Hay muchas buenas medias novelas. El dramaturgo y cuentista Élmer Mendoza ha confirmado en Guadalajara (México) lo que aprendimos como lectores. Lo dijo como portavoz del jurado que no concedió el premio "Tusquets" de novela: "Hasta la primera mitad del texto había novelas estupendas, pero en la segunda mitad se perdían todas". Las medias novelas se parecen mucho a la vida. Las buenas novelas, que lo son enteras, pertenecen exclusivamente a la literatura. Unir un concurso literario a una situación mundial es mucho extrapolar pero si consideráramos representativa una muestra de 427 individuos (escritores concursantes) el éxito generalizado de las primeras mitades y el fracaso de las segundas podría asimilarse a estos tiempos con tantas situaciones planteadas que no sabemos resolver y a esta sensación de fracaso para convocante y convocados, como es dejar un premio desierto. ("Desierto" y "premio" deberían ser antónimos, pero en el Sahara y Oriente Medio no es así).

La primera parte de una novela es buena porque el autor ha sido capaz de plantear algo suficientemente bien como para mantener la atención del lector y generarle expectativa. El nivel no es malo, aunque no sea bueno.

Si la crisis económica en la que estamos no fuera verdad sería un buen relato. El planteamiento atrapa porque se trata de un colapso que parece ocuparlo todo. Desde el banquero al hipotecado, desde el empresario al alumno en prácticas todos corren un riesgo porque, personajes y relaciones complejas, el de prácticas está hipotecado y al empresario no le da crédito el banquero. El novelista ya tiene su primera parte hecha. El reto está en no perderse. No se sabe de nadie que tenga resuelta la segunda parte. Se teme, precisamente, al desierto.