Dos terceras partes de la carrera profesional de Eugenia Bieto Caubet (Barcelona, 1950) se han desarrollado en la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE), centro del que primero fue alumna, luego profesora y ahora directora. La primera mujer al frente del tercer centro de formación de negocios de España, que figura entre los veinticinco más destacados del mundo, es de las que ven oportunidades en estos tiempos revueltos. Frente a la falta de escrúpulos de quienes propiciaron la debacle, Eugenia Bieto considera que "la integridad y la ética en el desarrollo de la función directiva son ahora importantes, como no lo han sido nunca".

–ESADE tiene un perfil de escuela elitista.

–Es una escuela privada, sus ingresos provienen íntegramente de las matrículas de los alumnos y no hay fondos públicos. Las matrículas, evidentemente, son más caras que en la Universidad pública. Cuesta un esfuerzo económico entrar en ESADE, pero tenemos montado un sistema de becas potente para que los alumnos que tengan la capacidad suficiente y un buen expediente académico puedan acceder al margen de limitaciones económicas.

–En un momento tormentoso en lo económico y con tanta incertidumbre parece difícil formar a futuros a empresarios, sobre todo, porque no sabemos a qué nos enfrentaremos mañana.

–Al contrario. Aquí nos encontramos con que nos vienen empresarios y directivos a buscar respuestas. Son momentos en que vemos que la formación resulta un elemento clave para las empresas, que buscan nuevas maneras de enfocarse, nuevos modelos de negocio y formas de organizarse. No es complicado desde la perspectiva de la escuela o del profesor, pero sí está claro que son momentos críticos. Lo importante es ser flexibles y entender muy bien qué es lo que en estos momentos necesitan las empresas y los directivos.

–¿Cual sería el perfil del responsable de una empresa en esta coyuntura?

–Tienen que ser personas con gran capacidad de innovación, con una fuerte dosis de liderazgo, que significa tener las ideas muy claras, y transmitir confianza a sus equipos. Éstos son momentos de mucha incertidumbre, y en las empresas se instala esa sensación de ¿qué va a pasar? El directivo tiene que tener una resiliencia muy fuerte para transmitir confianza en que la situación se va a superar y en que la solución se construye entre todos. Ahora más que nunca el directivo ha de ser capaz de involucrar a sus equipos en las decisiones y en los procesos. Los responsables de las empresas tienen que ser muy abiertos, con una visión periférica y con capacidad de interpretar de una manera rápida lo que está pasando, pero no en su entorno más cercano, sino en el mundo.

–Ahora hay una gran desconfianza con ciertos responsables empresariales, sobre todo, en el mundo financiero, que han antepuesto su beneficio personal al interés de las empresas que tenían a su cargo, y a quienes se responsabiliza de esta catástrofe económica que vivimos.

–La crisis es el resultado de un conjunto de cosas. Hay empresas que capean bien esta situación porque sus responsables lo han hecho bien, no debemos fijarnos solo en la parte mala. Esta situación es consecuencia no solo de decisiones equivocadas por parte de responsables empresariales, también influyen determinados marcos regulatorios y las visiones cortoplacistas. Estamos ante un cambio de paradigma, el corto plazo es malo, y cuando se toman decisiones con esa visión vas dando tumbos, uno no tiene una línea clara y acostumbra a equivocarse. Hay que poner la mirada en el largo plazo. En este momento las empresas han de ser capaces de apostar por la innovación, que requiere plazos largos. Y además hay que potenciar los elementos colaborativos. Si los objetivos se convierten en algo individual, se mata el trabajo del grupo, cuando de lo que se trata es de conseguir cosas que beneficien a la empresa en su conjunto. Los incentivos son buenos, pero han de tener ese marco del que hablo.

–Está en revisión la conducta empresarial. Por ejemplo, ahora se habla como nunca de ética empresarial, quizá para lavar ciertos pecados del pasado.

–Lo importante es educar en valores, que es una expresión que se ha utilizado en ocasiones de una manera gratuita. Hemos de recuperar o de insistir, porque en muchas instituciones no se puede decir que se perdieran ni podemos demonizar ahora con esto. La integridad y la ética en el desarrollo de la función directiva son ahora importantes como no lo han sido nunca. La empresa tiene una gran responsabilidad sobre los problemas de la humanidad. En la escuela de negocios las cuestiones sobre la ética empresarial han sido una preocupación desde la fundación, entre la Compañía de Jesús y los empresarios. Entonces no se hablaba de responsabilidad social, pero sí de ética, y tenemos una cátedra dedicada solo a esto.

–¿Podemos decir entonces que hay que buscar un nuevo perfil de empresario?

–Más que un nuevo perfil, creo que hay que recuperar y hacer valer determinados comportamientos que se han mantenido siempre. Hay que poner de ejemplo a quienes deciden sacar adelante su propio proyecto y arriesgar. En el ámbito de la empresa familiar ves muchos casos de firmas que no reparten dividendos durante años para reinvertir en el propio negocio. Hay que poner en valor a la gente joven que está emprendiendo negocios. Los comportamientos negativos y desleales que nos han llevado a esta situación no deben hacer que perdamos de vista otros comportamientos que necesitan reconocimiento.

–¿La iniciativa empresarial es algo que se puede enseñar?

–Sí se puede enseñar. Hay quienes tienen más capacidad creativa que otros, pero también está el caso de quien no ha descubierto que tiene esa disposición. Yo siempre pongo el ejemplo del futbolista: Messis hay pocos, pero en todos los equipos vemos jugadores extraordinarios que lo que han hecho es entrenarse mucho, entender el sentido del trabajo en equipo y esforzarse. Las capacidades se pueden desarrollar y se pueden enseñar. Me he pasado muchos años enseñando iniciativa a la gente, estimulándola, haciendo que sepa gestionar el miedo al fracaso. Además, esa iniciativa es uno de los elementos cruciales para salir de la crisis.

–En nuestro entorno cultural se tiende a penalizar el fracaso, a considerarlo algo terrible, mientras que entre los anglosajones es casi un paso en el aprendizaje.

–La tolerancia al fracaso es fundamental. La cultura que castiga el fracaso no es buena, solo consigue que la gente no arriesgue. Las empresas tienen que trabajar para que dentro de la organización no se penalice el fracaso, porque se pierde el estímulo para innovar, para ensayar cosas nuevas.