La corroboración de la eficacia de las terapias psicoanalíticas escapa a los usos de la ciencia, esto es, sus resultados no son contrastados por medio de inferencias causales comprobadas estadísticamente según procedimientos y protocolos científicamente homologados. Estas exigencias clínicas sí son de rigor en psiquiatría. Científicamente, el psicoanálisis es una estafa teórica y práctica. Freud rehabilitó el inmaterialismo del inconsciente contra el materialismo neuronal. Y ahí, no es para menos, con el advenimiento de las neurociencias se le vino abajo todo el tinglado. El freudismo en general es pensamiento mágico cristalizado en una gnosis que tiene respuesta a todo y funciona en circuito cerrado. Dejando de lado el caso de los genios frágiles, afectiva o síquicamente, tiene su picante constatar como el pensamiento mágico puede calar entre fogueados y maduros intelectuales. Probablemente por las mismas razones que pensadores occidentales de muy alto nivel han sido nazis o maoístas cuando el comunismo ya no daba más de sí.

Los fastos más esplendorosos no los conoció el psicoanálisis en Viena sino en Nueva York. Hubo una época en la que para ser alguien en EE UU había que tener su propio psicoanalista de cabecera. Cuanto más reputado y caro, mejor. Porque las vivencias del psicoanálisis, como las de Dominguín, hay que contarlas. Sin embargo, con los progresos de las neurociencias, a partir de los años setenta del pasado siglo, el mundo académico norteamericano empezó a poner en entredicho y cuestionar activamente los fundamentos científicos de la terapia freudiana. En Europa, la demolición del mito tardó algo más habida cuenta de un raro trinomio machihembrado entre marxismo, feminismo y psicoanálisis. Sus últimos castillos de invierno se pertrecharon de la munición que les suministraba la intelectualidad parisina, superficial y oportunista -también brillante- como ninguna otra en el mundo. Pero la intelectualidad parisina poca munición de grueso calibre podía aportar a la causa de Freud desde el día que Sartre respondió en Nueva York con la boutade, no exenta de verdad, “El existencialismo es mi medio de existencia” cuando un periodista le preguntó qué era el existencialismo.

Caricaturas aparte, hay de todo, obviamente. Allí y aquí. Aprontando dinamita a la empresa de demolición sistemática del pensamiento mágico freudiano, de París llega a España un libro de Michel Onfray (“Le crépuscule d’une idole”). No es lo mejor que se ha escrito al respecto -yo prefiero, de la escuela francesa, “Le livre noir de la psychanalise”, de C.Meyer, o “Mensonges freudiens” de J. Bénesteau- pero entierra un clavo más en el ataúd del que espero no vuelva a salir la enorme y dañina mentira que es el psicoanálisis. En la actualidad esta teoría no encuentra prácticamente defensores en el seno de la comunidad científica. Ni la sicología experimental, ni las neurociencias, ni las ciencias cognitivas avalan las pretensiones de Freud.

Freud rechazaba la prioridad fisiológica y biológica de las enfermedades mentales estableciendo una manipulada etiología de patologías que pretendía surgidas del laberinto de un dispositivo síquico cuya existencia -sin demostración alguna- remitía a postulados. Sobra decir que si los fundamentos epistémicos del psicoanálisis no pueden adscribirse al campo de las ciencias naturales entonces su pretendida racionalidad degenera en simple actividad de gurús atentos al control de almas y conciencias. A falta de fundamento científico, la indefensión del paciente se manifiesta en una sumisión de esclavo a amo que permite al psicoanalista explotarlo espiritualmente cuando no ideológicamente, sexualmente o económicamente.

Onfray barre el falso lugar común, ampliamente propalado por hagiógrafos y biógrafos, del Freud naturalista científico, liberal y demócrata. Por muchos injertos con los que hayan intentado adornarlo ex-post el freudismo pertenece a la corriente antifilosófica del conservadurismo papanatas. La leyenda ha hecho de Freud un filósofo racionalista pero la verdad es que creía a pie juntillas en la numerología, la telepatía y el simbolismo. Para mayor inri, el conservadurismo de Freud no era solamente de carácter científico. El 26 de abril de 1933 dedicó un libro a Mussolini con estas palabras: “A Benito Mussolini, con respetuosos saludos de este hombre añoso que reconoce en el dirigente un héroe de la cultura”. Aunque, las cosa como son, Onfray se quedó corto a la vista de lo que nos dice Paul Weindling (“Health, Race, and German Politics between National Unification and Nazism”) respecto a la defensa del eugenismo que Freud tuvo a gala. En 1911 firmó una petición internacional que preconizaba “la selección en la reproducción de la especie para favorecer la evolución de la humanidad hacia un perfeccionamiento físico y psíquico de la raza”. Ahí queda eso.

Asimismo, Freud mintió con un cinismo absoluto respecto a los casos fundadores de su pretendida ciencia -no se le conoce ninguna curación- que resuelve de forma literaria, sobre el papel, torturando sin rubor la realidad a la que inyecta todas las afabulaciones necesarias para llegar a sus fines. Es el suyo un pensamiento mágico que puede resultarle útil a algunos sujetos -siempre que no estén verdaderamente enfermos- fácilmente sugestionables. En este sentido, los rarísimos logros del psicoanálisis se aparentan con los del efecto placebo en homeopatía -científicamente, otra estafa- o con las sanaciones de chamanes y exorcistas. Y no es de extrañar toda vez que cuando echamos con distanciamiento una ojeada a las sectas freudianas tenemos la impresión de encontrarnos frente a una casta de gurús imbuidos de la pretensión de dominar las conciencias con la teorización de la primera religión post-cristiana occidental con su cohorte de ortodoxos, heterodoxos, apóstoles, judas, conclaves, excomuniones, etc.

A los gurús les salió empero el tiro por la culata. Los ataques a la obra de Freud y acólitos surgieron por dos frentes distintos. Uno, quedó dicho, el de las neurociencias; otro, menos conocido, partió de un estudio minucioso y objetivo de su obra. En este segundo frente, se comprobó que las curaciones de los casos más sonados eran falsas. Freud recuperó a derecha e izquierda materiales dispersos en los estudios de diversos casos clínicos para ensamblarlos en personajes conceptuales o caracteres en el sentido de La Bruyère. Con estos materiales Freud constituyó una galería de arquetipos psicopatológicos a los que pretendía haber curado para legitimar la eficacia teórica y práctica de la disciplina científica de la que se consideraba el fundador. Pero la verdad es que las terapias freudianas son puro noúmeno kantiano, teorización literaria sin curación real.