No sabemos qué es peor, si que se te caiga el alma a los pies o el móvil al retrete. La primera caída es metafórica; la segunda, de momento, literal. Tal vez, andando el tiempo, "caerse el móvil al retrete" devenga es una frase hecha que sirva para expresar que uno se ha quedado sin nadie a quien llamar, pues eso es lo que ocurre cuando sucede la antedicho. Por alguna razón, el agua borra los datos del disco duro, impidiéndonos pedir socorro o dinero prestado a familiares o amigos. Imagine que no dispone, de súbito, de ningún número de teléfono. Suponga que se le aparece el diablo y le da a elegir entre la pérdida de una falange del dedo pequeño del pie izquierdo o el extravío de la agenda.

Ahora bien, ¿qué circunstancias deben darse para que el móvil acabe en el retrete? La primera, que se te haya caído el alma a los pies. De modo que te levantas de la cama absurdo, sabiendo que no es tu día, quizá no sea siquiera tu semana. Sabes que lo sensato sería meterse otra vez entre las sábanas, pero te falta valor. Coges, pues, el móvil de la mesilla, por si se produjera esa llamada metafísica que llevas esperando desde la infancia, y te vas con él al cuarto de baño. En un momento dado, en medio del trasiego entre la higiene de los dientes, el primer pis matinal y la ducha, no sabes cómo, el móvil ha ido a parar al retrete. Y tú, perplejo, lo ves ahí, debajo del agua, como una cucaracha ahogada y se te cae la segunda alma a los pies, pues la primera lleva ahí desde que saliste de la cama. ¿Qué hacer? Si fueras científico, te llamarías al móvil desde el fijo, para ver si respira. Pero como no eres científico, te pones unos guantes de goma, introduces la mano y liberas al animal, aplicándole urgentemente el secador del pelo.

Ahora sí, te llamas desde el fijo, para ver si suena (si suenas), pero el bicho no dice esta boca es mía. Recuperas entonces la tarjeta (o sea, el alma) la colocas en un móvil antiguo, buscas la agenda y resulta que no está porque la agenda forma parte del cuerpo, no del espíritu del aparato. Pasado un día del accidente, cuando el alma ha regresado a su posición original, te das cuenta con sorpresa que aquello que habías tomado como una amputación constituye en realidad una purificación.