En un principio, el proyecto de colocar en órbita un satélite artificial tenía por finalidad observar si la forma del planeta Tierra –el geoide– era la prevista teóricamente con cálculos geodésicos. Los norteamericanos lanzaron el desafío en 1955. Nadie prestó atención a la URSS, considerada tecnológicamente muy atrasada.

Inesperadamente, el 4 octubre de 1957, la Unión Soviética, con Rusia a la cabeza, logró colocar en órbita, antes que ningún otro país, el satélite Sputnik1, éxito que redondearon los soviéticos al orbitar poco después una cápsula con un ser vivo: la perra Laika. Como queriendo pitorrearse de sus rivales estadounidenses –y por entonces, en "plena guerra fría", acervos enemigos– el Sputnik1 emitió señales radiales, el famoso bip-bip, que se captaron en todo el planeta. Si los soviéticos les hubiesen tocado vuvuzelas a los norteamericanos no les hubiese sentado peor.

Los logros espectaculares de la ciencia y la tecnología de la URSS desencadenaron una sicosis colectiva en Estados Unidos cuya población se sintió amenazada. La amenaza se materializó en bofetón cuando el 6 diciembre de 1957 los norteamericanos lanzaron su primer satélite, el Vanguard TV3, que explotó ante las cámaras del mundo entero. Finalmente, con el Explorer1 el 1 febrero de 1958 colocaron en órbita un modesto artefacto de 18 kilogramos. Jrushchov, despectivo, se guaseó de los norteamericanos declarando que en lugar de enviar satélites orbitaban naranjas.

En este contexto de guerra fría y carrera espacial entre la URSS y EE.UU se produjo un hecho mayor de la historia de la humanidad. El 12 abril de 1961 la Unión Soviética colocó en órbita la capsula Vostok (Oriente, en ruso) tripulada por el cosmonauta Yuri Gagarin. Esa hazaña cenital tuvo dos protagonistas, uno de ellos completamente desconocido incluso para los servicios de información occidentales: Yuri Gagarin y su mentor, Sergei Korolev.

Gagarin (1934-1968)

En unos días se conmemora el 50 aniversario del vuelo histórico de Yuri Gagarin, primer hombre en orbitar la Tierra. La noticia dio la vuelta al mundo en cuestión de horas. Gagarin devino en héroe internacional, admirado por doquier incluida la España franquista. Su gesta, en general, fue vista como un triunfo de la humanidad. Ahora bien, como es natural, los soviéticos se sintieron henchidos de alegría y orgullo y, por el contrario, los norteamericanos quedaron estupefactos de abatimiento. Por haber sido el primer hombre en sustraerse a la atracción terrestre, la gesta de Gagarin infligió a los estadounidenses, en aquel contexto de odio y lucha por el dominio del mundo, una humillación sin precedentes.

Padre de dos niñas, Yuri Gagarin tenía 27 años. Su suerte se decidió solo cuatro días antes al ser escogido de preferencia a Titov que quedó como su suplente. En el trayecto hasta el vector, a Gagarin le entraron ganas de orinar; mandó detener el autobús y se alivió contra una rueda. Desde entonces, todos los cosmonautas que parten del cosmódromo de Baikonur repiten el ritual de lo que llaman "el gesto de la suerte". Algún tiempo después, su competidor americano Shepard sintió la misma necesidad, ya dentro de la cápsula, y como en esa época aún no estaban preparados para esos imprevistos, tuvo que evacuar dentro de la combinación de vuelo, si bien previamente cortaron desde tierra la corriente de los captores eléctricos para que no se electrocutara. A partir de ahí, los viriles astronautas despegaron con el pañal puesto.

