"A mil duros al mes compro el Peñón de Gibraltar", se decía cuando se contaba en duros y mil de ellos eran una pequeña alegría. El problema no es la hipoteca, sino el esfuerzo. La hija de la duquesa de Alba, Eugenia Martínez de Irujo, comenta que también ella paga una hipoteca desde "hace mil años" por una casa de Sevilla y que no pasa nada. Esto es noticia, aunque no tanto como que no pudiera pagar la hipoteca. "Mil años" de hipoteca parecen muchos, pero no para la aristocracia –la casa de Alba lleva 700 años– ni para los bancos que antes del estallido de la burbuja querían que los créditos pasaran de padres a hijos como pasan los títulos nobiliarios buenos.

Con declaraciones como éstas lo que se buscan son formas de normalidad para los que viven excepcionalmente. Pero no parte sólo de ellos y de los medios de comunicación. En su afán por igualar, la izquierda española defendió y pagó el cheque bebé universal por el que, si aportabas un neonato, el Estado te daba 2.500 euros fueras la maja de Goya, fueras la mujer morena de Romero de Torres.

Pagar una hipoteca sólo indica que tienes una propiedad por medio de un crédito avalado por esa propiedad (y un seguro que le pagas al banco y comisiones de apertura y cierre y... y, hasta hace poco, desgravaciones fiscales).

Eugenia tiene una hipoteca como tiene pisos en propiedad que rentabiliza en alquiler. Al tener de todo, tiene algo y su contrario. Fue a Barcelona a publicitar una acción de las llamadas solidarias y declaró que no es muy partidaria de darle publicidad a la solidaridad.

Aclaró que ignora lo que es desear algo y no tenerlo, pero porque no es materialista. Puede inferirse que no desea cosas materiales y no le importa tenerlas o que las tiene y no necesita desearlas. Es más, aunque no sea materialista, puede querer una hipoteca porque nunca la tuvo antes, porque en casa no había.