Dos décadas se cumplen de la mayor gesta del tenis masculino gallego. Y del español en cuanto a rareza de la época que el tiempo ha revelado como pionera. Sucedió en 1997, cuando pocos españoles comparecían en hierba. El recuerdo de Santana y Orantes iba desvaneciéndose. Un lucense menudo, de resto poderoso, mano rápida y rico catálogo de golpes, un ser extraño entre "terráqueos", ajeno al influjo de Barcelona, lograba colarse en el cuadro final de Wimbledon. Aquel fue el verano mágico de Óscar Burrieza, que completaría conquistando el torneo de Manchester. El mayor fulgor que le permitió su torturado cuerpo.

En el juego de lo que hubiera podido ser, Fernando Rey Tapias no lo duda: "Óscar hubiera llegado al Top 40". El número 126 del ranking mundial, precisamente en 1997, fue su tope. Un Everest considerando su historial médico. Burrieza, el niño que aprendió a jugar en las canchas de Lugo de la mano de su padre, Cayetano, un funcionario del Ministerio de Agricultura, se rompió el menisco en la tercera ronda de la fase previa del US Open de 1995, a los 20 años. Otra época. A la primera intervención quirúrgica le seguirían otras seis, la última en 2002. Rey Tapias recuerda cuando su amigo Genaro Borrás lo convocó al quirófano ya hacia el final de la carrera del lucense. "Mira, Fernando". Por el tremendo agujero en el cartílago de la rodilla se le escapaba la esperanza al lucense.

Burrieza fue, por tanto, aquello que su rodilla le dejó ser; entre dolores, lastrado en un deporte que obliga a un extenuante entrenamiento diario, cargando otras partes del cuerpo en el efecto de compensación. Se retiró en 2003, aunque tendría un breve regreso después. Su amor por el tenis jamás ha menguado. Ha seguido viajando por el circuito como analista o técnico. Hoy, ya que su pupilo, Martí,está lesionado, dedica estos meses a entrenar a los chavales de la Federación Madrileña.

Y recuerda con dulzura lo que hizo, sin amargura por lo que pudo hacer. Lo dice Rey Tapias, que fue el que lo cobijó en el sur, en Vigo y Pontevedra, entre 1990 y 2002. Juntos decidieron descartar el traslado a Barcelona, que entonces se antojaba obligado para cualquier tenista con intenciones. Burrieza tuvo un atrevimiento que después copiaron otros como Ferrer o Nadal. También Rey Tapias revolucionó el Centro de Tecnificación pontevedrés. El entrenador se rebeló contra la norma que expulsaba a aquellos deportistas que concluían sus estudios. Gómez Noya y David Cal también transitaron una senda abierta por Burrieza, capaz de brillar en hierba pese a entrenar en las pistas duras gallegas.

Dejó igualmente huella dentro de la cancha, especialmente en esas semanas mágicas de 1997 que se iniciaron en Londres; en las pistas del Banco de Inglaterra, donde se juega la previa de Wimbledon, los ruidos se cuelan entre pistas y ronronean los aviones que entran y salen de Heathrow. Burrieza inicia su asalto siendo el 438 del ranking. Venció en primera ronda al madrileño Sendín por 6-2 y 6-1. El francés Thoman le gana el segundo set en el tie-break después del 7-5 inicial a favor del gallego, que grita: "¡Me vooooooy a casa y no quiero!". Lo relataba Iñigo Gurruchaga para El Correo vasco. Se había encontrado con Burrieza por casualidad y su historia le había fascinado. Pero no se va. Reacciona y arrasa en el tercero. También gana con solvencia 6-3 y 7-6 al inglés McLagan. Burrieza jugará sobre el terciopelo y en el silencio del All England Lawn Tennis and Croquet Club.

Burrieza paladea cada detalle en esos días. Algunos, que se revelarán en todo su significado años después. Rey Tapias y Burrieza se maravillan con el saque de un joven negra que debutaba en Wimbledon. Su madre y su hermana pequeña la observan. Compartirán después con ellas la furgoneta de la organización que los traslada al hotel. Son Venus y Serena Williams.

Su aventura en el cuadro final concluye pronto. Es un Wimbledon de lujo: Sampras, Ivanisevic, Kafelnikov, Krajicek, Chang, Philippoussis, Becker, Ríos, Moyá, Kuerten, Rafter, Medvedev, Henman, Ferreira, Korda, Cash, Haas, Stich, Courier, Rusedski, Pioline... Ni Bruguera ni Costa ni Berasategui se han atrevido a participar. A Burrieza le toca en el cruce el australiano Jason Stoltenberg, semifinalista en la edición anterior, que había sido número 1 júnior del mundo y alcanzó el 19 en la ATP. "Óscar jugó muy nervioso", recuerda Rey Tapias. Cae 6-3, 6-4 y 6-3.

Nadie desde Santana

No le derrumba lo efímero del sueño. Haber cruzado el umbral del All England Club lo alimenta. Un mes después, en Manchester, se convertirá en el primer español que gana un torneo sobre hierba desde Santana. Es un torneo de 50.000 dólares, pero que en 1994 aún había tenido a Rafter como campeón y que en su palmarés incluye a Edberg, McEnroe, Connors o Rosewall. Burrieza figura junto a ellos.

Le quedan algunos buenos golpes por dar, aunque 1997 concluya con la cuarta operación de rodilla. Al año siguiente se queda como "lucky loser" en la previa de Wimbledon: el primer suplente. Suelen darse media docena de bajas. Nadie ese año, ni siquiera Rusedski, cuyo tobillo han visto inflamado. El estadounidense prefiere salir a jugar y se retira al primer set. Ese infortunio define la carrera de Burrieza. Pese a todo, tiene entre sus víctimas a Safin, Larsson, Alami, Nalbandian, Voinea, Cherkasov, Stepanek, Pescosolido, Vinciguerra, Damm, Mrinyi, Ljubicic, Rochus, Cane, todos Top 50. Y Feliciano López, que surgió a su estela como siguiente especialista nacional en hierba.

Hoy, con el tenis español acostumbrado a que Nadal extienda a otras superficies las glorias de la tierra, resulta difícil explicar el impacto que tuvo Burrieza. Un jugador capaz de impresionar pese a su modestia. En Halle tuvo un par de grandes participaciones. En una de ellas le levantó dos bolas de partido al suizo Ives Allegro, al que eliminó por 3-6, 7-5 y 7-6. También ganaría al marroquí Alami por 6-3 y 6-1 e hizo sufrir a Kafelnikov (6-7, 7-6 y 6-3), con las gradas del Gerry Weber Stadion coreando su nombre. Casi una década después coincidió con Federer en un destino del circuito y se acercó a saludarle. Y Federer lo recibió con un brillo de recocimiento en la mirada porque había estado viendo aquel partido contra su amigo Allegro. "Ah, el hombre de Halle", le dijo quien ha ganado nueve veces ese torneo.