Supersticiones aparte, "el gesto de la suerte" de Gagarin quizás no fue inútil toda vez que la fiabilidad de los vuelos era inferior al 50% teniendo en cuenta que de los precedentes 15 tiros del misil 8 habían fracasado. Gagarin se instaló con relativa facilidad en la minúscula cápsula espacial Vostok –1,6 metros cúbicos– gracias a su corta talla, 1,59 metros. Cosas de la burocracia soviética, en el bolsillo llevaba obligatoriamente el carné de identificación profesional que lo reconocía como "Cosmonauta n° 1". Todos los testigos coinciden en que Gagarin no mostró el mínimo temor. A las 9.25 horas, "Cedro" (su nombre de código) estaba en órbita. Por primera vez en la historia un hombre veía la Tierra, a 28.000 kilómetros por hora, desde el espacio.

Empero, una vez colocada la cápsula en órbita después hay que descender. Antes de Gagarin, los satélites Sputnik habían servido para experimentar con perros e incluso para enviar una sonda espacial a Venus; asimismo constituyeron excelentes bancos de pruebas para perfeccionar las técnicas de retorno. No obstante, la cápsula Vostok en la que volaba Gagarin alcanzó una órbita fuera de cálculo, superior a la prevista. Pudo haberle costado la vida pues cuanto más se aleja un objeto de la Tierra más tiempo permanece en órbita. La densidad del gas residual que frena la carrera de la nave decrece con la altitud. Una cápsula a 200 kilómetros de altitud solo permanecerá algunos días en órbita pero a 300 kilómetros permanecerá varias semanas; los satélites geoestacionarios que hoy aseguran los servicios de telecomunicaciones, a una altitud de 36.000 kilómetros, permanecerán en órbita un millón de años.

Agua y oxígeno para diez días

Respecto a los primeros vuelos habitados -200/400 kilómetros de altitud- era suficiente disminuir la velocidad para que las garras de la gravitación llevaran la nave a órbitas cada vez más bajas. En esas circunstancias, la idea de los ingenieros soviéticos fue invertir el empuje de los motores generando una especie de "retrofrenada" para ralentizar la carrera de las naves. La de Gagarin se instaló en una trayectoria de 357 kilómetros de apogeo (el punto en que la cápsula Vostok se encontraba más alejada de la Tierra) y 181 kilómetros de perigeo (el punto de la órbita más cercano a la Tierra). La órbita, demasiado alta, estaba fuera de los cálculos correspondientes al plan de vuelo. Si el sistema de "retrofrenada" se hubiera estropeado Gagarin habría debido permanecer 50 días en el espacio. Los ingenieros habían previsto el eventual desfallecimiento del sistema de retrofrenada pero a partir de una órbita mucho más baja, con lo cual Gagarin solo disponía de agua, electricidad y oxigeno para diez días, no para cincuenta. Felizmente, el sistema funcionó.

Entrada en la atmósfera

Otra maniobra delicada era la entrada en la atmósfera. Al penetrar a gran velocidad en un medio denso la nave sufre rozamientos intensos que la recalientan a altas temperaturas. Para proteger la nave de Gagarin los soviéticos la equiparon de un escudo térmico. Además se hizo entrar la nave por su parte más ancha para aumentar la superficie de contacto y por tanto la eficacia de la frenada. Técnica que se sigue utilizando en la actualidad. La misión de Gagarin, esto es, la primera incursión en el espacio, duró 108 minutos. Después de una vuelta completa a la Tierra, la nave entró en la atmósfera. Y ahí empezaron los problemas, frente a los cuales Gagarin demostró un temple de acero. La separación de la cápsula del módulo de servicio se produjo con diez minutos de retraso en circunstancias espantosas. Sin embargo, Gagarin no comunicó nada a tierra para no perjudicar a su valedor Sergei Korolev, padre del programa espacial soviético. Finalmente, a una altura de 7.000 metros, Gagarin fue eyectado de la capsula y descendió en paracaídas. Este descenso se mantuvo en secreto hasta 1990; los soviéticos temían que el vuelo no se homologase por la Federación aeronáutica internacional que exigía que los records fueran realizados, de un extremo a otro, en la misma aeronave.

