Se supone que los manuales sirven, a guisa de libro de instrucciones, para facilitar la vida a quienes han de manejar aparatos recién comprados, adentrarse por materias nuevas de estudio o seguir caminos nunca recorridos con anterioridad. Que se publiquen manuales para familiarizarse con un sistema operativo, aprender la escritura cirílica o cruzar con ciertas garantías el desierto de Gobi es comprensible. Pero el ejército de los Estados Unidos acaba de hacer público un manual mucho más peculiar: de contrainsurgencia, que es como se denomina de forma oficial el pulso al terrorismo. Y lo ha colgado de internet advirtiendo que su uso no queda restringido, que su destino es el de ser leído por cualquier ciudadano. Ni siquiera los propios terroristas quedan excluidos del acceso al documento que, adornado con los colores del uniforme de camuflaje, cuenta con 282 páginas.

No sé si leeré alguna vez, siquiera por encima, el manual de contrainsurgencia. Se me hace difícil pensar en una situación en que me sean de cierto provecho sus sin duda excelentes enseñanzas. Pero a título de curiosidad cabe preguntarse en qué lectores estarían pensando los administradores del Pentágono a la hora de financiar no los estudios acerca de la contrainsurgencia -que parecen de sobras justificados- sino su versión apta para todos los públicos. ¿Se tratará de una estrategia de márquetin, encaminada a ganar adeptos para la causa del bien? ¿Habrá un número significativo de turistas, estadounidenses sobre todo, dispuestos a meter en la maleta una copia del manual por si se ven en el trance de tener que consultarlo durante el transcurso de sus vacaciones? ¿O tendrá entre los lectores potenciales a los grupos paramilitares que abundan en casi todas las partes en conflicto del planeta, nada escasas a su vez?

En una muestra de pragmatismo admirable, el manual de contrainsurgencia advierte acerca del carácter diverso de las amenazas. Así, comienza diciendo que no es lo mismo un grupo que otro y, a la hora de citar ejemplos, precisa que los sadamistas y los extremistas islámicos -dando a entender que coinciden en gran medida- no pueden combatirse de la misma forma que el Vietcong, o los Tupamaros. Menos mal. Habida cuenta de cómo terminó la guerra del Vietnam, y teniendo en cuenta la presencia en los últimos gabinetes de Gobierno uruguayos de guerrilleros de los que veneraban a Tupac Amaru, sería un tanto desesperante pensar en la utilidad del manual como guía contra las amenazas postmodernas. Pero lo más inquietante es que los autores del prefacio de ese compendio de luchas, los tenientes generales David H. Petraeus y James F. Amos, incluyen entre las amenazas terroristas históricas a los Moros y, además, citados así, con mayúsculas y en castellano.

Vade retro. ¿En qué moros estarían pensando los ilustres generales? ¿En los que comenzó a combatir desde Covadonga don Pelayo, héroe más antiguo de la contrainsurgencia? ¿A esos "salvajes negros" a los que se refería Mark Twain al glosar la conquista de las Filipinas por parte de las tropas de su país? Sería cosa de precisarlo pero, por desgracia, el manual no da más aclaraciones. Es lo malo que tienen esos documentos. Los lees y nunca viene detallado el problema con el que acabas de tropezarte.