A estas alturas, y por más que se empeñen algunos rapsodas consistoriales en discutirlo, es ya evidente que si existe algún fracaso notable en el tiempo transcurrido desde la transición es el del llamado municipalismo. Hay otros, desde luego, pero quizá ninguno tan evidente como éste, ni tan decisivo para el vivir de los ciudadanos que, al fin y al cabo, forman parte del mundo local antes que de ningún otro.

Se trata de un fracaso múltiple, conste. Es político, porque el moderno dibujo del Estado autonómico tiene pendiente todavía la asignatura de los municipios y su encaje -junto a las diputaciones- en el nuevo modelo. Y lo es también administrativo, porque como consecuencia del anterior, en el marco competencial hay servicios claves que se solapan, otros que se prestan por quienes no deben y, en fin, algunos que no se sabe con exactitud a quién corresponde prestarlos...

Todo ello, con ser malo, tiene margen para empeorar y de hecho empeora en lo que a la economía se refiere. Con un déficit histórico galopante, la crisis ha hecho mella especial en el mundo local en la medida en que ha destruido una parte tan esencial en la red de sus finanzas como es la construcción. Y como nadie se ha ocupado de ordenar, prevenir y resolver, la anemia de las arcas locales amenaza directamente con la bancarrota. Punto.

Es cierto que los ayuntamientos han hecho meritorios esfuerzos por asociarse para, así, reforzar posiciones y buscar salidas a sus problemas. Pero también lo es que las prioridades de los partidos, herramienta esencial en el sistema, han sido otras, de forma especial las autonómicas, y por lo tanto aquellas salidas han ido retrasándose tanto que el paso del tiempo agravó los problemas y complicó su análisis.

Ahora, y en términos de Galicia, la Federación de Municipios y la Xunta parecen haber entendido que no hay otro camino que la cooperación y llegado a acuerdos para al menos darle aire al enfermo. Uno sobre urbanismo como -entre otros- elemento recaudatorio ha sido el primero y el segundo, económico -con ayuda de las diputaciones- se orienta a subsistir mientras aquel no da frutos. Y a estas alturas habría de estar perfilado un Pacto Local nuevo y más ambicioso que el del bipartito, pero, nada se sabe aún, y hay quien piensa que es cuestión de paciencia.

Sea, pues, pero no demasiada: cumple recordar que lo que está en juego es la primera percepción de la democracia, la que marca su carácter.

¿Eh...?