En el Archivo Pacheco los recuerdos se encadenan al ritmo en que se suceden las fotografías en los ordenadores: furgonetas Citroën de madera para el reparto, novias vestidas de luto, Evita Perón en Vigo...

Los más jóvenes se acercan a la Casa das Artes bajo el impulso de la curiosidad. Como Maira, una brasileña recién llegada que entró por su pasión por la fotografía y se ha quedado sorprendida por las "joyas" que guarda el archivo. Lo que más le gusta: "Que haya gente anónima, haciendo cosas cotidianas. Te enseña cómo fue la vida en otro tiempo".

Los mayores acuden casi con devoción, y hay quien se ha pasado ya más de una tarde ojeando algunas de las 4.000 imágenes seleccionadas. Es el caso de Emilio Cordero, que se ha convertido en un estrecho colaborador del trabajo de documentación en curso en el archivo. Ha vivido siempre en Vigo, en una casa que tiene más de dos siglos de antigüedad –su madre la heredó de su abuela–, en el Casco Vello. Una fotografía de las "cesteiras" le evoca enseguida el recuerdo de su abuela, que era "peixeira" y tenía dos puestos en los que vendía las capturas "donde está ahora el hotel Bahía". "En casa, entre todos los primos, éramos 14 niños, y mi abuela nos metía en un cesto enorme en el que cabíamos todos, mientras ella trabajaba. Y si alguno intentaba escapar, subiéndose encima de otro, ella nos daba en las manos con una vara", cuenta Emilio que "desde los siete años colaboraba en el negocio lavando las patenas del pescado".

A Pilar también le brotan las escenas de su infancia en la memoria. Vivía en Policarpo Sanz, enfrente de la librería Cervantes y de un prostíbulo. "Me hacía gracia mirar entre las cortinas, sobre todo cuando llegaba un barco de América porque el ´club´ se llenaba de hombres y las chicas negritas salían a recibirlos".

No se olvida tampoco de cómo su vecina, "la señora Juanita, que tenía una fábrica de camisas", le reñía: "Pilar, no está bien que mires por la ventana", a lo que ella respondía: "Entonces es que usted mira también".

Pilar comenta las fotografías de las primeras mujeres trabajadoras en la industria viguesa: "En las fábricas de conservas empleaban a muchas jóvenes, pero tenían muy mala reputación; el encargado tenía derecho a ´roces´ con las chicas, por eso mi padre no dejaba que mi hermana trabajara". Y se asombra de "cómo podían trabajar con esos vestidos tan largos". En cambio había trabajos femeninos mejor vistos, como asegura Carmen mientras señala la pantalla: "¡Mira todas las chicas cosiendo los uniformes de los soldados durante la guerra. Éstas eran chicas de mejor categoría!". Paulino, vigués de nacimiento, desembarcó en Argentina en 1952, cuando tenía siete años. Ahora regresa a sus orígenes y gracias a las fotos puede vivificar sus recuerdos de la infancia. Mientras, Pilar ha encontrado una imagen en la que aparece la tienda favorita de Carmen Polo, que cada vez que venía de visita a Vigo con el "Caudillo" recalaba en el comercio de la Plaza de la Constitución, donde ahora está el centro de salud. De allí se llevaba los mejores juegos de café, aunque trataban de esconder los más caros. Los que podían pagar no lo hacían, así eran aquellos tiempos", dice con una sonrisa de medio lado. Emilio descubre entre las fotografías al edificio que fue una casa de baños de agua salada, donde la gente sin acceso al agua potable se duchaba en unas salas, y la gente pudiente utilizaba otras mejores. Y enseguida le viene a la memoria la anécdota de aquella tortuga, "tan grande que no cabía por la puerta". "La trajeron un día enganchada entre las redes de un barco. La metieron de canto por la puerta y allí la tuvieron durante un tiempo", narra. Así es el Archivo Pacheco, una especie de caja de Pandora de la memoria, al que cada día acuden más personas para rescatar sus recuerdos.