Cuenta Cicerón en sus "Tusculanae disputationes" –tomando la leyenda de Timeo de Tauromenion– que Damocles –cortesano de Denis, tirano de Siracusa– envidiaba la suerte de su señor, al que halagaba descaradamente. Denis, fatigado de tanto pasteleo envidioso, le cedió un lecho de oro veinticuatro horas y lo hizo servir por las más hermosas mujeres y apuestos esclavos. Damocles disfrutó despreocupadamente las mieles del poder del tirano hasta que se percató de una espada que pendía sobre su cabeza, sujeta al techo del palacio solamente por un pelo de crin de caballo. A partir de ese momento empezaron las angustias para Damocles que entendió, de eso se trataba, que el poder y sus ventajas –la buena vida, entre otras– pueden perderse en cualquier momento.

La leyenda de "la espada de Damocles" –como se la conoce en el acervo occidental– sintetiza bastante bien la realidad griega de hoy y por extensión la de parte de Europa, muy especialmente la de España y otros PIGS (Portugal, Ireland, Italy, Greece, Spain). Hemos nadado en la abundancia generando una situación quimérica, irreal, absurda y malsana mientras sobre nuestras cabezas hinchaba la amenaza muy real de un gigantesco endeudamiento sostenido únicamente por un tenue hilo: el euro.

Grecia es notoriamente insolvente. No pagará y no podrá recuperar la mínima credibilidad financiera por sí misma por muchos parches y cambios estructurales que se le apliquen, aplastada por la deuda y, sobre todo, por una moneda completamente sobrevaluada respecto a su productividad y competitividad. El euro sostiene la deuda de Grecia como la cuerda sostiene al ahorcado.

En una zona monetaria subóptima como la zona euro llega un momento en el que las divergencias de los senderos económicos nacionales se tornan ingobernables. Solo hay, en esas circunstancias, dos soluciones. Salir del euro o federar las deudas y los presupuestos nacionales renunciando a las independencias políticas de los estados. Decisiones parecidas se han tomado en otros lugares que no constituyen una zona monetaria óptima. Alemania occidental financia a las regiones del este; el norte de Italia al Mezzogiorno; Madrid y Cataluña a Galicia y Andalucía; la región parisina a la PACA; Texas a Michigan, etc. De ahí que a pesar de la inyección constante de dinero y de la compra de bonos por el BCE la prima de riesgo no descienda. Y es que el problema no es el peso de la deuda sino la fragilidad de la cuerda que la sostiene. Mientras no cambiemos de cuerda no hay nada que a hacer. O bien se fabrica con otros materiales, los propios de un Estado federal –tipo EEUU, en el que quedan diluidos los estados fundacionales– o bien el hilo que sujeta la deuda, el euro, se cambia por las antiguas cuerdas/monedas que sostenían los pesos respectivos de la deudas nacionales y las siguen sosteniendo en, verbigracia, Noruega, Gran Bretaña, Suiza y Suecia, entre otros países, sin que nadie se rasgue las vestiduras porque no estén en el euro.

Una tercera opción, asaz heterodoxa, que propugnan ciertos analistas, y no es a desechar de entrada, apunta que ante la imposibilidad de pagar algunas deudas públicas hay que disminuirlas en términos reales mediante una inflación del orden del 4%-6% durante varios años, en oposición completa al principal objetivo del BCE, a saber, el mantenimiento de una inflación media pondera que no exceda 2%. Otra de las ventajas de esta alternativa es que el aumento de los precios incrementa los ingresos del Estado a través de los impuestos indirectos lo que permite pagar más fácilmente una deuda devaluada. El problema es que la medida equivale a una confiscación de la riqueza de los acreedores en la línea de lo que Keynes llamó "la eutanasia de los rentistas". Sin embargo, es difícil que Alemania y Francia –países no tanto de rentistas como de ahorradores– acepten una medida específicamente dirigida contra ellos.

Ahora bien, sería consuelo de ingenuos creer que las primeras desgarraduras de la sujeción de la deuda se escuchan aún muy lejos –en Grecia, por ejemplo– dado que el verdadero hombre enfermo –o Estado, si prefieren– de Europa es España. No se trata de alarmar a nadie ni de intentar vender sensacionalismos ruines para enganchar al lector, no, lo que pretendo es dar correcta interpretación a las cifras disponibles. Recordemos que no ha mucho Obama llamó la atención con relación a la situación desasosegante para la banca internacional de España e Italia, países que pagan altas de primas de riesgo y próximas entre ellas (alrededor del 6% de interés por los bonos a 10 años). Sin embargo, aunque no lo parezca a primera vista, la probabilidad de quiebra de España es más elevada que la de Italia.

La deuda pública italiana suma, redondeando, 2 billones de euros (120% del PIB); la española, 700 mil millones (64% del PIB). Si España tuviera la misma deuda que Italia –en porcentaje del PIB– la prima de riesgo que estaríamos pagando sería insoportable.

Toda Europa sabe que Italia, dentro del euro, siempre funcionó con una deuda pública elevada (como Bélgica) al tiempo que España fue el alumno ejemplar de Europa. Ya en el 2007 la deuda italiana era el 105% del PIB. Por tanto, si los mercados penalizan a España exigiendo la misma prima de riesgo que la de un país de su entorno que tiene el doble de deuda en porcentaje del PIB es porque desconfían más de quien en el 2007 –España- tenía un excedente presupuestario del 2% del PIB y en el 2010 un déficit del 9%. Tremendo hundimiento.

Pero es que además –y esto es crucial– la deuda de las familias en Italia es muy baja: solo el 65% de la media europea respecto a la renta disponible bruta (RDB). Por el contrario, la deuda de las familias españolas está entre las cuatro más elevadas de Europa y la tasa de créditos de dudoso cobro se disparó del 1% (2007) al 6% (2010).

Diez años después de nuestra entrada en la Union Económica y Monetaria constatamos que tan rimbombante designación es, en parte, una tremenda estafa. Pertenecemos, qué duda cabe, a una unión monetaria, por compartir la misma perniciosa moneda diseñada idealmente para Alemania, pero los mecanismos que caracterizan una auténtica unión económica ni están ni se les espera. Así, a nadie debe extrañarle que España se encamine hacia los seis millones de parados aunque la contabilidad imaginativa de las estadísticos nos consuela, de momento, con un millón menos de desempleados.