Parece indiscutible que la prensa de papel pierde presencia física como consecuencia del revolucionario avance de Internet. No creo que esté tan claro, en cambio, que toda la culpa sea de ese nuevo periodismo digital. No hay que ser muy listos para darse cuenta de que una parte de su implantación se la debe la prensa de papel a la floreciente red de bares que se ha extendido por todos los rincones de un país en el que muchísima gente suele leer periódicos como un acto reflejo que acompaña bien temprano a la bollería del almuerzo y a la tapa de tortilla en la hora de vermú. La compra del periódico en el quiosco es un acto minoritario en comparación con el total de habitantes que integran su mercado potencial y aunque supone para los clientes un gasto muy reducido, cabe pensar que el de su precio diario sea uno de los primeros recortes decididos por las economías personales en tiempos de crisis. Cuando alguien decide prescindir de algo que hacía de manera habitual, no lo hace sin haberse preguntado antes a qué renuncia y de qué manera puede sustituirlo. Esa misma pregunta tendrían que hacérsela los periodistas y los editores para tener una idea certera de los motivos que, además de Internet, intervienen en esa desconexión entre el periódico y el lector. Hecha la pregunta y establecidas las causas, quedaría saber si desde dentro del problema estaríamos dispuestos a proporcionar nuestra ayuda para ponerle remedio. Al estudiar la situación con detenimiento y sin prejuicios, probablemente llegaríamos a reconocer por fin la evidencia de que el exceso de información política se ha convertido en un verdadero lastre, las noticias que publicamos cada mañana llevan horas envejecidas en Internet y en la radio, y en cuanto a las columnas de opinión son muy pocas las firmas que se ganan a pulso en el quiosco la devoción de los compradores, limitándose el resto a la sopa boba de una supervivencia parasitaria a expensas de los costes generales de edición. Por otra parte, nadie podría discutir en serio la brecha abierta entre el lector y el periódico por culpa de la degradación que se observa en la calidad de sus contenidos, no porque quede lejos de la brillantez literaria, sino por reflejar con demasiada frecuencia una preocupante y triste pobreza gramatical, sin olvidar que el periodismo desertó hace años de su sitio natural en la calle y se ha recluido en sus cuarteles reconvertido en mero reelaborador de una realidad que llega a las redacciones de los rotativos falseada interesadamente por intermediarios políticos, culturales o económicos que no destacan precisamente por su amor a la ética y o por su apego a la objetividad. Si se hiciese un estudio al respeto, tal vez descubriésemos que la de periodista es una de las profesiones que más grasa amontona en la cintura de quienes la practican, desmintiendo la vieja idea de que el desplome a media tarde del edificio de un periódico como Dios manda raras veces atraparía a alguien en su interior. A lo mejor es que ha llegado el momento de reconocer que por culpa de no haber previsto a tiempo la tormenta que se nos viene encima, estamos condenados a escribir sin remedio en periódicos de papel mojado.

jose.luis.alvite@telefonica.net