Un jurado secreto decidió que fuese Karina quien representase a Televisión Española en el Festival de Eurovisión de 1971, lo que le supuso afianzar una carrera ya por entonces interesante. Fue elegida al final de una serie de programas titulados "Pasaporte a Dublín". Treinta y siete años después de aquello, de Karina quedan apenas un puñado de vagos recuerdos en los admiradores de su generación, el cadáver de su tierna juventud inhumado en el féretro de su gordura de señora y unos cuantos escándalos de manual seguramente pactados con las agencias que venden sus productos de carnicería a los programas del corazón que nutren la suculenta barbacoa de algunas cadenas de televisión. Karina no tenía una gran voz y tampoco era una belleza de calendario, pero resultaba chistosa, divertida y lo bastante ingenua para que resultase creíble en su voz aquel limitado repertorio de canciones sin mucha sustancia literaria que si tuvieron impulso en las listas de éxitos fue por su armazón musical especialmente pegadizo y porque al público le gustaba cualquier cosa que perjudicase su oído menos que la cera. En "Pasaporte a Dublín" había otros concursante con mejores cualidades artísticas, entre ellos, Nino Bravo, que ya era una figura reconocida, y sobre todo, Rocío Jurado, que se clasificó en penúltimo lugar en una época en la que la copla estaba lejos de ser considerada un recurso intelectual de la izquierda ideológica y pertenecía por entero a la reserva espiritual del Régimen, como Conchita Márquez Piquer y Encarnita Polo, dos retablos de la Reconquista que también compitieron en la disputa de aquel "Pasaporte a Dublín" al que aspiraron igualmente Junior, Jaime Morey, Cristina, "Los Mismos"... y Dova, una valenciana de 27 años que había quedado segunda en el Festival del Mediterráneo interpretando la canción "Com el vent", un tema de indiscutible calidad que no tardó en caer injustamente en el mismo olvido que aquella cantante bajita y ambiciosa que cometió el error de dispersarse en giras por los herméticos países del Este. Su canción "Los gitanos" la aupó en el favor del público español y le sirvió para frecuentar los platós de Televisión Española, pero por alguna extraña razón, la gente se olvidaba de Dova como si su cuerpo fuese lo menos pegadizo de su presencia. Muchos de aquellos telespectadores recuerdan sin duda la melodía de "Los gitanos" y la letra de su estribillo, pero son pocos los que memorizaron su rostro, la silueta de su cuerpo o aquella incipiente tristeza existencial prematuramente agazapada en el exultante bullicio casi fisiológico de la canción. Dova se convirtió en una de mi cantantes favoritas y no creo exagerar si digo que su ostracismo nos privó de una figura que pudo ser realmente importante. Tenía cualidades, resultaba atractiva y rebosaba vitalidad y talento, pero pasó por el panorama artístico español como si alguien le hubiese impuesto la horrible penitencia de cantar con la cabeza metida en una bolsa, igual que si fuese simple e inconfesable contrabando. Todos recuerdan a los concursantes de "Pasaporte a Dublín"... menos a Dova, aquella atractiva chica valenciana que hacía magníficas versiones de temas de John Lennon pero que cayó en un olvido prematuro y tenaz, como si en "Pasaporte a Dublín" nueve de los concursantes saliesen cantando por televisión, y en cambio ella, por un extraño castigo histórico nunca explicado, actuase por la radio. Conocí a Dova once años más tarde. Actuaba con rebajas en el cabaret "Xiro", a las afueras de Compostela. Se tomaba dos o tres copas antes de cantar, le rondaba la cabeza la idea del suicidio y su vestuario incluía un párrafo de rímel en cada ojo y un traje zurcido. Una noche me dijo que le servía de relativo consuelo el convencimiento de que a su entierro asistiría sin duda más gente que a sus actuaciones...