En cualquier caso, el domingo 7 de noviembre del espacio interior del templo estará cubierto y cerrado, y las columnas en forma de árbol sostendrán con sus ramas pétreas las bóvedas luminosas que parecen hechas de grandes hojas de piedra, y que como verdaderos copas de árbol dejan intersticios abiertos al cielo, cubiertos con claraboyas. Este increíble espacio, capaz para diez mil personas, podrá ya ser utilizado para el culto, con la prevención de no interferir ni ser interferido por los trabajos pendientes.

Y los trabajos pendientes son de un volumen impresionante. La gran nave está cubierta, sí, pero la silueta del templo dista aún de la que debe llegar a ser. En estos momentos sólo se yerguen hacia el cielo ocho de las dieciocho torres previstas: las cuatro de la fachada del Nacimiento, única parte del templo que Gaudí dirigió en persona, y las cuatro de la fachada de la Pasión, gemela de la anterior, construida en la segunda mitad del siglo XX.

Faltan por levantar las cuatro torres de la fachada de la Gloria, o entrada principal del templo; la torre principal, dedicada a Jesucristo y que se levantará por encima del crucero, a medio camino entre las dos fachadas actuales; las cuatro torres dedicadas a los cuatro evangelistas, que rodearán la torre central, y la dedicada a Santa María, que se levantará encima del ábside, muy cerca de las cinco anteriores, completando con ellas una acumulación piramidal muy lejos de la imagen de ligereza que hemos visto durante las largas décadas en que la silueta del templo no era otra que el doble par de torres del la fachada del Nacimiento. A más largo plazo, el proyecto gaudiniano no estará completo hasta que se derriben los edificios legalmente construidos ante la fachada principal, que impiden abrir la soñada gran avenida de acceso.

Una gran cruz

Para que nos hagamos una idea de cómo va a cambiar todavía la imagen del templo, diremos que las torres actuales tienen unas alturas máximas de 112 metros (las dos centrales de la fachada de la Pasión), mientras que la torre central se levantará hasta los 170 metros, y las cuatro de los evangelistas, así como la de Santa María hasta los 125 metros. Por tanto, la silueta del templo es hoy 58 metros menor de lo que debe llegar a ser, y las ocho torres construidas son menos de la mitad de las que llegarán a levantarse.

Y es que, a pesar de sus grandes dimensiones de planta, la altura será, con diferencia, la mayor de las tres dimensiones del templo, y el bosque de torres del crucero constituirá su personalidad más visible. Coincide así con las características de otros templos expiatorios, como el del Tibidabo de Barcelona, o el de Montmartre en París, consagrados ambos al el Sagrado Corazón de Jesús, y que en su esfuerzo por ganar altura denotan que su origen tiene más que ver con una manifestación de devoción popular y exaltación de la fe que con la necesidad de disponer de un lugar para el culto y para las celebraciones litúrgicas, aunque el tamaño de sus naves haga que la Sagrada Familia sea más que eficaz en este aspecto.

La basílica de San Pedro de Roma tiene una altura máxima (en la cúpula) de 132 metros, bastante inferior a su longitud de 211 metros. Si ya estuviera construida, la torre central de la Sagrada Familia sería hoy la más grande altura de una iglesia cristiana en todo el mundo, por encima de los 161 metros de la catedral de Ulm (Alemania). El conjunto de torres del templo barcelonés indicará claramente la voluntad de su arquitecto de elevarse lo máximo posible hacia el cielo y de despegarse de la tierra.

Y además, si ningún nuevo proyecto lo impide, la torre principal dominará la línea del cielo del llano de Barcelona. Pero no con una simple aguja de piedra, sino con una cruz de grandes dimensiones, visible y reconocible desde mucha distancia. La cruz cristiana estará en lo más alto de la imagen de la capital catalana.

De céntimo en céntimo

Aunque asumió y magnificó plenamente los objetivos de sus promotores, Gaudí no fue el arquitecto inicialmente designado para construir la Sagrada Familia. En realidad, los orígenes del templo se remontan al año 1866, cuando el librero barcelonés Josep Maria Bocabella fundó La Asociación Espiritual de Devotos de San José, con el objetivo básico de construir un templo para dicha advocación. No fue hasta diez años más tarde que la asociación empezó a buscar unos terrenos donde realidad su propósito, y aun hubo que esperar al 1881 hasta que adquirieron toda una manzana del Eixample, en un lugar ya ordenado sobre el papel urbanístico, pero por entonces rodeado de campos. El arquitecto elegido era Francisco de Paula del Villar y Lozano, que diseñó un templo neogótico al estilo de la época, con sus contrafuertes y su aguja; algo radicalmente diferente de lo que se acabaría construyendo.

En 1882 se puso la primera piedra y comenzó la construcción por la cripta. En ese momento, Gaudí no estaba vinculado al proyecto, sino que trabajaba para el arquitecto Joan Martorell, que por otra parte era asesor de Bocabella. Por ello, en 1883, cuando Villar y Bocabella no se entendieron y el primer abandonó la obra apenas comenzada, Martorell propuso su colaborador, y así Gaudí se puso al frente del proyecto le imprimió un giro radical.

