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El pusilánime crecimiento mundial

Los organismos multilaterales emplazan a más innovación, estímulos fiscales y reformas adicionales para relanzar una recuperación económica

Ban Ki-Moon, Xi Jinping y Obama, en la pasada cumbre del G-20. // Efe

La economía mundial crece a la menor tasa desde 2009, los países avanzados lo hacen casi un punto porcentual por debajo del promedio de 1990-2007 y de los emergentes y en desarrollo sólo se espera que superen este año en una décima el deplorable comportamiento de 2015, el peor desde 2009.

Nueve años y medio después del estallido de la crisis de las hipotecas "basura" de EEUU y a punto de cumplirse (será el jueves) el octavo aniversario del desplome de Lehman Brothers (que colapsó el mercado financiero internacional), el avance del PIB mundial se mantendrá por quinto año consecutivo por debajo de su promedio a largo plazo (3,7% entre 1990 y2007) y, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2017 podría ser el sexto. Desde enero, FMI, Banco Mundial y OCDE han revisado a la baja sucesivas veces sus previsiones para 2016-2018. Y el crecimiento potencial de la economía (aquel que es capaz de utilizar el máximo de recursos y factores disponibles sin generar inflación) cayó del 2,4% antes de la crisis al 1,3% de media en 2008-2014 y, según el FMI, apenas repuntará al 1,6% de aquí a 2020.

Crecimiento escaso, inflación baja y paro alto visualizan un cuadro postraumático nítido tras una crisis devastadora y cuya capacidad destructora está actuando aún hoy en el actual escenario de crecimiento pusilánime.

Esta atonía enquistada se produce tras la mayor ofensiva jamás realizada antes por los grandes bancos centrales del mundo, con un despliegue de estímulos monetarios sin precedentes: más de 500 millones de personas viven en este momento en el planeta bajo el insólito reinado de los tipos de interés negativos y sólo en las cuatro áreas monetarias más relevantes se ha fabricado e inyectado dinero en la economía para aumentar la base monetaria en el equivalente a 7 billones de euros, siete veces toda la riqueza que genera España cada año.

La profusión y contundencia de las medidas excepcionales aplicadas hace aún más inquietante el exiguo comportamiento de la actividad global. "Desde principios de los 90 no se ha visto un debilitamiento de la economía mundial por tanto tiempo", dijo hace diez días la directora del FMI, Christine Lagarde.

La previsión del Fondo es que la lasitud perdure y que al menos en los cinco años próximos el crecimiento de las economías avanzadas y de las emergentes persevere a una tasa inferior a lo que fue habitual antes de la crisis. Incluso EEUU, la mayor economía del planeta y la que primero se zafó de la recesión, sigue atrapada en un marasmo de señales contradictorias.

La cumbre hace una semana del G-20 en China evidenció una vez más la incertidumbre y hasta el desconcierto de las grandes potencias por el débil crecimiento global, que el año pasado fue del 3,1% -el mismo que se espera para 2016-, tres décimas por debajo del avance registrado en 2014.

La fragilidad y parsimonia del desenvolvimiento económico del planeta ha aunado a los grandes organismos multilaterales en llamamientos apremiantes al activismo de Gobiernos y autoridades, y en alertas contra las tentaciones proteccionistas, en la convicción de que la gigantesca ofensiva monetaria está llegando a sus límites, una vez que los tipos oficiales han alcanzado el 0% y los balances de los bancos emisores se han saturado.

OCDE, FMI, G-20, BCE... han vuelto a demandar en las últimas semanas impulsos reformistas que mejoren el potencial de la economía. El desfallecimiento del comercio mundial alarma a los analistas por su condición de síntoma anticipador de retrocesos y por la relevante incidencia de las transacciones globales sobre la marcha general de la economía. El comercio mundial, que llegó a crecer un 7,2% de media de 1987 a 2007 (el doble que el PIB en el periodo), se comporta ahora por debajo de la tasa de crecimiento de la economía, y esta inversión de términos, que sólo ocurrió cinco veces en 50 años ha disparado las alertas.

La convicción creciente es que la insuficiente vitalidad de la economía no es una mera fase de convalecencia tras la más profunda y prolongada recesión desde los años 30, lo que habría dejado exhaustas a las fuerzas del mercado, sino una tendencia de fondo, más estructural que coyuntural, y ligada a una nueva realidad (la llamada Nueva Mediocridad) que actuaría como un bucle de difícil escapatoria. Y más cuando, dice el FMI, "la persistencia del bajo crecimiento deja secuelas" que a su vez "reducen el potencial, la demanda y la inversión".

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