Vigo se define por lo que es y lo que pudo ser. Este Celta de balonmano abortado en el cuello uterino, cuando ya asomaba, es uno de tantos sueños rotos y no el más grave. Pero nos retrata con precisión: impulso individual, energía, complejidad; también cainismo, miseria, envidia. Somos a la vez Sísifo empujando la roca ladera arriba y los dioses que se la hacen rodar cuesta abajo cada vez que está a punto de alcanzar la cima. En cada vecino se oculta el mejor aliado y el peor enemigo.

La guerra civil entre Celta y Concello ha convertido una diferencia salvable, poco más que burocrática, en otra maniobra de su partida de ajedrez. Todos nos hemos convertido en las piezas que manejan. En Praza de España alimentaron la esperanza y la destrozaron por indecisión o cálculo. De Praza do Rei se conocía ya el síndrome que afecta a quienes la habitan: esa fiebre que les lleva a creer que todos nos movemos por sus mismos intereses. La gente ama, trabaja, imagina; quiere sacar adelante sus proyectos. Aspira a que le ayuden o que al menos no le estorben. No debiera estar pendiente del protocolo del palco y el besamanos. El poder exige infinitas servidumbres, muchas veces ridículas y contradictorias.

No son marcianos. Surgen de entre nosotros. Los alentamos o consentimos. Hay quienes se alegran de este fracaso. Como si el mal ajeno pudiese convertirse de alguna forma en bien propio. O porque intuían algún interés espurio. Nos pasamos la vida sospechando del que tenemos al lado. Una ciudad es también un clima espiritual. Vigo es un proverbio afgano: "Yo y mi país, contra el mundo. Yo y mi tribu, contra mi país. Yo y mi hermano, contra mi tribu. Yo, contra mi hermano". Es esta debilidad la que nos hace vulnerables a las inquinas externas.

Vigo es Cerillo. Con sus posibles errores y ese costal de amarguras entre él y el Octavio. También con la voluntad de crear de la nada algo que creía positivo para la ciudad. Movió lo inamovible, se vació en el intento y al final, ya se sabe, lágrimas en la lluvia. No solo ha quedado extenuado. Se le criminaliza porque lo intentó, porque casi lo había conseguido y se ha sabido. Se pretende el silencio de los cementerios. Otro Cerillo, entre tanto, ingenuo y testarudo, condenado a la derrota, ha comenzado a empujar la roca. Eso es exactamente Vigo.