Mar y Lía Urdiales, jugadoras del Celta Femenino, de 12 y 11 años, acaban de descubrir que su bisabuelo Pedro Potti las precedió en el amor a la canasta. Llega la revelación gracias a una foto antigua, incluida en la exposición sobre la historia del baloncesto vigués que la Asociación Quino Salvo organizó con motivo del memorial.

- ¿No conocíais el pasado deportivo de vuestro bisabuelo?

- No-, responde una de las pequeñas.

Ambas escuchan con arrobo las peripecias de Pedro, lozano a sus 90 años, "más ágil de cabeza que nosotros", describe la familia, y apenas algo duro de oído y corto de vista; él, por completar sus achaques, se agarra la pierna izquierda y menea la cabeza: "Esta pata... Ya no me la operan". Es su único quejido. Siempre lucirá una sonrisa luminosa, de eterno bromista, también cuando explica por qué sus bisnietas ignoraban tal dato.

- No me preguntaron.

La revelación se gesta días antes, con los paneles fotográficos, ahora en el Central, todavía en Príncipe. Al presidente de la Asociación Quino Salvo le llega la historia de un anciano que se ha emocionado reconociéndose en una foto de los años cuarenta. Surge la idea de realizarle algún tipo de ofrenda y el Concello se entusiasma. Todos se movilizan para encontrarlo y paso a paso desenredan la madeja: lo contó Picuca Martínez, que conoce a la amiga de una hija. Es María José Potti y el relato auténtico varía. Fue ella, que sí sabía del pasado baloncestístico de su padre, la que encontró el nombre en un pie de foto y después reconoció su cara en uno de esos chicos que posan en sisas y pantalones de faldón, un instante que la cámara ha congelado.

Es la temporada 48-49. En cuclillas, los jugadores del Juventus; de pie, los del Constitución y entre ellos, Potti, segundo por la derecha. Están en el campo de Canceleiro, cerca de García Barbón. La imagen formaba parte de la colección que Luis Alberto Rey Lama empleó en sus libros sobre el baloncesto vigués. Aunque agotados, María José consigue uno para su padre.

Pedro relata sus tiempos mozos, de cuando probaba cualquier tipo de deporte: fútbol en el campo del Rey, delante del Colegio Hogar, en el Lagares, en La Florida, todas canchas desaparecidas; balonmano a once en Balaídos; incluso rugby, para un torneo en Valladolid, aunque tuviesen que aprenderse a toda prisa sus rudimentos. Y baloncesto.

Empezó con la pandilla del barrio, de la calle Placer y la Ronda. Jugaban en el Castro. Uno de los amigos, Sito Naveiro, que ya era base del Constitución, le vio cualidades a algunos y los enroló. El Consti, abreviado así, tenía tal nombre porque en esa plaza residía la directiva: uno que fabrica cestos en Cesteiros, otro que regentaba un estanco. Pedro Potti jugó durante cuatro años. Se enfrentaban a Remeros del Berbés, Estudiantes, Bosco y Juventus. El Arcadia, de Arcade, era el único rival de fuera de la ciudad. "Pocos se dedicaban entonces al baloncesto. Nosotros jugábamos el mejor de la provincia. Por ahí delante no había", explica Potti, que ejercía de pívot y descollaba en defensa sobre las canchas viguesas de tierra o carbonilla. "Todos teníamos una estatura parecida, 1.76, 1.78... Altos no había".

Pudo combinar todas sus pasiones deportivas, empleando el tranvía para gestionar su ajetreada agenda. Porque nunca renunció al fútbol. Tampoco como aficionado. Estando en la mili, en municionamiento en A Guía, convenció al brigada de que le enviase a él a Madrid con unas muestras de pólvora. Jugaba el Celta su primera final de la Copa del Rey contra el Sevilla. "Viajé con un billete de tren pagado por el ejército", resume con picardía. Puede decirse que el propio Pedro y sus compañeros del Consti pertenecieron al Celta. El club de fútbol ejerció de patrocinador durante dos temporadas. Les proporcionaba ropa y les dejaba pasar gratis a Balaídos.

Su carrera baloncestística concluyó en 1950. En Las Cabañas, donde los bailes, se organizaban partidos y "algunos con ambientillo". A Pedro y Ángel, compañeros dentro de la zona, los acusaron de dejar anotar una canasta a Julio Castro, del Juventus, que competía por el trofeo de máximo anotador: "Yo me enteré después. Críticas de alguna parte interesada. Nos suspendieron durante un año".

El castigo se combinó con su matrimonio con Esther, que falleció hace dos años, y pronto la paternidad: cinco hijas en cadena y un hijo para cerrar la cuenta. Conviene: "La vida se me organizó de otra manera". Montó una tienda en un local de su suegro, trabajó en Sirvent y después como jefe de talleres en Hispano Olivetti, se instaló por su cuenta... Aquel chiquillo del Consti se fue alejando, convertido en un involuntario secreto familiar que una fotografía ha destapado.