce como "fuga hacia la calidad" (flight to quality). Habida cuenta que algunos fondos de inversión se interesan por este negocio (ETF, por sus siglas en inglés Exchange Trade Funds) desde hace diez años –poseen actualmente 2500 toneladas del así llamado metal amarillo– florecen los "productos derivados" en papel, de forma que cualquiera puede participar en el juego sin guardar un tesoro bajo el colchón. Pero, atención: esta burbuja también estallará si bien menos brutalmente que la inmobiliaria. De hecho, Georges Soros ya deshizo las posiciones que había tomado en productos derivados al tiempo que redujo su inversión en un fondo cotizado (SDPR Gold Trust). Es asimismo reseñable que la demanda de oro ha caído en 2011 comparativamente a 2010 aunque el precio en dólares ha seguido subiendo, dato que apunta a su interés como instrumento refugio y de diversificación, aun bastante mejor que el franco suizo.

No obstante, en tanto valor refugio el oro no está exento de peligros. En 1987 se produjo la mayor caída porcentual registrada en una sesión según las series históricas del mercado de valores. Como consecuencia, el dinero corrió a refugiarse en el oro propiciando una cotización de casi 500 dólares la onza. A partir de esta cota descendió hasta el año 2000 que empezó a remontar de nuevo para volver alcanzar los 500 dólares en 2006. Quiere decirse, los inversores tardaron casi veinte años en recuperar la inversión soportando de consuno gastos de custodia y sin rentabilidad alguna por intereses, dividendos o alquileres.

Tampoco es previsible la vuelta al patrón oro, que aumentaría también el precio, dado que el crecimiento del PIB y el comercio mundial es superior al del stock del metal garante de la emisión monetaria.

La correlación general, pero con excepciones, entre las materias primas y el ciclo suele ser directa: cotizan a la baja durante las crisis (desciende la producción) y el precio repunta con la buena marcha de la economía (aumenta la producción). Verbigracia, el consumo de cobre y aluminio, y por tanto el precio, están muy relacionados con la situación en la construcción. Por el contrario, el oro incrementa el precio en las crisis al servir de valor refugio. Ahora bien, hace ya diez años que su valor manifiesta una trayectoria alcista, en parte por la demanda emanada de India y China. Esta subida continua del precio del oro es para algunos analistas síntoma de que algo no funciona toda vez que incluso los títulos de la primera economía mundial, Estados Unidos, no se les reputa totalmente seguros. En este sentido, el precio del oro juega el cometido del canario en la mina: nos advierte de una explosión inminente.