En vida de Franco había entre los intelectuales pocas cosas que estuviesen peor vistas que declararse aficionados al fútbol. De hecho, una confesión en ese sentido se consideraba que equivalía a una inequívoca manifestación de apoyo al Régimen. Al extremar sus precauciones, muchos intelectuales no solo abominaban del fútbol, sino que se expresaban abiertamente en contra de cualquier práctica deportiva. Se consideraba entonces que el deporte era el vehículo por el que el franquismo enraizaba en las clases populares y las sometía a los anestésicos rigores de su doctrina. Resultaba inconcebible que un intelectual aceptase la coexistencia pacífica del pensamiento y el deporte. Cualquier idea urdida en torno al esfuerzo físico se consideraba entonces expresión de marcialidad, es decir, obvia demostración de obediencia jerarquizada al Sistema. Odiaban el fútbol los mismos que detestaban la copla por considerarla un género musical adicto al Régimen. Muchas de las tonadilleras reivindicadas luego de manera entusiasta por los intelectuales de la democracia, fueron en su día literalmente odiadas por una oposición cultural y política propensa a confundir la ideología con el gusto musical. Yo nunca entendí muy bien la tenacidad con la que en nombre de la cultura aquellos tipos arremetían contra el fútbol y detestaban la copla. Aun más incomprensible me pareció entonces que fuesen capaces de soportar impunemente uno de aquellos conciertos de Raimon en los que los universitarios de Compostela seguían con estremecido fervor un repertorio cantado en catalán que ellos en absoluto comprendían. Muchos de los devotos seguidores de aquel oscuro cantautor acuden ágora con indisimulado entusiasmo a las actuaciones de Isabel Pantoja o invitan a sus amigos a casa para seguir en riguroso silencio, y con litúrgica luz de velas, las coplas coleccionadas en la voz de Rocío Jurado, tardía sustituta de Carlos Marx en el devocionario de una izquierda intelectual que ahora tampoco se priva de hacer sesudas y entusiastas reflexiones futbolísticas en las tertulias de radio y televisión con las que los partidos políticos les pagan indirectamente su adhesión sin duda inquebrantable. ¿Qué ha ocurrido para que se produjese semejante cambio en la actitud de ciertos intelectuales? Nada complicado. Sencillamente, hacen lo mismo que antes hacía el pueblo, con la diferencia de que al pueblo lo compraba Franco y a ellos les pagan otros amos. El caso es que el fútbol tiene altísimos niveles de aceptación cultural y la copla protagoniza solemnes conferencias intelectuales en los paraninfos universitarios. Las consecuencias, son obvias. Una de ellas, que los discos de Raimon o de LLuis Llach todavía persisten en las discotecas personales de los viejos luchadores contra el franquismo, pero hay que buscarlos en algún lugar perdido entre el montón de los viejos vinilos de los días de miedo, oscuridad y lucha, perdidos en un limbo iconográfico doce discos por debajo del impagable "single" de Las Grecas.

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