Enric González, un periodista que gusta de cultivar curiosidades, lo que es muy de agradecer, ha escrito recientemente un artículo, Teoría sexual del gol, en el que especula sobre la equivalencia de sensaciones entre el orgasmo y el desbordamiento de entusiasmo que produce marcar un gol en un partido de fútbol y, al respecto, cita como argumento de autoridad un libro de Eduardo Galeano titulado El fútbol a sol y sombra y los testimonios de dos famosos delanteros centros, el chileno Iván Zamorano y el argentino Hernán Crespo. La conclusión de Galeano —autor, por cierto, de otro libro que Chávez le regaló a Obama en la cumbre de países americanos— es pesimista. “El gol es el orgasmo del fútbol —dice— y, como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”. La tesis es discutible y, que se sepa, no hay estadísticas que la confirmen. He procurado informarme sobre la materia y lo único que encuentro medianamente reseñable es un estudio de la marca de preservativos Durex sobre la frecuencia del acto sexual compartido (la masturbación, quizás por su relación con el fantaseo, sigue siendo un arcano) y otro de unos psicólogos ingleses sobre la intensidad del orgasmo femenino. En el primero de ellos se asegura que los nigerianos son los más satisfechos con sus relaciones sexuales, que los españoles, con 116 coitos de media al año, son, entre los europeos, los de más actividad, aunque también los más rápidos en llegar al decaimiento (apenas 16 minutos entre el precalentamiento y la culminación). Y en el segundo de los estudios, se llega a la curiosa conclusión de que el número e intensidad de los orgasmos femeninos está en relación directa con el nivel socioeconómico del varón. Es decir que, a mayor nivel de renta se corresponde también una mayor frecuencia de las réplicas sísmicas en la entrepierna. O, dicho en otras palabras, que, lo que verdaderamente importa es el tamaño de la cartera, y no otros abultamientos masculinos, como nos venían asegurando algunos sexólogos. Todo esto, por lo que se refiere a la cantidad, porque en lo que toca a la intensidad, Enric González recurre, como ya dije más arriba, a los testimonios de dos futbolistas famosos y con experiencia en meter. Uno, Iván Zamorano, dice que “marcar un gol es como tener un orgasmo, algo fascinante que cuesta explicar” y el otro, Hernán Crespo, declaró, tras marcar un gol importante, que “la sensación era mucho mejor que un orgasmo”. El autor del artículo reconoce que él no puede confirmar la validez de esos asertos porque nunca marcó un gol en un estadio repleto y tampoco tuvo un orgasmo ante miles de espectadores. Yo, que he marcado algunos goles (aunque no ante tanta gente) y he disfrutado de los orgasmos reglamentarios, le puedo asegurar que, un desbordamiento y el otro, con ser especialmente intensos, no tienen nada que ver. Que el gol equivalga al orgasmo vale para el protagonista que lo marca, pero ¿qué papel le reservamos a los compañeros que lo celebran, a los espectadores y a los periodistas? ¿Son compañeros de juegos eróticos? ¿Son mirones? ¿Son calentorros escritores de novelas pornográficas? No sabría decir.