No viene a cuento ocultar que la crisis financiera de 2008, que desbordó posteriormente al sector real, ha afectado gravemente a algunos diarios por el impacto negativo en la publicidad, a lo que hay que sumar el descenso en el número de lectores en la versión impresa hasta el punto que muchos periódicos son incapaces de cubrir los costes fijos, laborales, de impresión y distribución y se echan en brazos del poder político, o económico, para mantenerse a flote. El peaje que deben pagar, está claro, no es compatible con el periodismo de calidad.

Por otra parte, la prensa aborda el siglo XXI espoleada por la innovación y perfeccionamiento de las tecnologías de la información y comunicación (TIC). Si a esto añadimos que para los jóvenes la exploración de la pantalla de un ordenador o de un teléfono celular es casi una segunda naturaleza, columbro que el futuro del periódico impreso en papel ha dejado atrás sus mejores días. No obstante, quizás lo peor de esta situación no surja de la competencia de los soportes digitales al diario tradicional, sino de la falta de pegada que se viene constatando en artículos, columnas y crónicas rubricadas por los, así llamados, intelectuales que "hacen la opinión" –subdivididos en "vacas sagradas" y "triunfitos"– de la prensa de difusión nacional. Lo cual ha provocado, bien pudiera ser, por embadurnamiento de todo el arcoíris periodístico, una justificada desafección de lectores.

Tanto la opinión/artículo/columna como el informe/reportaje, que trato aquí como géneros periodísticos contrastable y exigentes, tienen sus respetos, sus sumisiones y sus honras. También sus hormas y deshonras que se gastan en el comercio del palabreo. En cualquier caso, todas las excepciones que honran al periodismo analítico se caracterizan, allende la solvencia y rigor en el quehacer, por una independencia jamás puesta en entredicho, asentada en algo más que en un lenguaje duramente conminatorio, profesoral o de intransigencia moral. No es para menos habida cuenta que a estas alturas el lector avisado es muy consciente que en el discurso moralizante late cada dos por tres la provechosa concordia con algún poco confesable designio. Asimismo, no hay que confundir análisis/opinión independiente –es decir, con criterio propio y sin partidismos– con marginal o extravagante. Nada hay menos independiente que los gurús de grupúsculos o entidades sociales marginales o poco representativas sea cual fuere el origen o finalidad de su ideología.

Al arrugamiento intelectual del mal periodismo hay que añadir, insisto, que Internet constituirá el cauce privilegiado del vector de difusión de la prensa en el futuro (prensa on-line) Bajo este enfoque, la prensa debe estudiarse como un caso particular de la economía de redes, sujeta a tres leyes. Dos de esas leyes –que no cito para no adormecer al lector- tienen un carácter marcadamente técnico– empírico; la tercera es fundamentalmente económica. Estas tres leyes, sin contar con los problemas que suscitan las masivas talas de árboles, llevan inexorablemente a la desaparición de la difusión de la prensa impresa en papel salvo quizás como minoritario artículo de lujo. Y quien dice difusión de la prensa dice difusión de la información.

En teoría, la información se asemeja a un bien colectivo (o público). Dado que la información comparte las características de los bienes públicos hay quien ha llegado a aventurar que las salas de redacción están condenadas a desaparecer pues Internet suministra sobradamente los inputs informativos. Gran error: la información aun teniendo las características intrínsecas de los bienes colectivos presenta un carácter estratégico que influye en su valor.

Es obvio, la característica profesional del editor de prensa no es, como a veces se cree, imprimir periódicos sino organizar una redacción. Por tanto, aunque el costoso soporte actual en papel desaparecerá en un plazo que no me atrevo a predecir, el modelo actual de prensa, en tanto vector de información ordenada y sistematizada, terminará el siglo en curso jugando el mismo cometido crucial que hoy día. Siempre y cuando la información y la opinión que distribuyan sean de calidad. Solo empresas editoras dotadas de capacidad financiera y tradición organizativa muy rodada pueden acceder a la información estratégica, o semi-estratégica, que no se encuentra en la red (comprándola a agencias o redactores especializados) al tiempo que la procesan y transforman en compacta y clara con el fin de hacérsela asimilable al lector medio. Esto es ni más ni menos el trabajo de los profesionales de la prensa hoy y lo será mañana.

Si bien, anterior a la crisis del 2008, recuerdo un caso, extraído de la casuística francesa, muy oportuno. Gracias a la excelencia perseguida en la enseñanza secundaria y en la superior, junto con el propio genio de la lengua nutrida del acervo de una literatura riquísima, las informaciones, análisis y opiniones que desde siempre leímos en la prensa del país vecino se han reputado de claras, inteligentes y bien escritas. Hasta hace poco, ninguna persona culta francesa se acostaba sin haber leído "Le Figaro" o "Le Monde". Y, más importante, casi nadie discutía su contenido, que correspondía, en perfecta superposición aunque con el habitual matiz derecha/izquierda, a la opinión institucionalizada. Eso era, repito, hasta hace poco. En el 2005, a instancias del reverdecimiento del espíritu crítico francés impulsado desde los blogs se produjo una desgarradura en el prestigio de la prensa escrita tradicional, la institucionalizada, que dura hasta hoy.

En efecto, el debate concerniente al referéndum europeo encontró fuera de las redacciones, en los blogs, los más inteligentes, cultos e incisivos análisis en contribuciones anónimas, o de autores desconocidos, al tiempo que la prensa tradicional repetía, con ligeras inflexiones de tono izquierda/derecha, las mismas banalidades, lugares comunes, topicazos y refritos de los políticos profesionales. De las redacciones y colaboraciones de la prensa tradicional francesa –impresa u on-line– solo se obtenían juicios más que sabidos, harto trillados, que bien escritos y argumentados empero no se apartaban prácticamente un ápice de la opinión institucional. Por el contrario, de los blogs surgieron análisis frescos, eruditos, bien razonados, vívidos, novedosos, que sacaron los colores a las grandes firmas instaladas en los diarios tradicionales.

De consuno, generando un caos informativo malsano, también pueden leerse on-line análisis que rozan el dislate, trufados de conspiranoia, dirigidos al lector desprotegido intelectualmente, terminando por hacer mella en los más. A expensas de un organismo profesional, la Online News Association, que para garantizar cierta calidad de la información atribuye oficialmente premios a los agentes de la prensa on-line más fiables. Evidentemente, como este mecanismo de retribución y prestigio no es aval suficiente, lo más fiable sigue siendo la difusión de la información y la opinión organizadas desde una redacción clásica, poco importa que publique en soporte papel o digital.

Sucede que, visto el ejemplo del referéndum europeo en Francia, la prensa tradicional está pagando la instalación en jerarquías atornilladas de las "vacas sagradas" y de los "triunfitos". Que han acabado por fatigar a buen número de lectores ahora más anclados en los blogs que en la lectura razonada del periódico de sus padres. Para combatir este estado de cosas, proclive a un auténtico cafarnaúm informativo, es mi opinión que en un mundo fugazmente cambiante que nos atropella día a día con el ritmo que impone a sus mutaciones, el periodismo misionero español –investido de la misión de informar con calidad e independencia– debe desprenderse de ciertos resabios y automatismos copiados de las cabeceras más prestigiosas que son, como en el caso francés, con frecuencia las más banales y vanidosas.