Ni en las epístolas bíblicas ni en los Hechos de los Apóstoles se menciona esa creencia popular cristiana según la cual San Pablo de Tarso cayó de su caballo ante un resplandor divino que le llevó a la fe, pero la metáfora explicaría muy bien el caso del padre Carlos, fundador en Vigo de la Misión del Silencio. Allá por los 70 era un empresario vallisoletano a punto de casarse. Hoy es un sacerdote en Vigo, ocho hijos adoptados le llaman padre con la boca llena de amor y de lo que él llama Providencia y del trabajo de sus "monjas" seglares sostenido con el dinero de anónimos benefactores dependen varias casas de acogida.

Una, en Urzáiz, antiguo convento de las Damas Apostólicas, da alojamiento en 18 camas a mujeres y tiene un comedor siempre lleno que el año 2007 dio 32.000 servicios; otra, en la antigua Casa del Pescador, ofrece 30 camas a hombres y abre 21 horas al día con servicios de peluquería, ducha, lavandería, café... Y no son los únicos porque tiene otra casa en la calle Esperanto, de su propia familia, que dedicó a diversos menesteres solidarios. ¿De dónde un solo hombre, además enfermo, puede sacar tanto y con tanta alegría? Él dice que de la fe en Dios y puede ser, aunque sepamos que hay otra gente sin ella que trabaja con gran tesón por causas parecidas, como en Vigo Antón Bouzas, vinculado a enfermos de sida y a los sin techo.

El padre Carlos era en los 70 un licenciado en Económicas que abriría la asesoría jurídica Ordeco. Es en esa década en la que, en tres meses, llega a su Dios y al sacerdocio por la adversidad y el dolor. Se le hunde la empresa, a su padre se le declara un cáncer de laringe y se le muere la que iba a ser su mujer, de la que estaba profundamente enamorado. A Vigo llegó en 1972 y fundó ese año la Asociación de Sordos, respuesta a un proceso religioso tardío que va naciendo en él y que en su caso se manifiesta en la búsqueda de un compromiso con la realidad. A los 30 años, en 1975, entra en el seminario y consigue una dispensa para trabajar simultáneamente en Mateu y Mateu cargando camiones. Ahí empieza a comprender al mundo ya no desde su perspectiva empresarial anterior, sino desde la de los trabajadores. En 1980 es ordenado sacerdote, profesión de la que este hombre amoroso, sonriente y pasional, se declara enamorado.

Pero lo suyo no es rezar, sino actuar. En Fontenla- Ponteareas tiene su primer destino y allí el azar le llevarían a adoptar a cuatro niños y luego un quinto abandonados por su familia, que hoy le llaman papá. El sexto se lo dejarían al pie del altar, con la nota de que tenía síndrome de alcoholismo fetal. Luego vendrían otros dos, de mujeres que iban a dormir a su casa de acogida de Urzaiz. Tres de ellos no pueden valerse por sí mismos y los otros cinco lo hacen en precario, pero todos han vivido hasta hoy llenos de amor con ese padre suyo soltero y sacerdote. Casi nada, este padre Carlos. No le gustan las fotografías, ni aparecer en público. Quiere vivir a la sombra... de su Dios.