Mourinho tiene un libreto y lo aplica. Es un guión clásico: un colectivo humillado que enferma de mesianismo, un presidente cansado que se entrega al que le promete la salvación, la identificación del enemigo exterior que cohesiona (todos contra nosotros) y el enemigo interno que justifica (la puñalada por la espalda), la multiplicación y fanatización de los adeptos... Y así hasta el paraíso prometido, la supuesta victoria, que es tantas veces el infierno.

Mourinho no ha engañado a nadie. Se han engañado aquellos que creyeron poder controlarlo. La debilidad de Fausto. Los monstruos con los que pactamos, la codicia, la droga, el éxito, nos acaban devorando inevitablemente. Florentino debiera saber que siempre hay que pagar un precio. Su técnico sorprende, si acaso, en el ritmo. Un periodista que lo trató en la Premier League elogia sus virtudes pero advierte: "No creo que su fórmula funcione más de dos años en un mismo equipo". Exige demasiado compromiso, un fervor casi religioso que agota. Mourinho acorta los plazos y está alcanzando su punto de saturación en tiempo escaso y con el 5-0 como única contrariedad, bien que grave. Objetivamente nada justifica tanto desasosiego.

Al Real Madrid le falta ese punto de equilibrio. Pasó de Pellegrini, enana blanca que se enfriaba, a Mourinho, un agujero negro que lo absorbe todo. Es el Real Moudrid, en el juego de palabras que todos practican como broma pero que resulta revelador. Club y líder se inscrustan e identifican. Ya no es un entrenador que ha trabajado para varios clubes, sino varios clubes dentro de un mismo entrenador. Por eso el madridismo celebra el triplete interista como propio. La "Décima" se conquistó en neroazzurro.

Lo peor de Mourinho, algo que debe asustarle en ocasiones, es el extremismo que provoca en los que lo aman y lo odian. Hay personas que en su mourinhismo exceden al líder. Quieren anticiparse a sus deseos. Incluso en sus errores detectan un plan magistral.

Escucho el mensaje pavoroso enviado a una tertulia: "Le he dicho a mi hijo que se fije en Mourinho y sea como él". Es el modelo en boga. Las oficinas y despachos están llenos de diminutos Mourinhos. El agujero negro rota y rota mientras devora al universo. Algunos creen que al otro lado se esconde otra existencia feliz. Yo vislumbro la nada, el vacío que Mourinho, mañana o en un lustro, fracasado o triunfal, dejará cuando se vaya.