Elvira, de cuarenta y ocho años, sufre en sus carnes el drama del abandono del rural y el envejecimiento de la población en una provincia como Ourense. Nada sabe de cifras y porcentajes, de políticas de revitalización del campo o de medidas para incentivar la natalidad, pero sí es testigo en primera persona del declive de su pueblo, Casal do Regueiro, en el municipio de Ramirás. En su aldea, hay ocho casas, pero sólo dos están habitadas, la suya, donde vive con sus padres enfermos, de 86 y 89 años, y otra, en el otro extremo del pueblo, donde mora un matrimonio anciano que también supera, igual que sus progenitores, los ochenta años. Elvira es la moza de la aldea, y aún recuerda como siendo una niña la escuela pública estaba en Casal do Regueiro y su pandilla de juegos infantiles superaba la docena de rapaces.

Pero ahora ya no hay niños que correteen por los caminos y alegren la vida del pueblo. Es más, la aldea está en estado de semiabandono y ha sido la propia Elvira la que ha limpiado, azada en mano, los caminos del pueblo por los que sólo ella transita.

Elvira puede pasarse días sin ver a sus vecinos, pues sus padres le exigen atención absoluta las 24 horas del día, y dejarles solos para hacer el corto paseo a casa de los amigos es un riesgo que asume en contadas ocasiones, y tras pensárselo muy bien. A su madre, le amputaron en verano un brazo y los médicos no son optimistas. La hija llora a escondidas y confiesa sentirse "cautiva por el amor a sus padres", pero siente que es su deber estar a su lado en estos momentos finales, aunque se le está haciendo muy cuesta arriba. Emigró a Estados Unidos y regresó hace siete años para hacerse cargo de sus progenitores, que sólo la tienen a ella por ser hija única. Está sola y el Estado del Bienestar, en el que se supone que vivimos, no le ayuda. Cuenta su particular drama y tras una hora de conversación agradece la terapia porque le sale gratis y no tiene que "pagar a un psiquiatra".

Pendiente de sus padres constantemente, hacer la compra, por ejemplo, es una aventura. La tienda está a dos kilómetros, y ella aunque sabe conducir no tiene el permiso español, y no lo tiene porque no cuenta con alguien que cuide de sus padres mientras ella va a Ourense a sacarse la licencia. Así que a Elvira no le queda más remedio que aguardar el paso del panadero, al que también puede comprar naranjas y algo más. Si quiere otra fruta o pescado debe caminar una vez a la semana un kilómetro y esperar al frutero y al pescadero que hacen su ruta diaria, pero como no tienen horario fijo, le angustia que pase algo en casa mientras ella no está. La farmacia y el centro de salud están a 4 kilómetros y el taxi le cuesta 12 euros, si tiene que ir al hospital a Ourense la factura se eleva a 40, pero si lleva a mamá, ¿quién se queda con papá?