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La muerte oculta en un aerosol

Héctor Mathey, de diecinueve años, fue el único futbolista que murió en medio de los atendados que inundaron Perú en los años ochenta

Héctor Mathey posa con la selección peruana juvenil. // FdV

Héctor Mathey era un prometedor lateral derecho que se había formado desde los doce años en el Deportivo Municipal, uno de los históricos equipos de Lima. Con apenas dieciocho años, en 1990, había conseguido debutar en Primera División aunque estaba lejos de alcanzar la esperada continuidad con el equipo de los "mayores". Para él, su situación cambió después de marcharse a jugar con la selección peruana el Sudamericano juvenil que se disputó en febrero de 1991. El equipo funcionó razonablemente bien teniendo en cuenta el nivel que había en la mayoría de selecciones rivales y a Mathey esa experiencia le aportó un punto de madurez que Ramón Quiroga, técnico de la primera plantilla del Deportivo Municipal, apreció y agradeció de inmediato. A partir de ese momento pasaría a formar parte a todos los efectos del primer equipo. Ya solo le quedaba un paso, hacerse con un puesto de titular, disfrutar de las primas por jugar los domingos y dar el salto profesional que le permitiese en el futuro vivir del fútbol.

En mayo de 1991 la vida del modesto Deportivo Municipal se vio alterada por culpa de los atentados que venía sufriendo el Cuartel de San Martín de la capital peruana, que se encuentra justo delante del estadio de San Isidro, el recinto en el que en aquel momento entrenaba y jugaban los "basureros", uno de los apodos por los que se conoce al equipo limeño. Para los futbolistas desplazarse al Olivar, un campo de entrenamiento bastante más alejado, era una evidente molestia que aceptaron a regañadientes. Perú y concretamente su capital vivía días especialmente convulsos por culpa de las acciones terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), dos organizaciones que trataban de imponer un régimen revolucionario comunista y que libraron desde comienzos de los años ochenta una guerra con el estado peruano. Aunque la mayor parte de los combates se libraban en la sierra central del país, sus actuaciones en Lima y su entorno eran cada vez más frecuentes. Asesinatos selectivos, coches bomba, cortes en el suministro eléctrico?cualquier cosa que aumentase la sensación de pánico entre la población civil, que sufría de forma reiterada aquella ola de violencia desatada. Los militares eran uno de sus objetivos más habituales y por eso se extremaron las medidas de seguridad alrededor de sus cuarteles.

El 9 de mayo de 1991 al Deportivo Municipal se le autorizó a regresar al campo de San Isidro para continuar con la preparación del partido que el domingo siguiente le enfrentaría al Alianza de Lima. Mathey tenía firmes esperanzas de entrar en el equipo titular para ese importante partido. Precisamente el Alianza era el mismo conjunto contra el que había jugado en su estreno en la máxima categoría, lo que era un buen presentimiento.

Esa mañana el jardinero que se ocupaba del cuidado de la zona que había en el acceso al campo, encontró en el suelo un aerosol. Creyó que se trataba de un desodorante e inmediatamente supuso que alguno de los chicos que estaban entrenando lo había descuidado con las prisas. Sin darle mayor importancia lo colocó en una repisa del vestuario que ocupaban los jugadores del Deportivo Municipal. Desconocía el buen hombre que se trataba de un pequeño explosivo cuyo objetivo principal nunca se sabría.

Los jugadores de Deportivo Municipal se encontraron el objeto una vez finalizado el entrenamiento y comenzaron a juguetear con él. Era cierto que parecía un desodorante, pero ninguno de ellos lo reclamó como suyo. Lejos de despertar un instinto de alerta o prudencia en ellos, los jugadores se pasaban unos a otros el objeto e incluso llegaban a bromear con que "es una bombita". Franklin Allemant, el hijo del presidente del club, pasaba mucho tiempo en el vestuario en compañía de los futbolistas ya que tenía una gran relación con muchos de ellos. Estaba en la caseta participando de la broma generalizada. En un determinado momento, cuando la mayoría de futbolistas ya habían terminado de ducharse y apenas quedaban media docena en compañía de los técnicos, cogió el aerosol y simuló que se lo lanzaba al pecho de Mathey y que éste explotaba. No imaginaba ninguno de ellos que eso sería justo lo que sucedería. Aquel objeto de metal reventó justo cuando Allemant lo acercaba al defensa. Se vivieron instantes de absoluto pánico. La mano del hijo del presidente desapareció por completo y las heridas de Mathey en el pecho y en la cara eran realmente importantes. Todo se llenó de humo mientras los jugadores y técnicos trataban de ayudar a los principales heridos. Había mucha sangre y la principal preocupación era frenar las hemorragias. La ambulancia tardó casi media hora en llegar al estadio y ese tiempo fue fatal para el joven futbolista peruano. Ingresó en el hospital y a las tres horas su corazón se detuvo incapaz de hacer frente a las heridas sufridas tras la explosión. Otros cinco futbolistas fueron atendidos por diversas lesiones, aunque ninguna de ella de excesiva gravedad.

El efecto de la noticia resultó brutal. Mathey era el primer futbolista que caía en medio de aquella guerra absurda que se libraba en el país y podía no haber sido el único. Si el explosivo hubiese sido más potente o hubiese estallado cuando estaban todos los jugadores en el vestuario la lista de fallecidos habría sido importante. Ese mismo día se encontraron otros dos artefactos similares en la zona. Se supone que el objetivo era que fuesen encontrados por militares del cuartel cercano pero es algo que nunca se supo con certeza. Abimael Guzmán, fundador de Sendero Luminoso, lanzó un comunicado a las pocas horas negando cualquier relación de su grupo con la muerte de Mathey y acusando al gobierno de su fallecimiento. También hubo quien aseguró que el objetivo de los terroristas era utilizar el fútbol para elevar aún más el grado de miedo que se vivía en la sociedad. Nunca se supo con certeza. El fútbol peruano vivió días de luto y el entierro del joven en el cementerio del Angel fue una de las muestras de dolor más grandes que se recordaban en Lima.

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