Vuelve a popularizarse en estos días el mito de que los gallegos andamos siempre escaleras abajo y arriba sin otro propósito aparente que el de confundir a quien se cruce con nosotros en el rellano. Se trata de un error, naturalmente. La teoría del gallego en la escalera sugiere que nadie sabrá jamás si éste baja o sube, pero esa no pasa de ser una de las muchas leyendas que nos infaman. Donde en realidad vivimos los naturales de este país es en el desván, que aquí conocemos por el vernáculo nombre de faiado.

Avala esta tan curiosa como poco conocida costumbre una encuesta de la multinacional británica "Milward Brown" que tiempo atrás situó a los galaicos como líderes destacados de la Península en visitas al trastero. Nada menos que un 86 por ciento de los vecinos de Galicia gasta el hábito de amontonar allí cacharros, menudencias y objetos más o menos inútiles, frente al escaso 57 por ciento de los madrileños, que ocupan el último lugar de la clasificación.

Se preguntará el perplejo lector cuál pueda ser la utilidad de este tipo de sondeos sobre el uso de los desvanes o, por poner otro ejemplo, los hábitos de sueño de los habitantes de España.

Seguramente el misterio no resulte tal si atendemos a quienes son en cada caso los patrocinadores económicos de tan estrafalarias pesquisas sobre costumbres. Si un estudio socio-sanitario, pongamos por caso, concluye que la cerveza es una bebida saludable para el corazón, buena para las riñones y desoxidante de las bisagras del cuerpo, no será aventurado deducir que el informe fue encargado por una agrupación de cerveceros. También los estudios sobre el sueño suelen responder al encargo de los fabricantes de colchones; del mismo modo que nadie ignora que el sondeo anual sobre otros hábitos de los europeos en la cama está patrocinado por una famosa marca de preservativos.

Se ignora, eso sí, qué intereses puedan estar detrás de un estudio sobre la manía de guardar cosas en el desván, salvo que exista una agrupación de casas de compra-venta –ahora llamadas "cash-converters"– deseosas de sacar algún provecho de los trastos que se almacenan en esas estancias menores de cualquier domicilio.

Como quiera que sea, la encuesta revela que también en este aspecto los gallegos tienden a comportarse de manera singular. Su costumbre de guardarlo todo, que tanto recuerda a la de las urracas y otros pájaros recaudadores, podría guardar relación con el carácter a la vez conservador y ahorrativo que el tópico hispano atribuye a unos gallegos empeñados en no tirar nada a la basura, por si algún día hiciese falta.

Ya puestos a especular, podrían aducirse también razones de orden psicológico tales que la célebre morriña de las gentes de este país, tradicionalmente apegadas –según el estereotipo– a la tierra, la gaita y la familia. Los técnicos de "Milward Brown" refrendan de algún modo esta hipótesis al asegurar en las conclusiones de su estudio que lo que más se guarda en los trasteros de las casas de Galicia son viejos objetos de la infancia junto a ropa vieja que se conserva "por razones sentimentales".

Ahí nos han retratado. En materia sentimental no hay quien nos gane a los morriñosos gallegos en toda la Península y acaso en el mundo, como probable consecuencia de lo mucho que hemos emigrado durante los últimos siglos y de las inevitables saudades que produce el largo alejamiento del hogar. Se conoce que, cuando volvemos a casa, nuestro primer impulso es el de guardar en el faiado todos los recuerdos de una vida, según constatan –aun sin saber el motivo– los expertos británicos en uso de desvanes.

Nada nuevo, a fin de cuentas. Si de los argentinos suele decirse que viven tumbados en el diván –del psicoanalista–, lógico parece que a su vez los gallegos se pasen la vida en el desván. Y es que, de tanto como trastean con ellos, quizá empiecen a adquirir complejo de trastos. Quién sabe.

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