Para entender los peligros subyacentes en la actual crisis es importante distinguir la desaceleración de precios al consumo o desinflación –estimulada por el progreso técnico, los rendimientos crecientes, la compresión de los costes salariales, el abaratamiento de las materias primas, la caída de barreras proteccionistas o la liberación y desregulación de mercados- de la pérdida de valor o caída del precio de activos de familias y empresas, la deflación propiamente dicha, efecto de la depresión económica y retroactivamente causa de la misma al autoalimentar una espiral perversa. En este sentido, la crisis japonesa de las postrimerías del pasado siglo pasado resulta harto esclarecedora.

Aunque fue distinto el origen –en Japón la crisis la provocó el banco central al aumentar los tipos de interés para pinchar la burbuja inmobiliaria y aquí el contagio, fundamentado o no, de las subprimes– igual que en la crisis actual el hundimiento de la bolsa y el derrumbe del mercado inmobiliario destrozó los balances del sistema bancario japonés. Frente al derretimiento de los capitales propios, cuyo valor en bolsa se evaporó, los bancos japoneses se vieron obligados a recapitalizarse. Asimismo, el crash del mercado inmobiliario constriñó a las entidades financieras a efectuar ingentes provisiones de créditos dudosos. De consuno, para reequilibrar los balances por aumento de liquidez, los bancos japoneses vendieron, incluso perdiendo, parte de sus activos, lo que estimuló y reactivó la caída de precios entrando en una espiral deflacionista. Pero la peor medida que tomaron fue la de racionar el crédito a familias y empresas provocando la quiebra de muchas de ellas, lo que a su vez les obligó a nuevas provisiones.

La espiral perversa del mercado inmobiliario desarticuló, a partir de 1997, el sistema bancario japonés, con quiebra de tres grandes bancos, provocando una crisis sistémica total: el mercado interbancario se paralizó completamente. A finales de 1998 las cosas empeoraron y el Gobierno japonés se vio obligado a nacionalizar dos grandes bancos, uno de ellos entre los mayores del mundo, Long Term Credit Bank. Finalmente, se decidió inyectar capitales públicos en el sistema bancario (495000 millones de dólares de entonces, el 12% del PIB). Sin embargo, esta ingente ayuda fue insuficiente, toda vez que aparecieron nuevos créditos dudosos más rápidamente que los extinguidos por provisiones.

Entiendo que la situación descrita es estructuralmente distinta de la española salvo en un punto crucial: las entidades financieras no conceden créditos suficientemente porque son incapaces de deslastrarse de los activos inmobiliarios que han tenido que tragarse, y se tragarán, en contrapartida de los impagos de familias y constructoras. Lo peor de todo es que, mayoritariamente, los contabilizan a precio de coste pues si los contabilizaran a precio de realización de mercado habría quiebras. Ello no deja de ser un artificio contable que seca la fuente crediticia. Ante esto, de poco sirve que los tipos de interés estén bajos.

Entre otras, una lección que hay que retener es la siguiente. Si esta fue la situación duradera de Japón, una década, a pesar de las boyantes reservas de cambio y del potencial de un aparato productivo que en ningún momento dejó de exportar, favorecido por una norma salarial y una disciplina laboral perfectamente acordadas con las directrices y estrategias empresariales, con una tecnología y un sistema educativo en el pelotón de cabeza mundial, es fácil imaginar lo que le sucederá a España, que no cuenta con ninguna de esas bazas, si además se raciona el crédito como en Japón.

Al estudiar el caso japonés se constata que la deflación de activos durante la crisis pulverizó la política monetaria del banco central japonés. En efecto, aunque el tipo de interés nominal se situó a 0% en 1999 el tipo de interés real era positivo (debido a una inflación negativa) La deflación fue un veneno mortal para las empresas, que intentaron desembarazarse a todo trapo de activos y stocks devaluados, lo que encadenó una nueva disminución de precios: el circulo perverso se retroalimentaba. Sólo a partir del 2003 se produce una inflexión en la economía gracias a que en 2001 el banco central de Japón inició una decisiva política de compras de créditos dudosos que prosiguió hasta el 2006. En el 2004 la economía japonesa salía de la deflación y recuperaba la senda del crecimiento. En el 2005 el nivel de créditos dudosos se estabilizaba al nivel soportable del 3,5% del total de créditos del sistema bancario. La crisis bancaria había terminado y los bancos pudieron empezar a reembolsar los fondos recibidos del Estado al tiempo que reemprendían su función de suministradores de crédito.

De lo que precede conviene retener algunas enseñanzas.