En los últimos años de crecimiento de la economía española –a tasas que tardaremos una década en volver a ver– un Presidente eufórico, con el ego hinchado a justo título por los vientos que empopaban una singladura en apariencia impecable, se jactó de que España, con él al timón, sobrepasaría el PIB per cápita francés a la vuelta de la esquina después de haber dejado atrás al italiano. A los franceses no les sentó muy bien el desafío sobre todo porque al ser contribuyentes netos al presupuesto europeo habían colaborado al crecimiento de España en detrimento del suyo propio.

Pero, ay, el PIB español en 2010 cerró en caída (-0,1%), contrastando lastimosamente con un crecimiento medio del 1,7% en la Unión Europea. Este dato es significativo en más de un sentido pues siendo mucho más notable la caída del PIB en 2009 (-3,7%) que en 2010 fue sin embargo inferior a la caída media del PIB europeo (-4,2). Y el dato es significativo, insisto, porque quizás marque una desconexión de España con los ciclos europeos toda vez que desde 1994 –hace 16 años, bastante antes de haberse puesto en circulación el euro– no teníamos un crecimiento del PIB inferior a la media europea. Es pronto para concluir, además aún no tengo los datos de Eurostat hasta 2010 incluido, pero dado que la inflexión empieza a cristalizar a partir de 2008 caben las siguientes consideraciones.

Si tomamos como fecha de referencia simbólica el fin de la autarquía española en 1959 y el comienzo de una nueva fase en 2008, con datos normalizados, la dispersión del crecimiento del PIB en los países que hoy constituyen la zona euro ha permanecido prácticamente estable en el período 1960-2007 reduciéndose solo marginalmente en los últimos años. Esta dispersión proviene esencialmente de una heterogeneidad importante de las tasas de crecimiento tendencial entre los distintos países, reflejando, en algunos de ellos, la convergencia o dinámica de alcance respecto a los más desarrollados y con mayores dotaciones de capital público, privado y humano. Por el contrario, la dispersión de la brecha de capacidad productiva (output gap) de los países que hoy integran la zona euro disminuyó nítidamente, sin discontinuidad, en el curso del periodo considerado lo cual constituye un signo claro de creciente sincronización. A comienzos de 2008 el índice de correlación de los ciclos de los países del euro se encontraba a su nivel histórico más elevado (0,65 teniendo en cuenta que el índice de correlación perfecta es 1). Y, dato más relevante aun, si solo tomamos en consideración las cuatro grandes economías de la zona euro –Alemania, Francia, Italia y España, que suman el 80% del PIB– el índice de correlación es incluso más elevado (0,85).

Ciñendo el análisis a partir de la entrada en el euro, es lícito preguntase si existe un país en la zona euro cuyo ciclo económico influye significativamente en la economía de los demás países de la zona. No tengo esa impresión ya que la mayor correlación –la de los cuatro grandes países ya citados– es una correlación simultánea incluso analizando la correlación desfasada. Este resultado es muy importante en términos de política monetaria al indicar que el BCE no fija, aparentemente, los tipos de interés ateniéndose a la necesidad de algún gran país en particular (Alemania, por ejemplo, pesa el 36% del PIB de la eurozona). Aparentemente porque analizando el ciclo de exportaciones observamos que este sí juega un papel muy importante en el ciclo global de los cuatro grandes países de la zona euro… exceptuando España. Y como los ciclos de exportaciones están fuertemente correlacionados, los lazos comerciales parecen constituir el principal factor de sincronización de los ciclos económicos en el seno de la zona euro, pero, ya digo, con la excepción de España. La conclusión que yo extraigo es que, en términos coste-beneficio, el euro no nos beneficia.

En teoría, la instauración de una unión monetaria como la que corresponde a la zona euro desencadena una dinámica endógena, es decir, aumenta la correlación entre las economías esencialmente por los intercambios comerciales. Por ello, el aumento de la demanda en un país tendrá un mayor impacto sobre la demanda de los otros miembros que la que correspondería si cada uno tuviera su propia moneda. Así, la dinámica endógena favorece la propagación de choques y la correlación de ciclos. Krugman criticó este enfoque al poner de manifiesto que la intensificación del comercio puede impulsar la especialización de las economías limitando la sincronización de los ciclos de actividad. Temo, y es a lo que iba, que Krugman tiene razón si bien los últimos datos de exportaciones españolas proyectan cierto optimismo aunque es pronto para echar las campanas al vuelo.

Es cierto que la correlación entre los países de la zona euro ha aumentado desde la creación del Mercado Único en 1993 y la Unión Monetaria Europea en 1999 pero no queda excluido que el dato de crecimiento europeo y el español, en 2010, apunte a la ruptura de esa aparente sincronía toda vez que la correlación de España con las otras tres grandes economías europeas no proviene del ciclo de exportaciones sabedores que la balanza comercial ha contribuido negativamente al crecimiento del PIB en casi todo el periodo considerado y tanto es así que el ciclo económico español presenta una correlación relativamente baja con las exportaciones y muy elevada con el consumo (0,9).

En resumidas cuentas, la correlación simultánea entre las grandes economías europeas tiene distintas causas. El caso polar lo presenta Alemania con las exportaciones y España con el consumo. No obstante, el consumo español de los últimos años se asentó en el endeudamiento, insostenible en el medio/largo plazo, al ser nuestra inflación superior al tipo de interés fijado por el BCE, lo cual determina mecánicamente un tipo de interés negativo. Esa polaridad, que parece confirmar las predicciones de Krugman, no presagia nada bueno. Porque si finalmente estuviéramos asistiendo a un fenómeno endógeno de polarización y especialización en el seno de la eurozona, con Alemania gran potencia exportadora y España avanzando y retrocediendo al albur de los ciclos de consumo, no se entendería bien el interés de la zona euro con vistas a aumentar nuestro nivel de vida.