La muerte en atentado terrorista de dos soldados españoles en Afganistán, el brigada Suárez y el cabo Alonso, ha reavivado la polémica sobre el carácter bélico, o en su caso humanitario, de las misiones militares de España en el extranjero.

El paralelismo trata de fijarse entre la vigencia de nuestro compromiso en Afganistán y la ya inexistente presencia militar en Irak, pues proyecta la vieja querella PSOE-PP cuando los papeles estaban cambiados. Por el lado derecho se insiste en que ahora y antes, en Irak y en Afganistán, se está librando una guerra con los riesgos propios de una guerra, mientras por el izquierdo se habla de reconstrucción, estabilización y tareas orientadas a preservar la paz y la seguridad en el mundo.

Lo cierto es que la en legalidad internacional alumbrada después de la segunda guerra mundial no se habla de guerra, como si la supresión del concepto sirviera para suprimir también los conflictos bélicos en distintas partes del mundo, sino de uso de la fuerza militar en las condiciones descritas en el título VII de la Carta de las Naciones Unidas.

De hecho, y de derecho, el uso tasado de esa fuerza militar tampoco responde a coordenadas de las guerras clásicas de invasión, expansión, de resistencia, fronterizas, etc. Ahora todos los supuestos del uso de la fuerza se engloban en la necesidad de mantener la paz y la seguridad en el mundo, en nombre de la comunidad internacional, con operativos asimismo multilaterales y, por supuesto, siempre con el expreso mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, salvo en los casos de respuesta en caliente o derecho de la legítima defensa.

Otro supuesto del uso de la fuerza militar, menos conocido por menos frecuente, es el derecho de injerencia por razones humanitarias (no confundir con invasión, aunque técnicamente puede serlo), pensado para grandes catástrofes naturales.

Podemos hacer planteamientos más o menos acertados para colgar los conflictos de Irak y Afganistán en esa gran percha del mantenimiento de la paz y la seguridad mundiales. Pero la gran diferencia entre ambos siempre será el respaldo de la comunidad internacional y el respeto a sus reglas del juego.

Los hubo en el caso de Afganistán y brillaron por su ausencia en el de Irak. Absténganse los enredadores que vuelven a las andadas con imposibles paralelismos. Nada que ver. En Irak la ilegalidad, la inmoralidad y las mentiras se despacharon a manos llenas. En Afganistán hay consenso, legitimidad, respeto a la legalidad internacional y rotundo respaldo de la ONU a través de varias resoluciones de su Consejo de Seguridad.