Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús Irisarri: "Lo importante no es un edificio en sí, sino cómo la arquitectura puede mejorar la ciudad"

"No hay prisa por actuar en La Panificadora, es tiempo de planificar y pensar en los que vienen detrás"

El arquitecto vigués Jesús Irisarri, en su estudio. // Adrián Irago

A su extensa y premiada trayectoria arquitectónica, Jesús Irisarri y Guadalupe Piñera han añadido en los últimos meses varios galardones. El Registro de la Propiedad fue premiado en la XIII Bienal Española del pasado marzo y quedó finalista en la Iberoamericana, mientras que una de sus viviendas unifamiliares formó parte de la muestra del pabellón español que acaba de alzarse con el León de Oro en Venecia.

- No es el primer premio que recibe esta vivienda de Tebra, ¿cómo llevan los propietarios tanto reconocimiento?

-Les gusta, pero ellos están encantados de vivir donde viven. El dueño me dijo una frase fantástica: "Cuando me levanto en mi casa me pongo contento". Estas son las cosas con las que te quedas. Cuando proyectamos hacemos una apuesta de cómo se va a vivir un lugar y si el cliente acepta y comparte contigo esa idea es maravilloso.

-La Bienal de Venecia ha reconocido la capacidad de los arquitectos españoles para hacer obras de alta calidad a pesar de las dificultades económicas.

-Es algo más complejo. La arquitectura es de plazos largos y el pabellón español también seleccionó proyectos anteriores a la crisis. Lo que sí hicieron muy bien los comisarios y de manera sólida fue ilustrar la tesis de que es posible utilizar como argumentos a favor del proyecto aquellas condiciones de partida que a veces se consideraban insalvables, como un presupuesto ajustado o la herencia recibida en el caso de una rehabilitación. Más aún, en una situación como la actual, de cambio de sensibilidad y ajuste en lo económico y en lo social, y en la que todo el mundo toma más conciencia de lo que teníamos y lo que podemos perder. Y a esto se añade el debate ecológico y la adecuación a edificios más sostenibles y eficientes. Todas las obras españolas ponen de manifiesto una actitud que no es nueva. Esa mesura siempre ha estado ahí. Otra cosa es que ahora se quiera hacer más plana toda la situación y caer en el error de extrapolar, porque no es lo mismo trabajar en medio de la pobreza que en un país del primer mundo.

-¿Se perdió de vista esta filosofía durante la época de los arquitectos estrella?

-Se distorsionó. Hubo muchos capitanes pero a veces se señala al arquitecto como cabeza de turco cuando él no es el que decide construir una biblioteca con millones de volúmenes, un aeropuerto en el que no va a haber aviones o auditorios sin uso. Los que también han participado quieren que el arquitecto parezca el malo. Cuando un AVE viaja de un punto a otro sin viajeros sería fácil culpar al ingeniero, pero él trabaja para los gestores políticos. Se dice que el arquitecto no entendió a la sociedad pero habría que ver qué se le encargó a él. En esta carrera en busca del efecto Guggenheim se ha mezclado todo. Pero cada situación es diferente. No es lo mismo hacer una casa normal que la de Cristiano Ronaldo aunque en ambos casos se saque el máximo partido del proyecto.

-¿Y hemos aprendido de los fiascos?

-Por desgracia, no. Se sigue en la misma. Viajamos para ver los monumentos de las ciudades y la gente las acaba identificando con ciertas referencias. Esto en sí no es malo, el problema es cuando no se necesitan y se acaban pudriendo en una esquina. Y además es fácil hacer visible la gestión con la inauguración de cosas. No se acaba de entender que lo importante es la ciudad, no el objeto en sí, que también, sino cómo la arquitectura puede hacer y mejorar la ciudad, sobre todo su espacio público.

-Parece que ya no es suficiente erigir el rascacielos más alto del mundo o construir el puente de mayor longitud, los arquitectos ya empiezan a plantearse cómo serán las viviendas en Marte.

