Aunque aliados y nazis fueron enemigos acérrimos durante la II Guerra Mundial, ahora lo que queda de esa ya vieja historia, los testimonios militares en forma de mapas, se ven obligados a convivir en paz y armonía en los estantes de la Cidade da Cultura, y el responsable es un concello de la provincia de Ourense de 2.256 habitantes llamado Vilardevós. Ese es el nombre que quiso poner el ingeniero Rodolfo Núñez de las Cuevas a la colección de libros y mapas que ha donado a la Biblioteca de Galicia. Entre los 3.500 libros, 90 atlas y cientos de mapas que integran los tesoros que este ourensano –presidente honorario de la Real Sociedad Geográfica– logró reunir a lo largo de su vida, él mismo destaca entre "los más interesantes" al utilizado por el Estado Mayor del general Eisenhower a final de la II Guerra Mundial, indicando las zonas de acción y de ocupación de Alemania por los ejércitos de los distintos países. Ese mapa, como ocurre con los expedientes que pueblan las películas, fue en un tiempo "secreto", pero fue "desclasificado" en 1945 y ahora los investigadores podrán acceder a él porque ya es parte de la colección de la Cidade da Cultura.

No es el único tesoro aportado por Núñez de las Cuevas, quien destaca en su relación los "ejemplares únicos" las Deutsche Heereskarte Spanien, publicadas entre 1940 y 1943, bajo el mandato de Hitler, cuando ni siquiera estaba completo el Mapa Topográfico Nacional en la misma escala.

La colección donada por Núñez de las Cuevas –el resultado de muchos años de esfuerzos, desde que empezó a reunirla en 1953, todavía en proceso de catalogación porque él nunca llevó a cabo dicha labor– contiene también libros que demuestran su interés por la ingeniería, la astronomía, la topografía, la climatología, la física y la geografía. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, tres pequeños manuales editados por el Ejército republicano español para que sus soldados aprendieran nociones básicas de topografía y lectura de mapas.

A buen recaudo

Como explica el director de la Biblioteca de Galicia, Daniel Buján, los mapas son de papel y hay que controlar sus condiciones de temperatura –entre 18 y 21º– y de humedad –entre el 50 y el 70 por ciento–. Pero además tienen otras peculiaridades. A diferencia de los libros, no llevan bien lo de estar de pie y tampoco son demasido aficionados a que los dejen enrollados. La solución son las mapotecas, donde pueden aguardar a ser consultados cómodamente extendidos en finas estanterías horizontales superpuestas.

No obstante, esta colección no forma parte del área que estará accesible al gran público en la Biblioteca. Sobre todo los mapas, más delicados y, en muchos casos, antiguos, se quedarán en su rincón hasta que algún investigador los reclame y nadie, a no ser personal técnico del Gaiás, podrá acceder a las salas que intentan preservarlos del paso del tiempo.