La trayectoria profesional de Gagarin fue canónica dentro del espíritu de recompensa, emulación y meritocracia del régimen soviético. Obrero metalúrgico, hijo de obreros, adquirió después, por propia decisión, formación de paracaidista y posteriormente obtuvo el título de piloto. Seleccionado con otros pilotos para recibir entrenamiento de cosmonauta lo eligen in fine para la misión del 12 de abril. Al convertirse en un icono fundamental de la propaganda soviética le prohibieron volver a subir a una cápsula espacial por el riesgo que entrañaba. Gagarin batalló hasta conseguir que le permitieran volar como piloto de caza; el 27 marzo de 1968, en el curso de un entrenamiento de reconversión se mató con su instructor en un Mig15. Tenía 34 años. Imposible para un héroe acceder a la eternidad con una muerte más romántica y en consonancia con su vida.

Korolev (1906-1966)

Con más de 1.760 vuelos registrados, el cohete espacial ruso Soyuz detiene el récord mundial de lanzamientos. Este vehículo mítico –avatar espacial del Citroën 2CV– es descendiente directo del misil R7/Semiorka desarrollado en la década de los cincuenta del siglo pasado. El origen de esta singladura tecnológica reside en los V2 alemanes –primeros misiles balísticos relativamente sofisticados- fruto del genio de Werner von Braun, copiados casi idénticamente, al principio, y mejorados, posteriormente, por el no menos genial ingeniero ruso Sergei Korolev.

Korolev, con obstinación y voluntad únicas, tejió en la sombra el primer cañamazo de la carrera espacial soviética. A los 33 años ya había conocido la prisión –dicen que también la tortura– y el exilio siberiano de la época del terror estalinista. Paradójicamente, fue salvado por Lavrenti Beria –el jefe de la policía secreta soviética- de una muerte anunciada. Beria decidió repescar en las prisiones rebosantes de talentos los físicos e ingenieros, entre ellos Korolev, necesarios para el programa aeronáutico soviético.

Bajo la coordinación y dirección de Andrei Tupolev –el diseñador de los famosos aviones del mismo nombre– los soviéticos concebirán bombarderos e ingenios militares como los lanzacohetes Katiuska, los famosos "órganos de Stalin", al tiempo que Korolev, gozando de cierta autonomía, se dedica a diseñar ingenios aeroespaciales.

En 1946, dos años después de su liberación, Korolev trajo de Alemania a algunos de los colaboradores de Von Braun, que se había rendido a los americanos. Desarrolló nuevos conceptos aplicables a los cohetes a partir del principio de tres módulos o pisos propulsivos –conocido como "sistema segmentado"– que se van desprendiendo a medida que el carburante se consume, lo cual permite multiplicar la potencia de progresión del cohete al ir perdiendo peso.

A partir de 1951 los soviéticos ya transportan experiencias científicas en la alta atmósfera especialmente con perros colocados en cápsulas eyectables. En 1953, poco antes de su muerte, Stalin decidió dotar a la URSS de un misil balístico capaz de expedir una bomba termonuclear de 3 toneladas hasta EE UU. Contrariamente a los americanos, que tenían en Alemania misiles instalados en las mismísimas puertas de la URSS, los soviéticos necesitaban vectores de gran alcance para poder golpear el corazón de EE UU jugando con una eventual represalia como amenaza latente en el contexto de la guerra fría. Se sigue que la superioridad en vectores alcanzada por los soviéticos fue en cierta medida una consecuencia geoestratégica.

A tal fin, Korolev –cuya existencia los occidentales ignoraron hasta su muerte en 1966– concibió el R7, bautizado Semiorka. Este vector tendrá un alcance de 6.000 kilómetros. Cambiando de estrategia, en lugar de empilar los pisos de propulsión el genial Korolev los agavilló en un haz de cuatro propulsores en torno a un misil de 30 metros, esto es, 5 motores de 80 toneladas de empuje cada uno. Esta revolución tecnológica será decisiva para el éxito de los Semiorka, primero, y Soyuz, después.

