He apuntado en anterior artículo (04/07/2010) la falta de consenso respecto al calentamiento global del planeta. Por una parte, están los climatólogos "realistas" que lo achacan a la actividad humana; por otra, los "escépticos" que tildan a los "realistas" de alarmistas sin suficiente base técnica, cuando no amañada, para imputar a causas antropogénicas el calentamiento global, que casi nadie discute. Los "realistas" tienen prácticamente perdida la batalla científica –al menos en su versión dogmática actual, desprestigiada por falta de transparencia– aunque costará desalojarlos de las cómodas y lucrativas posiciones conquistadas en los territorios asociativos, científicos, mediáticos, políticos, educativos e incluso industriales.

Las tesis de los "realistas" –vía el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change)– se sintetizan como sigue: 1) la temperatura media del planeta ha aumentado aproximadamente 0,7°C desde mediados del siglo XIX; 2) las emisiones de gas carbónico (o dióxido de carbono) de origen humano han aumentado desde entonces, si bien que la concentración atmosférica de gas ha pasado de 280 ppm (partes por millón) a 380 ppm en siglo y medio; 3) entre otras cosas, el aumento de la concentración atmosférica de gas carbónico ha acentuado, en conjunción con diversos mecanismos, el fenómeno físico conocido como "efecto invernadero", una de cuyas consecuencias es que el planeta se calienta, tomado en su conjunto, aunque algunas regiones pueden enfriarse; 4) son por tanto las actividades humanas (tesis antropogénica) la principal causa del aumento constatado de la temperatura del globo; 5) a menos de una reducción notable e inmediata de las emisiones de gas carbónico (pero también de otros gases como el metano) la temperatura global va a seguir aumentando durante el siglo XXI en un intervalo de 2°C a 4°C; 6) muchos lugares habitados serán golpeados, dependiendo de las regiones en las que se encuentren, por sequías, lluvias torrenciales, canículas, desplazamientos de vectores de transmisión de enfermedades, elevación del nivel del mar, etc.

Lo escrito domingo pasado aquí acaba de confirmarlo EP (07/07/2010) al informar que un reciente estudio –de lo más oficial y ortodoxo– califica de engañoso el "gráfico del palo de hockey", icono mediático y científico de la tesis antropogénica del calentamiento global. Ahora bien, por razones que no se me escapan, harto prolijas de relatar, ese mismo informe –redactado por tres comités "independientes", es decir, en los que no había ni un solo "escéptico"– exculpa a los científicos del CRU (Universidad de East Anglia, feudo de la visión antropogénica-realista) que provocaron el "Climagate" del pasado noviembre. No obstante, para hacerse una idea de las chapuzas y chanchullos perpetrados no es humo de pajas recordar que de las webs realistas que gravitan en la órbita del CRU de East Anglia salió la insinuación de que si últimamente no se hablaba mucho del monstruo del Loch Ness es porque ha muerto debido al calentamiento global.

La climatología que vulgarizan a diestro y siniestro los "realistas" escamotea los aspectos verdaderamente decisivos. Hay una conspiración o algo por el estilo para ocultar las críticas de los escépticos y un sesgo vergonzosamente favorable para con la tesis antropogénica. Por ejemplo, los escépticos llaman la atención respecto al problema crucial de los "testigos" glaciares pero sin conseguir el merecido eco. Al Gore, sin embargo, en su filme propagandístico presenta los resultados de los testigos glaciares como una natural confirmación de la tesis antropogénica esquivando la cuestión del desfase temporal entre las curvas de temperatura y gas carbónico, llegando a decir "cuando hay más dióxido de carbono la temperatura se eleva", lo cual es una desvergonzada inversión del nexo causal.

Concretamente, en paleoclimatología, se distinguen los campos de hielo, o capas de hielo continentales, de los casquetes polares o banquisas. Los testigos/núcleos (para quienes deseen buscar en Google: ice core, en inglés; carotte de glace, en francés) son muestras cilíndricas de hielo que se obtienen por perforación del sustrato a diferentes profundidades. Los testigos ofrecen la posibilidad de estudiar las características del hielo acumulado en el curso de largos intervalos temporales. En 2003, la perforación más profunda, en Vostok (Antártida), alcanzó una datación de 420.000 años revelando cuatro periodos glaciares. Y bien, los datos que se obtienen de los testigos glaciares dan un esquema que es siempre el mismo. Si una curva corresponde a la reconstitución histórica de temperaturas que permite la paleoclimatología y la otra a la concentración de gas carbónico, en ambos casos, durante más de doscientos mil años, se constata un desfase entre las dos curvas prácticamente constante –se cuenta en siglos– y siempre en el mismo sentido: la temperatura gobierna el contenido atmosférico en gas carbónico y no lo contrario. Incluso invocando los ciclos de Milankovitch, último baluarte de los "realistas", el gas carbónico jugaría un papel secundario en los ciclos de glaciación y desglaciación. Y nadie es capaz, de momento, de contestar en rigor este dato fundamental.

Igual que los defectos y deficiencias más manifiestas de la tesis antropogénica –el bluf del gráfico del palo de golf, verbigracia– declaraciones como la de Gore rebajan la altura de la democracia al infantilizar a la ciudadanía y ponen en entredicho la calidad de la información que se le dispensa tanto en cuestiones climáticas como de otra índole. En fin, que todo sea para que los malos, entre los que me cuento, no vuelvan a matar al monstruo del Loch Ness ni a la madre de Bambi.