Moratinos acaba de volver de uno de sus periódicos viajes a Cuba. Como en cada uno de ellos, la Oficina de Información Diplomática publica una notita con los presuntos "logros" de la misión. Maquillan lo que pueden, sacan punta donde no la hay y acaban presentando un documento tan vacuo que siempre acaba dando la impresión que nuestro desaparecido ministro de exteriores va a La Habana de turismo. Turismo y no compras, pues de todos es conocido que de las compras, sin cartilla de racionamiento, no es aquél precisamente un paraíso.

Le falta entender al gobierno de Zapatero que en Cuba por colgar un cartelito en el balcón exigiendo libertad no sólo te pueden condenar a 30 años de cárcel, sino que te condenan. Que hay varios centenares de ciudadanos en prisión por algo tan peregrino como no pensar igual que el señor Castro y que nadie se puede mover de Cuba sin permiso del régimen. Contra esa barbarie se ha rebelado la Unión Europea, imponiendo una serie de sanciones. Las mismas que, de manera casi automática, se aplican a todas las dictaduras del mundo. Algo que no gusta a Moratinos, que ha prometido, a cambio de las limosnas del régimen y de poder estrechar la mano criminal de los Castro, luchar para levantarlas durante la presidencia española de la UE. Ya saben, cuando el sistema solar entero va a vivir, en palabras de Leire Pajín, un momento de insólita eclosión de la mano del binomio Obama-Zapatero.

En la Europa civilizada resulta muy difícil justificar que una dictadura comunista, como la cubana, se diferencie en algo de otra de cualquier otro signo. Por ello, los esfuerzos de Curro y su caterva de acólitos en Bruselas caerán, una vez más, en saco roto. Nadie en su sano juicio aceptará, como hace nuestra diplomacia, las palabras del canciller cubano que, con el cinismo del peor mamporrero, asegura que en Cuba no hay presos políticos, "sino personas encarceladas en aplicación de la legislación cubana". España seguirá presentando iniciativas que contribuyan a dar oxígeno al maltrecho régimen castrista, pero ninguna tendrá otra consecuencia que aumentar, si cabe, el descrédito de la incoherente política exterior española.

A tal grado ha llegado la mezquindad de todo este asunto, que los cubanos se permiten el lujo de "regalarle" al bueno de Curro un par de presos cada vez que los visita. Como esos mendrugos de pan duro que el señorito repartía entre los famélicos hijos de los jornaleros en la España del hambre. Hasta tal punto nuestro ministerio de asuntos exteriores vive en el delirio que no duda en calificar esos actos de sátrapa sin escrúpulos como "éxitos de la misión". Como si esa misión pudiera tener otro éxito diferente del final de la dictadura y el retorno de la libertad para el pueblo cubano.