El Celta femenino que muchos reclaman ya existió. Fue entre 1984 y 1985, cuando el club celeste apadrinó a un Mayador de larga existencia. Una etapa fugaz, pero con destellos como sus dos victorias sobre el Alcobendas. Varias de esas pioneras se reúnen tres décadas después y sueñan con ver a sus herederas también de celeste: "Había entonces grandes jugadoras y las hay ahora. Deberían ayudarlas más", proclaman.

Sus nombres se recitan como una alineación futbolística: Nati Maradona, Susi, Pichi, Neri, Dalia, Gelis, Chita, Chelo, Aurora, Tita y Pili, con Conchi como delegada. Algunas se relacionan con frecuencia. Otras llevaban mucho tiempo sin verse. El guirigay de saludos, anécdotas y afectos retrata una época irrepetible de sus vidas, con el fútbol como nexo.

Ese Celta se edifica sobre un Mayador que había surgido en el Rocío. En ese barrio, entre Coia y Bouzas, se fueron reuniendo las adelantadas a comienzos de los setenta. Entre ellas, Chelo Cea, guardiana de la memoria colectiva. El padre de su compañera Rosi, Fernando López Veloso, fue quien proporcionó una estructura a sus afanes. E implicó a toda su familia. Su hijo, Fernando López Ferradás, Fernandito en los cariños y Ferradás para el común, asumiría el cargo de entrenador. Ferradás había jugado en el Rápido y el Alondras, en Tercera. Él impartiría la doctrina técnica y táctica que sus esforzadas jugadoras requerían.

El Mayador se convirtió en uno de los equipos indispensables del paisaje futbolístico femenino, aunque experimentó un receso de algunos años. Poco a poco fue involucrando en la plantilla a jugadoras de otras edades y procedencias. Ferradás intentaba enrolar a aquellas rivales que más destacaban. Anunciación Davila "Tita" llegó del Valladares; Dalia Lago, de un colegio redondelano; Aurora Feros, del Turista; Pili Besada y Gelis Rodríguez, de Salceda de Caselas en una etapa posterior.

Vendiendo sidra

El patrocinio de la sidra Mayador lo logró el presidente del club gracias a su relación con el representante en la zona de la bebida, que solía parar en un bar de Bouzas. De la relación sacaron la equipación, con las letras blancas de la marca sobre la camiseta roja, y botellas de sidra para vender por las verbenas y ferias a las que acudían a disputar partidos de exhibición. Porque aunque federadas, las competiciones femeninas estaban entonces organizadas por las propias entidades y eran de pervivencia azarosa. Pese a su carácter oficioso, los partidos femeninos tenían su tirón. "Me acuerdo de un partido en Guillarei, en mi primera etapa con el Mayador. Había tanta gente que flipé, el campo estaba a tope", asegura Aurora. Cíes, Cividanes o Goiáns eran adversarios habituales en ese tiempo, aunque también había desplazamientos más largos, como aquel a Lugo en el que la nieve las dejó bloqueadas en la carretera.

Las finanzas de la escuadra, en general, se sostenían por el sacrificio de las propias jugadoras y sobre todo la familia del presidente. "Mucho dinero salió de aquella casa", relata Cochi Barco, la esposa de Ferradás y delegada del equipo. Ella lavaba la ropa de toda la plantilla, "a mano, en el pilón, torciéndola en palos de escoba y secándola con una estufa catalítica". La casa de los López era "sede, vestuario, de todo". El padre de Ferradás, sindicalista, les conseguía trabajo en Findus a las jugadoras que lo necesitaban.

Fue por las angustias económicas que se negoció la fusión con el Celta. "Ya no había dinero para alimentar al equipo, pero ellas querían seguir y mi marido se sentía muy ligado al fútbol", explica Conchi. Ferradás tanteó a la directiva celeste. Encontró la postura comprensiva de Joaquín Fernández Santomé, el legendario Quinocho, exjugador y gerente desde mediados de los setenta. José Luis Rivadulla, el presidente, aprobó la operación. El debut con la equipación celeste se produjo en Balaídos el día de Reyes de 1984 contra un Alcobendas que se presuponía poderoso. El Celta se impuso 4-1. Geli queda inscrita en los registros como la autora del primer gol celeste anotado por una mujer.

