Considero un estimulante signo de interés por la cultura técnica que, en aras de su divulgación, el reciente debate relativo al cambio climático –iniciado en este diario con mi artículo "Ciencia patológica: la ideología del calentamiento global" (04/07/2010)– encontrara rápidamente eco en la prensa gallega. Me interesó mucho un artículo de Manuel Luis Casalderrey (La Voz, 03/09/2010) cuyo título –"Incertidumbre climática"– habla a las claras de la falta de transparencia que reina en la elaboración de las conclusiones, y en las fuentes y métodos, por los expertos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). Asimismo, el artículo de José Ramón Vidal-Romaní, "Clima y riesgos" (LV, 27/08/2010) me pareció un excelente complemento al mío "Serpiente de verano: Galicia bajo el mar" (25/07/2010), mejorándolo en algunos aspectos, además de la oportuna mención que hace a la actividad solar, tan marginada por los climatólogos "alarmistas" que solo le atribuyen el 10% del aumento del calentamiento global.

Sin embargo, me decepcionó profundamente otro artículo publicado en el mismo diario ("Cambio climático e incendios" 11/08/2010) de la autoría del señor Marcos Pérez, singularmente porque al firmarlo como "Director técnico de la Casa de las Ciencias" (A Coruña) oficializa sus propias opiniones como si fueran las de la prestigiosa institución de la ciudad hermana, comprometiéndola más allá de lo que resulta prudente en el debate respecto a las causas del calentamiento global del planeta, que nadie discute aunque algunos escépticos –que empero sabemos pesar, medir y contar con discernimiento– ponemos reparos a la precisión de su cuantificación.

Una de las afirmaciones del señor Marcos Pérez remite a los tiempos en que para acallar a los demás se decía "doctores tiene la Iglesia": "A estas alturas, ningún científico cualificado duda que estamos inmersos en un proceso de calentamiento global, ni tampoco cuestiona que el aumento de las temperaturas esté relacionado con nuestras emisiones de gases que potencian el efecto invernadero". Bueno, si el Sr. Pérez no considera "científicos cualificados" a Richard Lindzen, ni a Freeman Dyson, ni siquiera a Frederick Seitz, fallecido en 2008, que presidió la Nationa Academy of Sciences, todos ellos escépticos respecto al cambio climático antropogénico –es decir, que el calentamiento global tenga como principal factor las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas por la actividad humana– es que tiene una percepción muy sesgada de la ciencia. No obstante, lo más molesto de esa afirmación, tan perentoria como desubicada, es que cuando alguien sabe de lo que habla no invoca la autoridad de los científicos cualificados sino que aporta la prueba de lo que quiere demostrar. Científicos cualificados aparte, ¿podría aportar el Sr. Pérez una prueba, una solamente, de que el cambio climático se debe principalmente a los gases de efecto invernadero emitidos por la actividad humana?

En cuanto al famoso consenso existente entre los "científicos cualificados" deseo aclarar que es falso que, como a veces se dice, consideren que el 90% del calentamiento sea debido al anhídrido carbónico antropogénico sino que, según ellos, es la probabilidad de que entre el 15% y el 30% del calentamiento provenga de esa causa. Además, aun siendo cierto que un amplio pero no total consenso se da entre los climatólogos el escepticismo es mucho mayor –a veces supera al 50% de la profesión– entre los especialistas de disciplinas que tienen mucho que decir respecto al clima (geólogos, astrofísicos, matemáticos, químicos, estadísticos, historiadores del clima, físicos, glaciólogos, oceanógrafos, etc.)

Una segunda afirmación del "Director técnico de la Casa de las ciencias" es incluso más cuestionable: "Hoy en día, los modelos (.) nos permiten hacer una estimación del futuro climático que heredarán nuestros nietos (para el 2100)". No voy a entrar en la discusión pormenorizada de los modelos climáticos para no dormir a los lectores pero conviene que tengan cierta información al respecto. Los modelos climáticos son colosales programas/algoritmos informáticos con insuficiente fundamento teórico, en cuanto a la climatología, destinados a representar la complejidad climática real que convierten en un planeta numérico. Ahora bien, en su argumentación pro domo y para sustentar el realismo predictivo defienden los climatólogos alarmistas que dichos modelos son capaces de reproducir por simulación el clima del último máximo glaciar, hace 21.000 años, o el Holoceno, hace seis mil, lo cual es cierto, tal como era de esperar pues han sido parametrados y calibrados para ello –las ecuaciones de la mecánica de fluidos implicadas no pueden resolverse analíticamente pero sí numéricamente– sabiendo ex ante lo que querían encontrar. Otra cosa bien distinta es la simulación del futuro climático como apunta muy atinadamente Casalderrey. Por ejemplo, no han sido capaces de prever el estancamiento en el aumento de la temperatura media global de la última década.

Quiérase o no, un planeta digitalizado no puede substituir a una verdadera teoría del clima. La climatología computacional, de una sofisticación algorítmica comparable a la de la genética, impresiona por su capacidad de enmallar el planeta en células convectivas, pero manifiesta enormes carencias toda vez que los modelos climáticos son incapaces de integrar algunas retroacciones cruciales, esto es, no alcanzan a representar todas las interacciones pertinentes entre los parámetros. Y tanto es así que no se conoce bien el ambiguo papel que juegan los bosques; hay dudas asimismo del funcionamiento en el medio plazo de los pozos de carbono; no se conoce con detalle el efecto de las turbulencias oceánicas; se desconoce casi completamente el papel de las nubes; se margina también la importancia de la actividad solar; no toman en cuenta las fases seculares (800/1000 años) calor-anhídrido carbónico; en fin, no se conoce con precisión el balance final del doble papel que juegan los aerosoles atmosféricos.

El comportamiento de la máquina climática es diabólicamente complicado al tratarse de uno de los sistemas físicos más complejos que estudian los científicos; para mayor dificultad, su principal instrumento, la ecuación de Navier-Stokes, es un gran enigma matemático cuya resolución premia el Instituto Clay con un millón de dólares. No es de extrañar que, en alguna medida, el funcionamiento del clima se les escape a los climatólogos pero ello no ampara que nos aterroricen con predicciones basadas en modelos parcialmente financiados por el lobby nuclear para justificar la energía sin emisiones de CO2.

*Economista y matemático