En el Reino Unido y en el reino de internet se venden jarras conmemorativas con las efigies de Kate Middleton y del príncipe Enrique –o Guillermo, no lo sé muy bien y esto no es periodismo de investigación–. La bienaventurada pareja cumple con el requisito imprescindible en las bodas de herederos al trono, la incorporación a las familias reinantes de una persona sobre la que no pesa sospecha alguna de contaminación aristocrática. La preservación de la sangre azul con su potencia cromática sin dilución es una de las causas ecológicas más inaplazables, hay que preparar pegatinas con la leyenda "Todo príncipe necesita una princesa genética, y viceversa".

La obligatoriedad de un cónyuge plebeyo se conoce como el efecto Shrek, la distorsión histórica según la cual ninguna princesa busca ya a su príncipe azul o viceversa. Middleton es clase media desde la misma raíz de su apellido, por lo que significa la apoteosis del hermanamiento entre la corona y el vulgo. Como resabio de edades pretéritas, un pelotón de genealogistas se abatirá sobre el linaje mediano para demostrar que uno de los antepasados de la novia de Enrique –o Guillermo– era primo octavo de Carlomagno. No precisarán que esa familiaridad era compartida por todos los seres humanos vivos en aquella época.

Si la sangre es irrelevante, la nobleza la otorga el vestuario, Ricci o Gucci en el caso inglés. Las casas reales de la moda engrandecen a una Middleton o a una Ortiz, aunque ahora tiene que vestir de Zara por culpa de los parados. Para compensar, Enrique –o Guillermo– se engalana en la foto oficial con trajes de la factoría Al Fayed. De su padre adoptivo, como si dijéramos. Pese a los perifollos igualadores, no está claro que la burguesía resista sin traumas la mistificación de su esencia con injertos regios.

Con todo, la longevidad paterna casi garantiza que las parejas mixtas no alcanzarán el trono. Los manifestantes franceses se congregaban bajo la pancarta "Mi abuelo se ha quedado con mi puesto de trabajo", reivindicación que debieran adoptar los herederos. El aumento de la edad de jubilación es la mayor amenaza para la supervivencia de la monarquía. El Reino de España, por poner un ejemplo cercano, no ha visto una sucesión al trono en 110 años. Ningún español vivo ha asistido a ese tránsito, ni siquiera el Rey.