No sólo los nacionalistas gallegos quieren ser de mayores como sus hermanos catalanes y vascos. Con mucho mayor sentido práctico, los futuros dirigentes del partido fraguista de Don Manuel acaban de anunciar que pedirán para Galicia las mismas potestades que pueda obtener Cataluña cuando termine la negociación de su nuevo Estatuto.

Aunque muy sensata, la idea no es en absoluto original. De hecho, ya se recoge una fórmula similar -si no idéntica- en la nueva carta autonómica del País o Reino Valenciano.

En una de las disposiciones adicionales de su nuevo Estatuto se decreta que los ciudadanos de Valencia -y de Castellón, y de Alicante- gozarán automáticamente de cualquier derecho que, a mayores, puedan obtener otros reinos autónomos de la Península. Si el País Vasco, por ejemplo, se independizase, los valencianos tendrían el mismo y exacto derecho a ejercer esa prerrogativa. Y si Cataluña lograse una Hacienda propia, otro tanto ocurriría con Valencia en el caso de que sus autoridades lo desearan.

Sorprendentemente -o tal vez no-, la reforma del Estatuto valenciano ha sido elogiada como modelo para la actualización de los demás textos autonómicos vigentes en España. Prueba de ello es que recibió la aquiescencia general de los partidos con representación parlamentaria en ese reino de Levante, bien quiera que fuesen de izquierdas o de derechas.

La fórmula fue ideada por el gobierno conservador que administra aquellos prósperos territorios mediterráneos, hasta tal punto que la famosa disposición igualatoria recibe el nombre de "cláusula Camps" en homenaje al presidente popular de la Generalitat valenciana. No extrañará, por tanto, que sus colegas ideológicos de por aquí hayan encontrado en ella la inspiración para proponer una reforma similar en el Estatuto de Galicia.

Lo que los conservadores gallegos quieren es que Galicia obtenga el mismo rango de autogobierno que "las demás comunidades autónomas", pero no sólo eso. Al igual que lo ya obtenido por los valencianos, pretenden que este Reino de Breogán obtenga "ni más ni menos" las mismas competencias que en su día pueda rebañar Cataluña al término del actual rifirrafe que mantiene con el Estado.

La idea es simplemente genial y bien podría resumirse en la vieja máxima: "Si sale cara, gano yo; y si sale cruz, pierdes tú". Como las fórmulas aseguradas de inversión que ofrecen algunos bancos.

De estos curiosos lances se infiere que en el fondo todo el mundo quiere ser catalán, excepto los madrileños acuciados por torpes razones de rivalidad futbolística.

En lo que toca a Galicia, desde luego, no hay la menor duda.

Los nacionalistas del Bloque se han apresurado ya a redactar un proyecto de Estatuto de Nación que recuerda como un huevo a otro huevo las líneas básicas del texto con el que los catalanes tienen cogido por las criadillas al presidente del Gobierno español. Algo más ambiguos, los socialdemócratas de Touriño defienden sin embargo una posición similar, con los necesarios matices que se puedan ir introduciendo en Madrid.

Y, finalmente, los conservadores se apuntan a todos los bombardeos. Salga lo que salga de la negociación del Estatuto catalán, el partido fraguista pedirá que la reforma del gallego no admita ni una sola competencia menos que las obtenidas por la Generalitat para Cataluña.

Tal vez los más veteranos recuerden que esta fórmula evoca la del famoso "café para todos" que el entonces presidente Adolfo Suárez urdió durante la época de la transición para diluir el problema de las llamadas nacionalidades históricas.

Quien sabe. Lo cierto es que la receta no le fue mal a Galicia, y tampoco ha dejado de funcionar razonablemente en los demás reinos autónomos. Aunque unos sean más iguales que otros, no parece mala aspiración la de que todos seamos iguales en derechos.

anxel@arrakis.es