Un poco de frío y varios choques en cadena bastaron para colapsar durante horas la Autopista del Atlántico y por consiguiente el flujo de personas y mercancías imprescindible para la buena marcha de la economía de Galicia. Como no hay mal que por bien no venga, el enojoso incidente ha servido para certificar en la práctica que esta vía de comunicación es la columna vertebral del reino, tal y como sostienen los teóricos de las finanzas. Cuando un monumental atasco como el de anteayer le causa una hernia, todo el cuerpo del país se resiente.

Calculan en efecto varios estudiosos de la Universidad de Santiago que la contribución de la autopista central gallega a la mejora de nuestro Producto Interior Bruto ha sido más que notable. Lo fue ya, al parecer, durante su demorada construcción, que habría aportado 1,2 billones de pesetas al PIB de Galicia; pero aún resultan más estimulantes los efectos que ejerce sobre la economía del país. Aunque sólo sea por el dato -en modo alguno anecdótico- de que su trazado vertebre un territorio que concentra a más de la mitad de la población y las tres cuartas partes de la producción de bienes y servicios de este reino.

Muy atrás quedan los tiempos en que alguno de los partidos actualmente al mando de Galicia se oponía con rudeza y cierta truculencia verbal a la construcción de la autopista bajo el argumento de que sería tanto como asestarle un "navajazo" a la piel de la vieja tribu de Breogán. Felizmente, el paso del tiempo les ha hecho cambiar de opinión. Ahora admiten que, lejos de fraccionar al país, la autopista ha pasado a ser la columna vertebral de su economía.

Los pensadores de la por tantos conceptos antigua Unión Soviética sostenían que el desarrollo del socialismo habría de venir dado por una suma de electricidad y tractores, pero ya se ve que la realidad -tan impertinente- no coincidió con sus teorías.

Lo que sí ha probado su validez es la construcción de grandes infraestructuras capaces de transformar incluso un país tan rústico y disperso como antaño fue Galicia. Si las autovías derribaron el Telón de Grelos que nos aislaba de la Meseta y en consecuencia del resto de Europa, la Autopista del Atlántico ha obrado a su vez el milagro de convertir a este otrora inconsistente reino en un ente vertebrado por el espinazo de asfalto que va desde Ferrol a Tui.

Preocupa ahora que tan cardinal vía de comunicación para Galicia haya sido adquirida por un fondo de pensiones de Norteamérica, atraído sin duda por el excelente negocio que suponen los peajes de nuestra principal autopista.

Puede que haya motivos para esa inquietud, pero es la lógica de los tiempos. Lo saben mejor que nadie los propios estadounidenses que en su día vieron como el capital japonés entraba en el santuario de Hollywood. Tampoco a los británicos les quedó otro recurso que el de la queja cuando una empresa española se hizo cargo de la gestión de sus principales aeropuertos, si bien los reparos tenían más que ver con el servicio prestado que con la nacionalidad de la compañía. Ni aquí ni en Pekín es posible ya ponerle puertas al campo (y mucho menos al capital).

Si acaso, cumpliría exigirle a los nuevos propietarios de la vía rápida que vertebra Galicia un servicio a la clientela acorde con los altos precios que los usuarios pagan por el peaje. El caótico atasco del otro día y el manifiestamente mejorable estado de conservación de la autopista y sus aledaños sugieren que no será fácil empeorar la gestión de la actual empresa. Y si tal ocurre, poco habrá de importar a los automovilistas gallegos que la propiedad sea española o americana.

Cualquiera que sea la nacionalidad del médico, lo sustancial es que no vuelvan a producirse hernias como la de anteayer en la columna vertebral de todo un país. Con la que está cayendo, no estamos para correr riesgos de parálisis.

anxel@arrakis.es