El atletismo gritó de dolor como nunca había hecho antes. En el estadio, delante de la televisión, al lado de un aparato de radio, en una conversación entre amigos... Cualquiera que haya disfrutado de los maravillosos diez años que Usain Bolt le ha dado al mundo desde aquella luminosa eclosión en el Nido del Pájaro de Pekín sintió ayer ese maldito pinchazo en los isquios que cerró de la peor manera la carrera deportiva del jamaicano. Un final injusto, cruel, inmerecido para quien ha sido la mayor estrella que ha conocido este deporte. Pero el deporte en ocasiones tiene la insana costumbre de despedir de mala manera a quienes más gloria le han dado. Bolt es un ejemplo más en una amplia lista. Tampoco será el último. Pero duele verle en el suelo, con la cara oculta, incapaz de concluir la última carrera de su vida.

Todo sucedió en el arranque de la última recta de su vida deportiva. Bolt era el cuarto relevista de Jamaica en la final del 4x100 en la que los caribeños no eran los grandes favoritos. Estados Unidos, con Gatlin y Coleman; o Inglaterra, tan rápidos como coordinados, estaban en condiciones de desbancar a los de negro y amarillo. De todos modos, no corrieron mal. Tras unas entregas más o menos dignas por parte de todos los equipos (excepcionales británicos y japoneses), a la recta final asomó primero Gran Bretaña, con Estados Unidos y Jamaica tras ellos. Bolt recibió un par de metros por detrás de sus rivales. Había esperanzas de que asomase un atisbo de su feroz aceleración pese a que estaba fresco el recuerdo de la final de 100 metros hace una semana en la que solo había sido tercero. El prodigio jamaicano se cambió el testigo de mano como es costumbre en él, dio tres zancadas, pareció buscar sin éxito el máximo de sus revoluciones y de repente dio un brinco. Una sucesión de saltos, de cabriolas que delataban la célebre "pedrada" en los isquios. Un latigazo letal. El resto de equipos siguieron disparados hacia la meta mientras la vista del mundo se quedaba con Bolt, con ese inmenso cuerpo desmayado sobre el mismo tartán que tanta gloria le dio hace cinco años. Tanto fue así que el estadio tardó incluso en reaccionar a un hecho insólito: Gran Bretaña había derrotado a Estados Unidos tras una carrera casi perfecta y había logrado una medalla de oro con la que solo los más optimistas contaban. Un acontecimiento en el país que el público disfrutó a medias porque sufría por Bolt. Los jamaicanos fueron en su busca y el hombre que más oros olímpicos y mundiales ha ganado en la velocidad mundial cruzó la línea de meta descalzo, con las zapatillas en la mano y el gesto de dolor impreso en su rostro. Bolt se marcha del atletismo como nunca pudo imaginar. Dolido y derrotado y seguramente preguntándose si la preparación de la temporada fue la mejor (ya había tenido problemas en los isquios en algunas pruebas de la temporada) o si debió correr las eliminatorias de la mañana en las que su musculatura pudo resentirse y que el pretendía aprovechar para encontrar sensaciones de cara a la final de a noche. Preguntas que no tendrán una respuesta convincente.

Nada podrá empañar su gloria, pero a su historia siempre le faltará el final perfecto, esa adiós cubierto de oro y de flores con el que siempre soñó. "No puedo retirarme perdiendo" había dicho recientemente. Pero la derrota también existe, incluso para el más grande, para quien parecía indestructible y que al final resultaba que también gritaba de dolor como cualquiera de nosotros. Eso ayuda a recordar su condición humana y hace si cabe, más grande todo lo que ha conseguido. Adiós Usain... y mil gracias.