Cohete intercontinental

El 21 de agosto de 1957, sufridos tres fracasos consecutivos, los soviéticos efectúan con limpieza absoluta el primer tiro de cohete de alcance intercontinental jamás realizado: desde el cosmódromo Baikonur (Kazajistán) hasta la península de Kamchatka, en una punta de Siberia que penetra en el Pacífico. En EE UU la inquietud fue atroz. Pero a Korolev no le interesaban las posibilidades militares del vector; su genio no se destinaba a conquistar la Tierra sino el cielo. Sin dudarlo, añadió al R7 otro piso para transformarlo en vector capaz de transportar una carga útil en órbita. Imparable, dos meses después pone el Sputnik1 en órbita. Digamos para la anécdota que, como señuelo ante un eventual bombardeo, el cosmódromo de Baikonur se encontraba en realidad a 400 kilómetros de la ciudad con el mismo nombre que figuraba en el mapa.

En el éxito del vuelo de Gagarin la suerte estuvo de su parte. En esa época, los soviéticos tenían muy poca experiencia de la puesta en órbita: solamente diez Sputnik desde 1957. Al alba de la conquista espacial, Korolev disponía sin embargo de los conocimientos teóricos sentados desde 1903 por Konstantín Tsiolkovski –hijo de emigrantes polacos, maestro de escuela, físico autodidacta, pionero de la astronáutica– que en su obra "Exploración del espacio cósmico por medio de ingenios a reacción" expuso la posibilidad de viajar al espacio gracias a la propulsión de cohetes a reacción e incluso aprontó muy atinadas ideas respecto al tipo de carburantes que deberían utilizar, junto a la propuesta del "sistema segmentado" arriba mencionado. Más concretamente, calculó que había que impulsar un objeto a 7,8 kilómetros por segundo (28.000 kilómetros por hora) inyectándolo desde una altitud de 200 kilómetros para lograr colocarlo en órbita pues a esa velocidad se vence la fuerza gravitatoria de la Tierra. Para desembarazarse completamente de dicha fuerza gravitatoria –por ejemplo, para un viaje interplanetario– hay que ir más allá de los 16,6 kilómetros por segundo, alcanzado en esa frontera la llamada "velocidad de escape".

La respuesta de EE UU

Con el Semiorka, Korolev se dotó de los medios que convenían a sus fines. El cohete era suficientemente potente para transportar un satélite y extraerse de la atracción gravitatoria de la Tierra y alcanzar la velocidad orbital elíptica. Por ello, cuando en Copenhague, en un congreso, el representante norteamericano le dice al ruso, Sedov, que el primer astronauta será americano, Sedov le responde que el primer astronauta será un perro, pero un perro ruso. El americano se echó a reír atribuyendo la boutade al vodka. Mal sabía el norteamericano que en ese terreno no podían competir con los soviéticos pues el cohete Redstone de EE UU carecía de potencia.

Alan Shepard el primer astronauta norteamericano enviado precipitadamente para contrarrestar el "efecto Gagarin" hizo lastimosamente el ridículo. Su cohete alcanzó la altitud de 186 kilómetros –la frontera entre la atmosfera y el espacio se sitúa aproximadamente a una altitud de 100 kilómetros– pero sin completar ni una vuelta a la Tierra; descendió siguiendo una trayectoria balística suborbital.

En la carrera espacial entre EE UU y la URSS los soviéticos se pusieron en un principio en cabeza y conservaron la delantera hasta que gracias al programa Apollo, dotado de ingentes medios, los norteamericanos pisaron la Luna el 20 julio de 1969. Esta hazaña marcaría el principio del fin de la URSS al obligarla a asignar y mantener un gran porcentaje del presupuesto a fines alejados del bienestar cotidiano de la gente; la ayuda militar suministrada por los norteamericanos a los talibanes en Afganistán –via Pakistán– y el ansia de libertad de los ciudadanos de países comunistas harían el resto. Pero aun así, hoy, plenamente conscientes de la brutalidad ideológica imperante en la Unión Soviética y del ahormado que sufrieron sus habitantes, releyendo la gesta de todo un puñado de naciones pobres en nombre de las naciones pobres, el 12 abril de 1961, personalizada en un humilde obrero metalúrgico, Yuri Gagarin, a algunos se nos pega en el corazón como un dorado polvillo de admiración por lo grandes que llegaron a ser los soviéticos.