-La economía del consumo rápido se lleva a todos los campos. La casa de la futura colonización en Marte ocupa páginas y reportajes donde hay lugar para la fantasía y las hipótesis. Se me escapa qué rentabilidad puede tener para un país emergente o una compañía construir el rascacielos más alto del mundo, pero desde mi parte técnica sí me puedo plantear qué sentido tiene una densidad tan elevada y cómo se puede vivir a esa altura. Antes la técnica te daba la sensatez. Necesitabas el sacho para mover la tierra y hacerte una casa, pero ahora dos bulldozer allanan una colina en dos días. Los medios facilitan que caigas en el error. Y luego está la inmediatez. En este país no se ha dedicado inversión a planificar. Yo he tenido proyectos en Centroeuropa que se estudian durante años y en estos procesos participa mucha gente y especialistas de cada campo hasta llegar a la decisión de cómo invertir el dinero de todos.

-Volviendo a Vigo, el Casco Vello se ha convertido en un referente arquitectónico.

-Para mí es la demostración de que cuando la Administración se implica y se marca un objetivo asumible resultan buenas cosas. El equipo del Consorcio lo ha hecho de maravilla, se ha fomentado la calidad y el resultado está a la vista. Y eso a pesar de que es un lugar tremendamente difícil porque se produce una cierta confrontación entre las necesidades actuales de cómo vivir y unas normativas que chocan con ello.

-Aunque no sean expertos, ¿acaban apreciando los usuarios de estos inmuebles y espacios públicos su calidad?

-Uno de nuestros primeros clientes lo ilustró de manera fenomenal. Había materiales que pensaba que no le gustarían o cosas que no entendía pero después de llevar unas semanas en la casa nos dijo que lo disfrutaba todo. Cuando utilizas los espacios aprecias su calidad y cualidad. El propietario puede ver su limonero y el día que hace al levantarse. Todos notamos si un espacio es alegre o triste. Pero sigue habiendo confrontaciones con las normativas. Se siguen diferenciando zonas de día y de noche, por ejemplo. Dile tú qué es esto a un quinceañero para el que su habitación es un mundo en el que pasa 24 horas.

-El colectivo también ha acusado cierta acumulación legislativa en los últimos años.

-Es la gestión a la manera española. Si algo no tiene marco legal le ponen el más restrictivo. Es una condición con la que lidiamos los arquitectos, tenemos que buscarle una vuelta a todo. Cuando uno quiere ser estricto con normativas se bloquea el futuro. Es como si hoy tuviésemos que funcionar con una normativa de teléfonos de hace 25 años, cuando solo había uno y era fijo.

-Uno de los retos de la ciudad es qué hacer con La Panificadora, un icono de su patrimonio industrial. En 2013 formó parte del jurado de un concurso internacional de ideas.

-La gran riqueza de la ciudad europea es la mezcla de usos y el concurso planteaba compaginar el uso lucrativo privado con el público. Este tipo de ejercicios, con propuestas extremas y otras más conservacionistas, sirven de base para la futura planificación y para pensar ahora que no hay prisa. Tenemos una urgencia tremenda por usar y agotarlo todo a golpe de legislatura pero hay que tener en cuenta a los que vienen detrás. Una ciudad se hace en décadas y siglos y si no sabemos qué hacer con algo es mejor no actuar y legar ese magnífico tesoro. Otra cosa es que haya mecanismos de actuación blandos que permitan mantenerlos. Cosas puntuales y efímeras que ya existen en Europa y EE UU para utilizar durante un tiempo una ruina o un espacio degradado sin destruirlo. Es lo que se hace en Madrid con el Campo de la Cebada. Es una manera absolutamente contemporánea de intervenir en la ciudad que nuestros gestores desconocen o no valoran.

-¿Qué le parecen alternativas turísticas como la ruta de arquitectura contemporánea de la Diputación?

-Me parece una iniciativa fantástica e inteligente. Amplía el foco y lo extiende en el tiempo. Hasta ahora el viaje cultural casi siempre se asociaba al patrimonio. La Diputación tiene el valor de poner en primer plano que en la Galicia de hoy tenemos algo que aportar.

Compartir el artículo

stats