No es que la pertenencia al Celta rodease a las jugadoras de lujos. El equipo entrenaba en las calles, sobre el asfalto o los adoquines, o en los campos de tierra que se acababan de construir por auspicio de Leri. Dalia Lago acudía desde Cabeiro a Bouzas a los entrenamientos. Y Gelis, apenas una adolescente, desde Salceda haciendo autoestop; regresaba en autobús o la llevaba en coche el entrenador según fuese la hora. Los viajes se realizaban en un autocar "de sesenta plazas, que iba lleno entre las jugadoras, los familiares, los amigos, los vecinos".

La condición céltica sí ayudó a incrementar su atractivo a la hora de captar nuevos talentos. No solo en Vigo bullía el fútbol femenino. En Gondomar unas chicas, queriendo recaudar dinero para una excursión, se acordaron de aquel partido benéfico que muchos años antes habían disputado folclóricas como Carmen Flores, Marujita Díaz o Rocío Jurado. Les gustó tanto la experiencia a aquellas jóvenes gondomareñas que cambiaron sus planes. "Al final no nos fuimos de excursión. Hicimos un equipo y nos federamos", cuenta Irene López "Neri". Tuvieron éxito: "Jugábamos antes que el equipo masculino para hacer dinero en las taquillas con el que pagarles a los hombres", sostiene. Pero toparon con la oposición del presidente del Gondomar: "Nos dijo que las mujeres no podíamos jugar en aquel campo". Neri y dos de sus compañeras, María Jesús Pereira "Susi" y Ángelos López "Pichi", se mudaron al Celta.

Segundas en la liga

El equipo, después de aquel estreno ante el Alcobendas, compitió en una liga junto a Maravillas y Karbo, ambos de A Coruña; Salnés, Santo Cristo, Chorima y Rocío. Las célticas concluyero el torneo en la segunda posición, por detrás del Karbo. También disputaron amistosos. Al Alcobendas le devolvieron la visita y repitieron triunfo, esta vez por 1-2.

Las jugadoras no aciertan a fijar la fecha concreta en que aquella aventura concluyó. Debió ser a comienzos de 1985. El final, en todo caso, no les sorprendió. "Algunas ya estábamos pasadas de rosca por la edad", argumenta Chelo. Aurora añade: "El fútbol femenino empezaba a desinflarse. Iba cobrando popularidad el fútbol sala". El Celta, que atravesaba una grave crisis económica, se iría además desprendiendo en los siguientes años de sus secciones de baloncesto y atletismo. Tampoco resucitó el Mayador. Y aunque años después se propuso al club celeste recuperar el equipo de fútbol femenino, ya no se pudo disfrutar de la alianza de Quinocho, asesinado en 1988 en un atraco a las oficinas, y la directiva de turno lo rechazó.

Ese Celta femenino se fue difuminando; una imagen borrosa, casi irreal, entre el recuerdo y la invención, como el Celta de rugby o el de balonmano femenino, que surgen de vez en cuando en alguna línea perdida de los archivos. Aquellas que lo compusieron tienen claro que fue real. "Nos lo pasamos en grande, todas nos llevábamos muy bien. Y había buenas jugadoras, todavía las hay", exclama Chelo, que las ha visto "en el Sárdoma, por ejemplo, como antes en El Olivo. Muchas han tenido que irse". Todas coinciden en su deseo de encontrar alguien que treinta años después continúe aquello que ellas iniciaron "como pioneras, cuando ningún otro club de Primera tenía equipo femenino". Anhelan que otras jóvenes escriben los capítulos que ellas no pudieron. "Nos parecería perfecto".