El play-off de ascenso a Primera División ha tenido su lógico colofón, el que se venía gestando desde hace días: los jugadores del Granada dando saltitos entusiastas mientras llaman hijo de puta al entrenador rival desde lo alto del balcón del ayuntamiento de la ciudad. Desde Scaloni no vivíamos semejante refinamiento. Y al frente de las operaciones, un niño de diez años, el hijo del presidente Quique Pina, con quien por lo visto los Lunnis no han hecho su trabajo y al que se le hinchaban los carrillos mientras gritaba aquello de "puta Elche, puta Elche, eh, eh..." Solo faltó el ahorcamiento simulado de Pepe Bordalás para que el delirio fuese completo y el pueblo, entregado, alcanzase el éxtasis.

El sonrojante episodio del ayuntamiento es el deleznable final a dos semanas en las que el fútbol ha mostrado su peor cara y en las que se han despertado los instintos más bajos de gente que debería estar muy lejos del deporte. El play-off de ascenso a Primera ha sido una selva en la que se han repetido toda clase de comportamientos vergonzosos –llegando en muchos casos a lo delictivo–, y que obligan a una profunda reflexión sobre sus protagonistas y sobre el papel que juega en todo este tinglado la Federación Española, sus distinguidos comités, la Liga de Fútbol Profesional e incluso el Consejo Superior de Deportes, cuyos responsables parecen solo preocupados por llevar sus traseros a los palcos más selectos del mundo y poner su cara al lado de la de Nadal, Gasol o Del Bosque.

En estas dos semanas infames –y sin entrar en los bochornosos arbitrajes– han proliferado los insultos, las amenazas entre compañeros de profesión, la incitación a la violencia por parte de los órganos de comunicación de algunos clubes, las agresiones de aficionados a jugadores del equipo rival, los apedreamientos a autocares...Un espectáculo que sonrojaría en el tercer mundo y que constituye un gravísimo retroceso para nuestro fútbol. Pero mientras la ola de basura crecía de forma constante y se hacía incontrolable los responsables de velar por la limpieza de la competición y la seguridad de quienes la protagonizan y disfrutan se dedicaron a tocar el violón más preocupados, seguramente, de cerrar los vuelos para las vacaciones de verano. Incluso Antiviolencia pasó de declarar de alto riesgo el Granada-Celta y fueron los vigueses los que alertaron de que apenas había treinta agentes destinados para el partido y lograron que aumentase la dotación. Seguramente a lo largo de esta semana el Elche y el Granada recibirán la factura federativa, un multazo de época con el que seguir pagando dietas y kilometraje, que es lo que realmente preocupa, pero que no soluciona gran cosa. En el camino ha podido pasar de todo y eso es lo que debería meditarse de cara a próximas temporadas.

De todos modos la dejación de funciones de los órganos rectores del fútbol no puede servir de excusa para el indignante comportamiento que en este mes de junio han tenido el Elche –en menor medida– y sobre todo el Granada, que ha ofrecido un ejemplo de zafiedad como no se recordaba y que eligió siempre el peor de los caminos para llegar a la meta. La felicidad del hijo de Quique Pina, ese angelito, es un síntoma.