Pero las obras, financiadas con donativos y limosnas, avanzaron muy despacio. Hasta el 1889 no se terminó de construir la cripta, y se empezaron a levantar las paredes del ábside, y hasta tres años mas tarde no se empezó a levantar la fachada de la Natividad. Ese mismo año murió el librero Bocabella, y el arzobispo nombró un nuevo presidente para la junta promotora, que tenía como principal misión conseguir fondos.

A partir de entonces, y durante muchos años, la Sagrada Familia fue una pared semicircular, la del ábside, con sus gárgolas y agujas, y unas grandes torres en construcción, los cuatro campanarios de la Natividad, que iban ganando altura muy lentamente. En 1906 dos de ellas alcanzaron los 44 metros de altura, pero hasta el 1912 no llegaron a los 66 metros. En 1914, cuando alcanzaban los 70 metros, Gaudí decidió no aceptar ninguna proyecto y dedicarse únicamente al templo, y ello significaba desde dibujar el diseño de todo el conjunto para que alguien pudiera continuarlo cuando él faltase (tenia 62 años) hasta ir cada semana a visitar a una familia acomodada de la ciudad para conseguir el dinero con que pagar las facturas y las nóminas de los trabajadores.

En 1925, Gaudí se fue a vivir a las obras, para velarlas día y noche. Había ya dibujado la fachada de la Pasión, había hecho el esbozo de la fachada de la Gloria y se habían realizado maquetas en yeso del cubrimiento de las naves. Ese año se terminó la primera de las torres de la Natividad, la dedicada a San Bartolomé. Fue la única que el arquitecto vio culminada, porque murió al año siguiente, los 74 años de edad, atropellado por un tranvía cuando hacía su paseo cotidiana hasta el casco antiguo de Barcelona. Las otras tres torres no se terminaron hasta 1930.

¿Continuar o no?

¿Tenía o no tenía sentido continuar la construcción del templo después de la muerte de su arquitecto que, además, le había estado dirigiendo de una manera absolutamente personal, decidiendo día a día detalles y soluciones que no constaban en ningún plano? Este fue un debate que se abrió en Barcelona cuando, pasada la guerra y las penurias de los primeros años de posguerra, y perdidos muchos de los planos y dibujos en la contienda civil (luego se recuperarían en gran parte), la Junta del Patronato se propuso emprender la construcción de la fachada de la Pasión. Hubo opiniones para todos los gustos, y arquitectos de renombre internacional abogaron por dejar las cosas como estaban, con las cuatro torres de la Natividad -que aún hoy son la imagen internacional de Barcelona- como monumento excepcional e incontaminado. Pero pesaron más los argumentos de tipo religioso, que no perdían de vista el propósito de los iniciadores, y que también era el de Gaudí, católico ferviente de comunión diaria. Añadían que el propio Gaudí había advertido que el templo sería una obra de más de una generación. Por lo tanto, en 1954 se emprendió la construcción de la segunda fachada, bajo la dirección de los arquitectos Quintana, Puig Boada y Bonet Garí.

Tampoco estas fueron unas obras rápidas. 22 años tardaron en culminarse las cuatro torres, finalizadas el año que se cumplía el 50 aniversario de la muerte de Gaudí. Mientras, tanto el arquitecto como el templo habían convertido en un atractivo de primer orden para la nueva fuente de riqueza del país: el turismo, que no cesaba de hacer cola para visitar aquella construcción única, sorprendente y excepcional. Y con las entradas-donativo que compraban los visitantes, el Patronato tenía una vía de ingresos muy conveniente para proseguir la construcción.

Completados pues el ábside y de las dos fachadas laterales, se emprendió la construcción de los muros de la nave central. Llegó luego la hora de empezar levantar las columnas del interior y las bóvedas que cubren las naves, tarea completada recientemente. La tercera fachada, la de la Gloria, está apenas apuntada.

El papel de Subirachs

En 1990 se empezaron a colocar en la fachada de la Pasión las esculturas de Josep Maria Subirachs, que había recibido el encargo de ejecutar la escultórica de un templo donde este elemento es fundamental, hasta el extremo de marcar acusadamente su personalidad. Un encargo que generó también una intensa y extensa polémica, en la que se pidió nuevamente, también sin éxito, que se dejara tranquila y sola la obra de Gaudí. Como este, también Subirachs abandonó cualquier otro trabajo y vive íntegramente consagrado al templo expiatorio.

Este año, 2010, en el tercer siglo del templo comenzado al XIX, se ha culminado el cerramiento del templo: las ceremonias que se celebren en su interior ya no estarán expuestas a los elementos. Pero por encima del techo del crucero y del ábside, continúa el trabajo. Las torres de los cuatro evangelistas, y la de Santa María ya han comenzado a ganar altura, a ellas se añadirá la central, la que subirá hasta los 170 metros. Al mismo tiempo habrá que construir las sacristías definitivas, la fachada de la Gloria y varias capillas, y las partes del claustro exterior que aún faltan. Nada de todo esto impedirá sin embargo el funcionamiento de la basílica: como las viejas catedrales, que en muchos casos cuentan con fachadas realizadas en el siglo XIX y en muchos otros no han llegado nunca culminar la totalidad de las sus torres, agujas o campanarios.